Quiero contaros hoy la
historia del doctor Encinas, médico lebaniego que nació en Lomeña el 31 de
diciembre de 1836. Era hijo de labriegos y sus padres quisieron dedicarlo al
sacerdocio y, tras estudiar en Potes dos años de Latín, el muchacho, que no
hemos dicho que se llamaba Santiago González Encinas, se marchó para el
Seminario de León en donde cursó tres años de Filosofía y un año de Teología.
Sin embargo, pronto notaron los profesores que Santiago prefería las ciencias
físicas a las espirituales y que mucho le gustaba practicar autopsias a
pajarillos, lagartos y a cualquier animal que, o bien compraba a sus amigos, o
bien se las ingeniaba para conseguirlo. En 1856, regresa a Lomeña y allí decide
hacerse médico. Cierto ya en su
vocación, Santiago estudia en Valladolid en donde hará amistad con Germán Gamazo
Calvo, un mocetón boecillano que iba todos los días al Instituto pucelano
montado en su caballo para estudiar lo que entonces se llamaba el Grado Bachiller.
Se licencia en Medicina en Valladolid y en 1863 va a Madrid para estudiar el
doctorado. Sin embargo, de nuevo, esta vez por la mala salud, Santiago regresa
a su Lomeña. Al cabo de un año de estar en su tierra lebaniega, se entera de
que una epidemia de cólera hace estragos en Madrid y el gran médico que es no
lo duda ni un instante: marcha para Madrid y en la Casa de Socorro del distrito
5º, presta sus servicios. A partir de ahí todo son éxitos: doctorado en 1864;
plaza por oposición en el Hospital General de Madrid, Cátedra de Anatomía en
Cádiz que no llega a ocupar porque prefiere quedarse en Madrid en donde, de
nuevo por oposición, alcanza la Cátedra de Patología Quirúrgica en el Hospital
de San Carlos hasta que en 1872 pasa a la de Clínica Quirúrgica que ocupara
hasta su temprana muerte, con tan sólo cincuenta años, el 4 de enero de 1887.
Fue el doctor Encinas un médico notable y adquirió un
renombre a nivel internacional. Fue el primero en abordar la extirpación
maxilar superior para el tratamiento tumoral. Sus alumnos no dudaron en definirlo
como “operador extraordinario, sereno e intrépido; disector habilísimo, su
bisturí no hallaba dificultades en la más intrincada región anatómica y su
pericia en las operaciones de cuello y de cara llegó a ser proverbial”.
Bien es cierto que su aspecto era el de un montañés rudo,
con una barba espesa y poblada como si el Ojáncano de Lomeña anduviera por los
pasillos del hospital y los estudiantes, siempre tan acertados en sus motes lo
pusieron “la fiera seductora”; pero, al mismo tiempo, le tenían un hondo respeto y
un gran cariño.
Don Santiago no sólo se dedicó a la Medicina, sino que en
sus ratos libres fue un hombre interesado por la cultura y por la política en
la que se decantaba por una república conservadora. Fue un hombre generoso y
apoyó la creación del sanatorio del Rosario con 75000 pesetas.
Hasta aquí lo que quería contaros de su biografía. Dejamos
para mañana el “milagro de su conversión”.
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