También
en septiembre, ese mes del que decía Gloria Fuertes que era un velero, hemos
leído a Hugo von Hofmannsthal en una traducción de Fruela Fernández pulcra y
acertada. Es interesante este poeta austriaco, libretista de Richard Strauss y
poco conocido en España por su obra poética que no fue muy larga pues él mismo,
en su famosa Carta a lord Chandos, ponían fin a su producción poética al
explicar en la carta que el poeta siente una sensación de extrañeza ante la
incapacidad de aprehender el mundo que le rodea. Creo que eso le pasa a
cualquiera que intenta escribir poesía, que siempre se queda por debajo de lo
que quiere expresar y que siente al mundo como algo, en el fondo, inefable. La
belleza siempre va más allá de la realidad que describimos y ese algo misterioso nos produce en ocasiones desasosiego. En sus poemas primeros encontramos la
melancolía y la ebriedad de la muerte del decadentismo vienés. En un lejano artículo
de 1976, en el diario El País, Carlos Gurméndez lo llamaba “un Calderón vienés”
refiriéndose, como es lógico, a su obra teatral. Os copio un fragmento de este
poemario leído en el incipiente otoño, que es una antología de sus poemas y que
se llama Para un dios no nacido.
Añoranza sin nombre
lloraba silenciosa dentro de mi alma,
lloraba por la vida como aquel
que llora en un navío de enormes velas amarillas
al caer la tarde, cruzando aguas oscuras,
mientras pasa de largo ante la ciudad,
la ciudad de sus padres. Y ve las callejuelas,
oye el murmullo de las fuentes,
siente el aroma de las lilas.
Y se ve a sí mismo,
un niño parado en la orilla – con ojos
de niño, temerosos, a punto de llorar-
que ve, tras la ventana, luz en su habitación.
Pero sigue el navío hacia delante,
llevándole por las aguas oscuras
con sus enormes velas, amarillas y extrañas.
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