Érase
una vez un niño abulense que nació hacia 1551. Ese niño sale cada mañana de su
casa y va a la capilla de la Catedral de
Ávila cuyos maestros, Jerónimo Espinar, Bernardino de Ribera y Juan Navarro
Hispalensis, le dan clases. A su lado hay otro niño, nacido en la actual calle Caballeros, que lleva por nombre Tomás. Ambos, al salir de
la capilla, juegan en la plaza de la Catedral. Son niños.
Hacia 1566 a Sebastián le cambia la voz
y, como Tomás, decide hacerse sacerdote. Diez años después, en 1576, Sebastián
está de maestro de capilla en la Catedral de Lérida, pero ese mismo año, por
razones desconocidas, fue despedido por el cabildo catedralicio. Vuelve a su Castilla
en 1577 y, en Segovia, en una casita
humilde, vive con su madre. Desempeña el
cargo de maestro de capilla de la Catedral. Durante este tiempo, se ordenará
sacerdote.
En el año 1588, regresa a Ávila para
hacerse cargo de la capilla de la catedral y en su ciudad natal se está catorce
años hasta que consigue el puesto de maestro de Capilla de la catedral de Salamanca.
El 19 de febrero de 1603, obtiene
Sebastián una plaza de profesor de música en la Universidad salmantina y unos
pocos días después, el 4 de marzo, obtiene el grado de maestro de artes honoris
causa. Desempeñando ambos puestos, Vivanco viviría en Salamanca ya hasta su
muerte que le vino a buscar un 26 de octubre de 1622. Su producción no es nada desdeñable y merece una atención mayor de la que ha
tenido hasta ahora aunque, desde principios de este siglo XXI, el número de
publicaciones discográficas se ha visto incrementado.
Hacemos votos para que este “año
Vivanco” nos sirva a todos para conocerlo un poco mejor y, sobre todo, para
escucharlo un poco más porque su música no desmerece en nada a la que compuso
aquel niño que iba a la capilla catedralicia a estudiar música con él y que la
historia de la música lo recuerda como Tomás Luis de Victoria.
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