(Monólogo
teatral basado en una traducción libre del Agamenón de Esquilo)
¡Pido a los dioses que me libren de
estas fatigas, de esta vela sin fin que todo el año prolongo, como un perro,
aquí, en la azotea del palacio de los Atridas, contemplando las constelaciones
de los astros nocturnos, esas mismas que a los
mortales traen invierno y verano, resplandecientes reyes que en el Éter
brillan, se levantan y, ante mí, se hacen presentes.
Mi guardia comenzó empezó hace muchos
años cuando una tarde el sol se puso por detrás de los montes. Poco a poco, un
mundo de sombras, un velo de oscuros presagios, una ola de muerte fue
invadiendo la llanura. Me impresionó el anochecer desde esta terraza y más aún
me impresionó la soledad terrible que con su corte de fantasmas aún siguen viviendo
para burlarse de mi miedo, de mi angustia, de mi falta de esperanza. Los veo llegar
burlones al pie de esta torre, me echo para atrás, cierro mis ojos y me los
tapo con mis manos frías en las que parece que ya habita la muerte. Es en vano:
con risas horribles se llegan a mi lado, me cortan el paso cuando quiero
escapar, me señalan con gestos de burla. ¡Qué terrible es la noche para el que
está solo!
(El vigía. de pronto, abandono su negra tristeza)
Porque si estuvieran aquí mis camaradas,
todo sería distinto pues echaríamos de la torre a los negros fantasmas.
(El vigía retoma su gesto triste y desesperado)
Pero estoy triste solo y ya soy un
hombre mayor. Recuerdo que de niño, la noche llegaba cargada de perfumes, de
risas, de una alegría que ya me ha abandonado por completo.
(El gesto del vigía se llena de añoranza)
Después
de aquellas tardes largas como miradas de enamorados, la noche iba entrando
lentamente por las calles. Salía mi madre y yo me abrazaba a su mandil que me
traía el olor de la cena humilde que cocinaba mezclado con el olor del humo del
fuego de la leña que alimentaba aquella lumbre
en cuyas brasas guisaba. ¡Era tan
pequeño entonces y tan feliz! Más tarde,
la noche fue la hora del amor, la hora del beso furtivo en los cañaverales del
río; del baño nocturno en los estanques que conservaban aún en su alma el beso
apasionado del sol de la tarde. Más tarde, fue el descanso del trabajo del
campo, el bálsamo para mis manos encallecidas de sujetar la mancera.
(El vigía vuelve a su gesto de angustia)
Pero ahora es la presencia descarnada y
cruel de la muerte. ¡Ay, si los dioses quisieran que me llegara esa luz que
aguardo!
(El vigía se dirige al proscenio con decisión)
Porque
ahora aguardo la señal de la antorcha, el espléndido fuego que, desde Troya, ha de anunciar que la ciudad ha sido tomada. Esto es lo que me
ha mandado y esto es lo que desea mi reina, esa mujer cuyo corazón se goza con
el mando. A mí, la inquietud me mantiene en vela en mi catre que se llena de
rocío. No quiero que el sueño me visite y procuro dormir por el día, pero es
que ya son muchos días de guardias nocturnas y, a veces, como los fantasmas, el
sueño carga mis párpados que caen sobre mis ojos cual si fueran de plomo.
(El vigía se agacha y se dirige a las primeras filas del patio de
butacas aunque mirando , de vez en cuando, al resto de espectadores)
(Bajando la voz) Os voy a contar un
secreto: hay noches en que me pongo a cantar para no dormirme y las que, al
principio, eran alegres canciones se acaban convirtiendo en amargos lamentos
porque esta casa, en otros tiempos tan próspera, ya no lo es. No, no lo es. ¿Y
sabéis por qué no lo es? Pues porque ese Egisto vive en palacio sin respeto a
mi señor.
(El vigía se pone de pie dándose cuenta del secreto que acaba de contar
al público)
¡Dioses,
qué palabras han saltado el valladar de mis dientes! ¡No soy más que un
desgraciado vigía cuya obligación es vigilar y callar! ¿Quién soy yo para
juzgar a mis señores? ¡Ojalá llegue el día de la afortunada liberación de mis
fatigas!¿Ojalá, en medio de las sombras, aparezca el fuego que anuncia la buena
nueva!
(El vigía se fija de pronto en una luz que proyectará un foco en un lado
del escenario)
Mas dioses, ¿qué veo?
(Corre hacia la luz y, señalándola, se dirige al público)
¡Es la luz que
anuncia que Troya ha sido tomada!¡Viven los dioses y en el alto empíreo no son
propincuos con sus fúlgidas palabras!
(Cae de rodillas frente a la luz)
¡Salve, lucero
nocturno, luminaria que traes un día dichoso y fiestas para Argos que ya con
tal triunfo se alegra!
(Se dirige de nuevo al público)
Voy a avisar a la
esposa de mi señor para que abandone su lecho y salude con júbilo en las moradas de palacio que la ciudad de Ilión
ha caído en nuestras manos pues así lo anuncia esa luz que ha rasgado el velo de
la noche.
Yo mismo voy a
conducir el coro de la alegría y a proclamar la feliz fortuna de mis señores;
sí, yo que tuve la fortuna de ver la luminaria. ¡Qué alegría para mi señor
Agamenón que pronto volverá a este palacio suyo, suyo y de nadie más! Un baño
caliente limpiará sus miembros fatigados y polvorientos por tantos años de
lucha. ¡Dioses, concededme que, cuando regrese mi señor, mi diestra se una a su
diestra y mis brazos se abracen a sus
rodillas! ¡Mi señor, mi rey, el pastor de rebaños humanos!
(El vigía se queda pensativo y, de pronto, la alegría que tenía en su
rostro se pierde)
De
lo otro callaré. Un buey enorme se ha parado en mi lengua. Esta casa, si pudiera
hablar, claramente hablaría. Yo de buen grado, hablo con los que saben, pero me
quedo en silencio con los que nada saben.
(El vigía sale de escena)
TELÓN
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