Si hace unos días tratábamos del Infante don Gabriel
como traductor de Salustio, hoy nos toca hacer lo propio con don José Goya y
Muniain cuyo nombre aparecía en la traducción que de los Comentarios a la Guerra de las Galias de Julio César tenía la
colección Austral. Don José Gil de Goya y Muniain nació en Azanza, pueblo de
Navarra un 9 de julio de 1756 y fue doctor
in utroque iure por la Universidad de Zaragoza. En Valencia, en donde
residió, entró en contacto con el círculo de Gregorio Mayáns y Siscar, el gran
erudito valenciano del que tanto nos hablaba don Antonio Fontán en las clases
de doctorado de mi Complutense. Por la traducción de César, Goya se llevó una
pensión y, con eso, con su trabajo del Tribunal de la Rota y su canonjía en
Sevilla, el bueno de don José fue tirando y recogiendo todo lo que le iban echando
que no era, tal y como hemos visto, moco de pavo. Hasta que falleció en Sevilla
un 6 de marzo de 1807. Todo hasta aquí va muy bien, pero hete aquí que llega
don Marcelino Menéndez Pelayo y en su Bibliografía
hispano-latino clásica va y dice que Goya y Muniain no fue el traductor de
los Comentarios sino que su traducción
se debe al jesuita y gran helenista (del que haremos en su momento entrada) don
José Petisco; pero sigue el cantabrón sabio y añade que tampoco fue suya la
traducción al castellano del Arte poetica
de Aristóteles cuya autoría real es la
de Pedro Luis Blanco; y tampoco es propia la traducción del Catecismo Trilingüe del padre
Canisio. En fin, que el buen canónigo y abogado era un plagiario que se
aprovechaba de las traducciones de otros y les ponía su nombre. En fechas más
recientes, también Lucía Etxeberría, esa ¿escritora? valenciana, plagió a Antonio Colinas que, todo bondad, no
la demandó. Y por ahí anda la tía enseñando más muslo que literatura y viviendo
de la pluma y del cuento. Y es que ya lo
dice el dicho: plagia que algo queda.
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