He releído Ocnos
de Luis Cernuda y he vuelto a disfrutar tanto con este bellísimo libro en prosa
del sevillano que tenía que escribir mi gozo porque la belleza que contiene
este libro te hace salir a contarlo a las calles, a las azoteas del sur con las
que sueño, a los parques que tienen por alma una fuente. Ocnos es una obra tan colmada de belleza, tan colmada de miradas,
de sensualismo, de deseo por la vida que se escapa a cada instante y que
Cernuda fija en estas magistrales acuarelas poéticas que no la podemos esconder
el bajo celemín de lo zafio y hay que
compartirla como una Buena Nueva de poesía de altísima calidad. Tengo a Cernuda
siempre a mano y a su Ocnos en mi
biblioteca y en mi corazón. Viaja conmigo y me basta la lectura de uno de su
capítulos para sentirme curado, aliviado, sanado de las heridas de la vida.
Ocnos devuelve a la poesía a su valor salvador (heilen en alemán es sanar), terapéutico, medicinal. La palabra se
hace belleza y bien y ambos curan nuestras almas intoxicadas de palabras
hueras, de palabras que se escupen, de palabras con carga de muerte. Y también
de heilen proviene heilig, lo santo y así podemos decir que
Ocnos es un libro santo, un libro que
nos cura, que nos salva, que nos lleva hacia la luz de la belleza. Tengo que
contaros todo esto porque no me sirve decir que es un gran libro. Leedlo y
notaréis su aliento salvífico, restañador de las heridas que el dolor nos
causa. Leedlo y con él en la mano, marchaos a un parque con corazón de fuente.
jueves, 29 de junio de 2017
martes, 27 de junio de 2017
DON JOSÉ GOYA Y MUNIAIN
Si hace unos días tratábamos del Infante don Gabriel
como traductor de Salustio, hoy nos toca hacer lo propio con don José Goya y
Muniain cuyo nombre aparecía en la traducción que de los Comentarios a la Guerra de las Galias de Julio César tenía la
colección Austral. Don José Gil de Goya y Muniain nació en Azanza, pueblo de
Navarra un 9 de julio de 1756 y fue doctor
in utroque iure por la Universidad de Zaragoza. En Valencia, en donde
residió, entró en contacto con el círculo de Gregorio Mayáns y Siscar, el gran
erudito valenciano del que tanto nos hablaba don Antonio Fontán en las clases
de doctorado de mi Complutense. Por la traducción de César, Goya se llevó una
pensión y, con eso, con su trabajo del Tribunal de la Rota y su canonjía en
Sevilla, el bueno de don José fue tirando y recogiendo todo lo que le iban echando
que no era, tal y como hemos visto, moco de pavo. Hasta que falleció en Sevilla
un 6 de marzo de 1807. Todo hasta aquí va muy bien, pero hete aquí que llega
don Marcelino Menéndez Pelayo y en su Bibliografía
hispano-latino clásica va y dice que Goya y Muniain no fue el traductor de
los Comentarios sino que su traducción
se debe al jesuita y gran helenista (del que haremos en su momento entrada) don
José Petisco; pero sigue el cantabrón sabio y añade que tampoco fue suya la
traducción al castellano del Arte poetica
de Aristóteles cuya autoría real es la
de Pedro Luis Blanco; y tampoco es propia la traducción del Catecismo Trilingüe del padre
Canisio. En fin, que el buen canónigo y abogado era un plagiario que se
aprovechaba de las traducciones de otros y les ponía su nombre. En fechas más
recientes, también Lucía Etxeberría, esa ¿escritora? valenciana, plagió a Antonio Colinas que, todo bondad, no
la demandó. Y por ahí anda la tía enseñando más muslo que literatura y viviendo
de la pluma y del cuento. Y es que ya lo
dice el dicho: plagia que algo queda.
LA CONVERSIÓN DEL DOCTOR ENCINAS
Pues resulta que este buen
lebaniego que fue el doctor Encinas se fue ganando fama de hombre poco creyente
y hasta se le abrió un expediente por materialista, ateo y revolucionario. No
creemos que la cosa fuera para tanto, pero sí que parece cierto que a Encinas,
que tenía toda la ciencia, le faltaba un poco de humildad y se cuenta de él
esta anécdota:
Un día, una señora que había sido operada por Encinas, le
dijo en su consulta:
-
Gracias a Dios, doctor, ya estoy curada de mi
mal.
A lo que Encinas repuso:
-
Gracias a Dios no, señora; gracias al doctor
Encinas y a su ciencia médica.
En fin, fuere o no verdad esta historia, lo
cierto es que Encinas cayó enfermo con la enfermedad que le habría de llevar a
la tumba y hasta su lecho llegó su antiguo amigo de Valladolid, Germán Gamazo Calvo,
por aquel entonces ya abogado y político famoso. Gamazo era un hombre muy
devoto que se tomó el “trabajo” de convertir a Encinas y así, día tras día, iba
a ver a su amigo para despertar en él aquella llamita del amor de Dios que
tenía oculta en le fondo de su corazón. Y su perseverancia dio efecto pues
antes de morir, el gran médico lebaniego, pidió los Santos Sacramentos. Y es
que su amigo Germán era muy constante en sus obras y siempre buscaba la
perfección hasta el punto que cuentan que le dijo su sastre un día: “Señor
Gamazo, ¡qué suerte que no le haya dado a usted por ser sastre porque, si
hubiera sido así, tendría que haberme buscado otro oficio”.
Bueno
pues, ahora, cuando andéis por los soportales de Potes y alguien os diga que
esa calle se llama, en la villa potesana, calle del doctor Encinas, ya sabéis
quién era este buen señor tan buen médico como lebaniego de pura cepa.
EL DOCTOR SANTIAGO GONZÁLEZ ENCINAS
Quiero contaros hoy la
historia del doctor Encinas, médico lebaniego que nació en Lomeña el 31 de
diciembre de 1836. Era hijo de labriegos y sus padres quisieron dedicarlo al
sacerdocio y, tras estudiar en Potes dos años de Latín, el muchacho, que no
hemos dicho que se llamaba Santiago González Encinas, se marchó para el
Seminario de León en donde cursó tres años de Filosofía y un año de Teología.
Sin embargo, pronto notaron los profesores que Santiago prefería las ciencias
físicas a las espirituales y que mucho le gustaba practicar autopsias a
pajarillos, lagartos y a cualquier animal que, o bien compraba a sus amigos, o
bien se las ingeniaba para conseguirlo. En 1856, regresa a Lomeña y allí decide
hacerse médico. Cierto ya en su
vocación, Santiago estudia en Valladolid en donde hará amistad con Germán Gamazo
Calvo, un mocetón boecillano que iba todos los días al Instituto pucelano
montado en su caballo para estudiar lo que entonces se llamaba el Grado Bachiller.
Se licencia en Medicina en Valladolid y en 1863 va a Madrid para estudiar el
doctorado. Sin embargo, de nuevo, esta vez por la mala salud, Santiago regresa
a su Lomeña. Al cabo de un año de estar en su tierra lebaniega, se entera de
que una epidemia de cólera hace estragos en Madrid y el gran médico que es no
lo duda ni un instante: marcha para Madrid y en la Casa de Socorro del distrito
5º, presta sus servicios. A partir de ahí todo son éxitos: doctorado en 1864;
plaza por oposición en el Hospital General de Madrid, Cátedra de Anatomía en
Cádiz que no llega a ocupar porque prefiere quedarse en Madrid en donde, de
nuevo por oposición, alcanza la Cátedra de Patología Quirúrgica en el Hospital
de San Carlos hasta que en 1872 pasa a la de Clínica Quirúrgica que ocupara
hasta su temprana muerte, con tan sólo cincuenta años, el 4 de enero de 1887.
Fue el doctor Encinas un médico notable y adquirió un
renombre a nivel internacional. Fue el primero en abordar la extirpación
maxilar superior para el tratamiento tumoral. Sus alumnos no dudaron en definirlo
como “operador extraordinario, sereno e intrépido; disector habilísimo, su
bisturí no hallaba dificultades en la más intrincada región anatómica y su
pericia en las operaciones de cuello y de cara llegó a ser proverbial”.
Bien es cierto que su aspecto era el de un montañés rudo,
con una barba espesa y poblada como si el Ojáncano de Lomeña anduviera por los
pasillos del hospital y los estudiantes, siempre tan acertados en sus motes lo
pusieron “la fiera seductora”; pero, al mismo tiempo, le tenían un hondo respeto y
un gran cariño.
Don Santiago no sólo se dedicó a la Medicina, sino que en
sus ratos libres fue un hombre interesado por la cultura y por la política en
la que se decantaba por una república conservadora. Fue un hombre generoso y
apoyó la creación del sanatorio del Rosario con 75000 pesetas.
Hasta aquí lo que quería contaros de su biografía. Dejamos
para mañana el “milagro de su conversión”.
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