Don
Manuel Fernández Álvarez, cuya madre era de Cangas de Narcea, escribe una
biografía emocionada de Jovellanos y uno, al leer esta biografía, siente una
profunda pena por esa España que pudo ser y que no fue, por esa España de
hombres que la querían de verdad, que en sus viajes iban tomando notas para
mejorar su patria, que llevaban a España en su corazón y no en sus carteras.
¡Qué pena que aquella España culta, civilizada, con esperanzas se viera
sustituida por una España cutre de camarillas con reinas cuasi analfabetas y
monjes visionarios! Aquélla sí que hubiera sido mi España con el padre Feijoo y
el padre Martín Sarmiento proclamando que se puede ser creyente, pero no ser un
creyente de supersticiones; con una nobleza que se carteaba con Haydn y con personajes que querían sacar a España de esa
habitación oscura que fue el reinado de los Austrias menores. No hubo suerte y
ganó la oscuridad a la luz. El psalmo que aparece en el escudo de la
Universidad de Oxford, Deus illuminatio
mea et salus mea, fue picado con saña por piquetas reaccionarias . Luego
vendría el siglo XIX con tantas guerras y el XX y el XXI y ahí está nuestra España,
sin ilusión, sin ganas, sin esperanza. Fue una pena, pero ahí queda la obra de
este gijonés que un día creyó en el amanecer de España.
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