Hay escritores que les cuadra aquel apartado que tenían Fernando Argenta y Araceli González Campa en su mítico programa Clásicos Populares: Si lo llego a saber, compone tu padre. Pues sí, porque hay escritores cuya fama es muy, muy reducida, una micro fama que les hace pasar de puntillas por la historia de la literatura. Ese es el caso del poeta santanderino del que me ocupo: Adolfo de la Fuente.
Poco se sabe de la vida de don Adolfo:
nació en Santander en 1826, estudió en Derecho en Valladolid y en Madrid y llegó a ser secretario del
ayuntamiento de su ciudad natal. Nada de la vida romántica de un Zorrilla, de
un Larra o de un Espronceda. La vida de un funcionario de provincias que, eso
sí, acudía a la tertulia de Pereda en la “guantería” y que tuvo el honor de ser
amigo de don Amós de Escalante. Y nada más. Bueno, que se murió también en
Santander un 3 de julio de 1893, con sesenta y siete años.
Me he leído sus poemas completos cuya
primera mitad son poemas propios de corte patriótico y religioso y la otra
mitad, traducciones del inglés y del francés entre las que destacan sus
traducciones de Víctor Hugo y Lamartine.
Correcto en sus formas, muy decimonónico,
buen traductor, don Adolfo de la Fuente merece que alguna mano de nieve le
sacuda el polvo a algunos de sus poemas. Hacemos votos para que eso suceda en
este 2022 que acabamos de empezar.
Os he copiado éste
que me ha gustado:
La
fuente del desierto
Bien desgraciada es tu suerte,
fuentecilla que sin cauce
viertes tus límpidas aguas
en los yertos arenales.
Por más que en dulce murmullo
tus penas digas al aire,
en el espacio perdidos
se extinguirán tus cantares.
Bien desgraciada es tu suerte,
que apenas al mundo naces
consume la ardiente arena
tus cristalinos raudales.
¡Pobre fuente que, ignorada,
de esas yermas soledades
por las inmensas llanuras
te miras vagar errante!
¿De qué te sirven, cuitada,
esos límpidos cristales
que rizan la blanca arena
sobre que emprendes tu viaje?
¿De qué te sirve que puras
broten tus aguas natales
si no llegará a beberías
el sediento caminante?
¿Por qué mientras tú, olvidada,
tus puras aguas esparces,
hay otras fuentes dichosas
que ciñen floridas márgenes;
Que, resbalando tranquilas
por los deliciosos valles,
son espejo de las flores
y encanto son de las aves?
Pero ¡ay! tal vez más dichosa
tu aislada vida resbale
en ese vasto sepulcro
en que se ahogan tus ayes;
que, ajena a falsos placeres
en el retiro en que yaces,
tal vez te agobian deseos,
mas no te matan pesares.
Y no hay una planta impura
que con sucia huella manche
esa clara transparencia
de tus aguas virginales.
¡Dichosa tú que, ignorada
en el retiro en que yaces,
no hay por qué temas del mundo
a los furiosos embates;
y, en tu inocencia escudada,
sin saber de flores ni aves,
tal vez abrigas deseos,
mas no te matan pesares!...
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