Perdonad
que vuelva a mi monotema que es la poesía de Lorca. Francisco Umbral, gran
escritor, lúcido crítico y mejor lector cuando se quitaba la máscara del
personaje que llegaba a resultar algo cargante, recoge en su maravilloso libro Lorca, poeta maldito, escrito en 1968,
por tanto, en plena dictadura de Franco, la obsesión de Federico por los
muslos. Para los que somos aficionados al arte del granadino, no nos es difícil
recordar algunos versos:
Tuis
muslos como la tarde
van
de la luz a la sombra.
Émbolos
y muslos juegan
bajo
las nubes paradas.
Y
esa estrofa de La casada infiel:
Sus
muslos se me escapaban
como
peces sorprendidos,
la
mitad llenos de lumbre,
la
mitad llenos de frío.
También encontramos “muslos” en doña
Rosita, en Yerma, en Bernarda Alba y en toda la obra del granadino. ¿Por qué
esta “obsesión” lorquiana por los muslos? ¿Acaso era “mi” Lorca como esos
viejos verdes que iban al teatro Martín, en la madrileña Plaza del Carmen, para
ver el muslamen de las vicetiples? Creo que Umbral da en el clavo cuando dice “los
muslos, poderosas compuertas del sexo, obsesionan directamente a Lorca. Por
otra parte, los muslos son materia pura, según ha dicho el gran poeta de la
materia, Pablo Neruda, y Lorca bucea siempre en el limo de la existencia. Los
muslos, por fin, son en cierto modo asexuados: lo más femenino del hombre,
quizá, y lo menos femenino de la mujer. La ambivalencia sexual del muslo sugestiona el pansexualismo de Lorca.”
Creo que no se puede explicar mejor y,
por tanto, dejo de escribir.
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