viernes, 17 de marzo de 2023

EL VIGÍA DEL AGAMENÓN DE ESQUILO

 


(Monólogo teatral basado en una traducción libre del Agamenón de Esquilo)

         ¡Pido a los dioses que me libren de estas fatigas, de esta vela sin fin que todo el año prolongo, como un perro, aquí, en la azotea del palacio de los Atridas, contemplando las constelaciones de los astros nocturnos, esas mismas que a los  mortales traen invierno y verano, resplandecientes reyes que en el Éter brillan, se levantan y, ante mí, se hacen presentes.

         Mi guardia comenzó empezó hace muchos años cuando una tarde el sol se puso por detrás de los montes. Poco a poco, un mundo de sombras, un velo de oscuros presagios, una ola de muerte fue invadiendo la llanura. Me impresionó el anochecer desde esta terraza y más aún me impresionó la soledad terrible que con su corte de fantasmas aún siguen viviendo para burlarse de mi miedo, de mi angustia, de mi falta de esperanza. Los veo llegar burlones al pie de esta torre, me echo para atrás, cierro mis ojos y me los tapo con mis manos frías en las que parece que ya habita la muerte. Es en vano: con risas horribles se llegan a mi lado, me cortan el paso cuando quiero escapar, me señalan con gestos de burla. ¡Qué terrible es la noche para el que está solo!

(El vigía. de pronto, abandono su negra tristeza)

         Porque si estuvieran aquí mis camaradas, todo sería distinto pues echaríamos de la torre a los negros fantasmas.

(El vigía retoma su gesto triste y desesperado)

         Pero estoy triste solo y ya soy un hombre mayor. Recuerdo que de niño, la noche llegaba cargada de perfumes, de risas, de una alegría que ya me ha abandonado por completo.

(El gesto del vigía se llena de añoranza)

Después de aquellas tardes largas como miradas de enamorados, la noche iba entrando lentamente por las calles. Salía mi madre y yo me abrazaba a su mandil que me traía el olor de la cena humilde que cocinaba mezclado con el olor del humo del fuego de la leña que alimentaba aquella lumbre  en  cuyas brasas guisaba. ¡Era tan pequeño entonces y tan feliz!  Más tarde, la noche fue la hora del amor, la hora del beso furtivo en los cañaverales del río; del baño nocturno en los estanques que conservaban aún en su alma el beso apasionado del sol de la tarde. Más tarde, fue el descanso del trabajo del campo, el bálsamo para mis manos encallecidas de sujetar la mancera.

(El vigía vuelve a su gesto de angustia)

         Pero ahora es la presencia descarnada y cruel de la muerte. ¡Ay, si los dioses quisieran que me llegara esa luz que aguardo!

(El vigía se dirige al proscenio con decisión)

Porque ahora aguardo la señal de la antorcha, el espléndido fuego que, desde Troya,  ha de anunciar que  la ciudad ha sido tomada. Esto es lo que me ha mandado y esto es lo que desea mi reina, esa mujer cuyo corazón se goza con el mando. A mí, la inquietud me mantiene en vela en mi catre que se llena de rocío. No quiero que el sueño me visite y procuro dormir por el día, pero es que ya son muchos días de guardias nocturnas y, a veces, como los fantasmas, el sueño carga mis párpados que caen sobre mis ojos cual si fueran de plomo.

(El vigía se agacha y se dirige a las primeras filas del patio de butacas aunque mirando , de vez en cuando, al resto de espectadores)

         (Bajando la voz) Os voy a contar un secreto: hay noches en que me pongo a cantar para no dormirme y las que, al principio, eran alegres canciones se acaban convirtiendo en amargos lamentos porque esta casa, en otros tiempos tan próspera, ya no lo es. No, no lo es. ¿Y sabéis por qué no lo es? Pues porque ese Egisto vive en palacio sin respeto a mi señor.

 

(El vigía se pone de pie dándose cuenta del secreto que acaba de contar al público)

¡Dioses, qué palabras han saltado el valladar de mis dientes! ¡No soy más que un desgraciado vigía cuya obligación es vigilar y callar! ¿Quién soy yo para juzgar a mis señores? ¡Ojalá llegue el día de la afortunada liberación de mis fatigas!¿Ojalá, en medio de las sombras, aparezca el fuego que anuncia la buena nueva!

(El vigía se fija de pronto en una luz que proyectará un foco en un lado del escenario)

Mas dioses, ¿qué veo?

(Corre hacia la luz y, señalándola, se dirige al público)

¡Es la luz que anuncia que Troya ha sido tomada!¡Viven los dioses y en el alto empíreo no son propincuos con sus fúlgidas palabras!

(Cae de rodillas frente a la luz)

¡Salve, lucero nocturno, luminaria que traes un día dichoso y fiestas para Argos que ya con tal triunfo se alegra!

(Se dirige de nuevo al público)

Voy a avisar a la esposa de mi señor para que abandone su lecho y salude con júbilo en  las moradas de palacio que la ciudad de Ilión ha caído en nuestras manos pues así lo anuncia esa luz que ha rasgado el velo de la noche.

Yo mismo voy a conducir el coro de la alegría y a proclamar la feliz fortuna de mis señores; sí, yo que tuve la fortuna de ver la luminaria. ¡Qué alegría para mi señor Agamenón que pronto volverá a este palacio suyo, suyo y de nadie más! Un baño caliente limpiará sus miembros fatigados y polvorientos por tantos años de lucha. ¡Dioses, concededme que, cuando regrese mi señor, mi diestra se una a su diestra y mis brazos se abracen a  sus rodillas! ¡Mi señor, mi rey, el pastor de rebaños humanos!

(El vigía se queda pensativo y, de pronto, la alegría que tenía en su rostro se pierde)

De lo otro callaré. Un buey enorme se ha parado en mi lengua. Esta casa, si pudiera hablar, claramente hablaría. Yo de buen grado, hablo con los que saben, pero me quedo en silencio con los que nada saben.

(El vigía sale de escena)

                                      TELÓN

 

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