Este niño
metido en una caja de cartón nos está mirando con sus inmensos ojos negros y
nos está preguntando tantas cosas que, aunque sabemos que la respuesta es el
egoísmo que envenena ese mal llamado primer mundo, callamos cobardes. Él es un
inocente, uno de los muchos inocentes que matan cada día los Herodes modernos.
Y un silencio denso recorre los paraísos fiscales, las islas de olvido en las
que se broncean estos reyes criminales. Cada minuto, once personas se mueren de
hambre. Y hago hincapié en lo de personas porque son tan personas como nosotros,
con los mismos derechos negados por el egoísmo envilecido y encanallado del mal
llamado primer mundo. Probablemente, este niño no disfrutará de su derecho a la
educación, de su derecho a la sanidad, de su derecho a una vida digna, pero estamos
en Navidad y es de mal gusto hablar en la mesa de cosas tristes. Sin embargo,
ese niño metido en una caja de cartón no sigue mirando a todos, nos sigue
preguntando con sus ojos negros que le explicamos por qué se le niegan tantos
derechos. Pero nosotros nos callaremos porque es Navidad o porque la respuesta,
de puro fácil, no la queremos saber. Medio mundo tiene que subirse en pateras,
vivir en chabolas, morir en campos de refugiados mientras el otro medio mundo
construye murallas para contenerlos. Nosotros acusamos sin rebozo a griegos y
romanos de esclavistas, pero ¿de qué nos acusarán a nosotros las generaciones
venideras?
Este niño nos seguirá interrogando con sus grandes ojos
negros desde su pobre caja de cartón y, mientras tanto, un silencio culpable recorrerá el mundo de los
ricos. Que el 2022 nos traiga el valor para romper ese silencio.
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