Pero
una educación sexual seria lleva tiempo, dinero y profesionales bien
preparados, no monitores que repartan preservativos como caramelos y que les hablan a los chavales del
punto G. Estamos en un mundo en que la ternura es la gran desconocida y los
chicos, rebosantes de testosterona, se llevan de calle a unas chicas que, no
comprendo por qué, les bailan el agua y entran al cipote (no me he confundido)
con total desparpajo. Hoy cualquier adolescente de Instituto es un macarra, un
lenón, un chulo de putas que maneja a varias pibas sin que éstas, vestidas, en ocasiones de una manera que avergonzaría a
la más experimentada puta de las madrileñas calles de la Ballesta, Montera o
Caballero de Gracia, le pongan en su
sitio con una implacable patada en los mismísimos cojones y sin que un padre
responsable le diga a su hija aquellos versos que decía Pepe Pinto y que con
tanta gracia recitaba mi abuelo Julio:
María
Manuela, ¿me escuchas?
Yo de vestidos no entiendo,
pero... ¿te gusta de veras
ese que te estás poniendo?
Tan fino, tan transparente,
tan escaso y tan ceñido,
que a lo mejor por la calle
te vas a morir de frío.
Yo de vestidos no entiendo,
pero... ¿te gusta de veras
ese que te estás poniendo?
Tan fino, tan transparente,
tan escaso y tan ceñido,
que a lo mejor por la calle
te vas a morir de frío.
Repito:
la manada la estamos creando entre todos yendo de modernos, de liberados, de
repartidores de condones en las clases y olvidando la ternura, el afecto, la
sensibilidad. Es normal que una niña deje de ser virgen a los doce años y que
un chaval de catorce haya follado más que un lenón de Plauto. Ahora que se
acerca san Fermín, esa fiesta fantástica a la que antes iban a correr y ahora van a correrse, pondremos el grito en el cielo
si, Dios no lo quiera, nos abren los noticieros con la triste noticia de que
otro grupo de bestias ha saltado sobre la libertad de una mujer. Pondremos el
grito en el cielo porque somos unos hipócritas; porque defendemos la inmoralidad
y porque hacemos del sexo un juego para que nuestros niños se desfoguen. Si la
represión hizo generaciones de gentes reprimidas, la liberación del sexi loco
está creando monstruos que no ven más allá de su glande ni más allá de su
vulva. Aquí todos somos la manada.
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