Él tan sólo había sido un
buen músico que había tocado el órgano durante toda su vida y había compuesto
algunas obras que le encumbraban a una cima de la música que no era una gran
cumbre, pero que, al menos, haría que las futuras generaciones lo escucharan.
Sin embargo, desde hacía un tiempo, su mujer, Eugénie Desmousseaux, que había sido alumna suya, lo encuentra raro.
El padre de sus cuatro hijos, - de los
que, por desgracia, tan sólo le viven
dos- , es ya un señor maduro con sus
cincuenta y seis años y que nunca ha roto un plato. Sin embargo, se comporta de manera un tanto rara: se queda
ensimismado en la mesa, se revuelve en la cama nervioso, evita mirarla a los
ojos. Algo raro le pasa a su César, ese hombre maduro que ya no está para líos
amorosos.
París
es una ciudad muy grande, pero también es una ciudad en la que se sabe todo.
Las gentes de su entorno hablan y no paran de decir que César tiene una amante,
que se ha enamorado como un colegial de una alumna; sí, de una alumna como
había sido, ya muchos años atrás, la que ahora era su mujer. Pero ya sabemos
que la gente habla y dice cosas que es mejor no creer…
El
día del estreno del Quinteto para piano en fa menor en el piano hay un pianista
cuyo nombre es Camille y que, andando el tiempo se hará famoso por sus óperas.
A una alumna de su maestro, ese César que tan de cabeza trae a su mujer, le ha
pedido en matrimonio varias veces y la chica, que se llama Augusta, Augusta
Holmès, para más señas, le ha dado calabazas siempre. Se sienta en el banco del
piano, abre la partitura y le echa un vistazo. ¡Dios mío, nunca había tantos
pianísimos y fortísimos juntos! ¿Qué le pasa al maestro César Franck, el
tranquilo organista de la iglesia de Santa Clotilde, que parece un adolescente escribiendo una
carta de amor a su novia?.
Comienza
el concierto y Camille, tocando esa música apasionada va comprendiendo: César y
Augusta, Augusta y César. ¿No será que Augusta lo rechaza porque ama al maestro
Frank, al padre de familia casado y
serio profesor? ¿Será posible que tuviera al enemigo delante de él? Al tiempo
que Camile, una mujer en el público empieza a comprender el estado de rareza de
su esposo y comienza a asociar a Augusta con esa extrañeza. Ambos se dan cuenta
de la pasión que rezuma el Quinteto, de la pena, de la añoranza.
Cuando
acaba el concierto Camille Saint - Säens abandona el escenario casi furibundo. ¡Vaya
con el maestro Franck! ¡a sus años y enamorando a jovencitas! Y aquella mujer que
se sienta entre el público jurará y cumplirá que nunca más escuchará ese
maldito Quinteto en el que su “santo” esposo declaraba su amor por una alumna
que podía ser su hija.
Pues
más o menos fue lo que ocurrió con el famosísimo Quinteto en fa menor de César
Franck al que el gran poeta Eloy Sánchez Rosillo le dedica unos poemas
magistrales de los que tan sólo os pongo el comienzo y una reflexión: ¿es justo
que en el invierno de la madurez dejemos de oír los ruiseñores que cantan en
los árboles?
Cuando ya no esperaba que nada perturbase
el sosiego y el orden que yo mismo elegí para mi vida,
apareciste tú, y de repente toda la paz que poco a poco
fui con paciencia conquistando apartóse de mí,
y una llama muy viva ahora me habita el alma.
Tú tal vez no comprendas lo que esto significa para un
hombre
como yo, que siempre ha estado, en realidad, tan solo,
a pesar de la fiel compañía de unos pocos amigos
y de la larga dicha conyugal que mi mujer me ha dado.
Es como si de pronto un ruiseñor cantara
en la desolación de un árbol anclado en el invierno
y sus ramas desnudas de nuevo recordasen
la gracia del verdor bajo el influjo de esta música.
el sosiego y el orden que yo mismo elegí para mi vida,
apareciste tú, y de repente toda la paz que poco a poco
fui con paciencia conquistando apartóse de mí,
y una llama muy viva ahora me habita el alma.
Tú tal vez no comprendas lo que esto significa para un
hombre
como yo, que siempre ha estado, en realidad, tan solo,
a pesar de la fiel compañía de unos pocos amigos
y de la larga dicha conyugal que mi mujer me ha dado.
Es como si de pronto un ruiseñor cantara
en la desolación de un árbol anclado en el invierno
y sus ramas desnudas de nuevo recordasen
la gracia del verdor bajo el influjo de esta música.