En esta época de confusión en la que los políticos
presos se confunden con los presos políticos que no pueden existir en un país
en donde hay la más absoluta libertad de expresión y de actuación hasta el
punto de que un grupo de descerebrados puedan montar todo un complot para
terminar con España, no hay nada más curativo que volver los ojos a un gran
humanista como Bernat Metge. Cuando triunfa la incultura palmaria de Ada Colau
y los modales barriobajeros de Gabriel Rufián; cuando las cruces amarillas por “los
mártires de la república catalana” emporcan las playas de Cataluña con su
mensaje falso y racista, analfabeto y sombrío, la lectura de Metge, el gran
humanista catalán que introdujo a Petrarca en el reino de Aragón y que escribió
Lo somni, ese fantástico libro que
parte de Cicerón, es un oasis de paz y de sentido común. Metge tradujo del
latín y escribió el maravilloso Somni
en el que Juan I se le aparece en el purgatorio a Metge que escribió esta obra
en la cárcel al haber caído en desgracia frente a la nueva reina María de Luna.
Fijaos si lo hizo bien que, con esta obra, se ganó el favor de la reina y
Bernat volvió a gozar del favor de los reyes de Aragón. He leído este libro en
la espléndida traducción de Martín de Riquer, otro gran catalán, y he leído
también el texto en catalán, ese catalán que ahora ensucian con soflamas de
tres al cuarto los que nunca han leído a Metge, a Llull o a Ausias March. Dicen
que el nacionalismo se cura: pues, venga, chicos, a leer que falta os hace. Y,
para que no os retraséis en los deberes que os pongo, ahí os dejo el principio
en el elegante catalán de Metge, el humanista que dio nombre a la colección de
clásicos griegos y latinos vertidos al catalán, por aquellos filólogos clásicos
catalanes de aquella generación de Bassols, Mariner o Dolç:
Poc temps ha passat que estant en la presó, no per
demèrits que mos perseguidors e envejosos sabessen contra mi (segons que
despuis clarament a llur vergonya s’és demostrat), mas per sola iniquitat que
m’havien, o per ventura per algun secret juí de Déu, un divendres, entorn mija
nit, estudiant en la cambra on jo havia acostumat estar, la qual és testimoni
de les mies cogitacions, me vénc fort gran desig de dormir, e llevant-me en
peus passegé un poc per la dita cambra; mas sobtat de molta son, covenc-me
gitar sobre lo llit, e sobtosament, sens despullar, adormí’m, no pas en la
forma acostumada, mas en aquella que malalts o famejants solen dormir.
Estant així, a mi aparec, a mon vijares, un hom de mija estatura, ab reverent
cara, vestit de vellut pelós carmesí, sembrat de corones dobles d’aur, ab un
barret vermell en lo cap. E acompanyaven-lo dos hòmens de gran estatura, la u
dels quals era jove, fort bell e tenia una rota entre les mans; l’altre era
molt vell, ab llonga barba e sens ulls, lo qual tenia un gran bastó en la mà. E
entorn de tots los dessús dits havia molts falcons, astors e cans de diversa
natura, qui cridaven e udolaven fort llejament.
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