He
vuelto, en estos días de mayo, a mi
Ramón para leer El hombre del hongo gris
que se publicó hace ya muchos años en aquella biblioteca que fue un intento de
acercar la cultura a los españoles de los setenta: la biblioteca RTV de Salvat.
Siempre que leo un libro de esta biblioteca, recuerdo la casa de Paco, el
albañil murciano que vivía en López de Hoyos 3, el padre de mi amigo Paquito en
cuyo pequeñísimo comedor había una estantería con estos libros de cubiertas
naranjas. Pero no os quería hablar de Paco ni de Paquito , sino de este libro
de Ramón. Curiosa la historia que cuenta, pero adolece de un inconveniente que
siempre he encontrado en el escritor madrileño: su continuo uso y abuso de la
pirueta verbal. En sus libros viene a ocurrir como en los de Chesterton que,
tan llenos están de estos fuegos de artificios, que llegan a empalagar. Lo
mismo ocurre en esos discos de tenores en que, una tras otra, van cantando
arias que suponen todo un alarde vocal sin tener en cuenta que un aria es un
momento de la ópera que se viene preparando y que estalla, pero que repetida
una tras otra, pierde su efecto y se convierte en mera actuación circense. Pese
a esto, Ramón es Ramón (por ahí tengo pendiente su Automoribundia, la que me vendió Javier Pérez Lázaro, el librero de
Olmedo) y su lectura, siempre un gozo. Por cierto, me voy a comprar un hongo
gris que parece que se están poniendo otra vez de moda.
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