Hay que tener mucho valor para, en estos tiempos
ruidosos, de bruit de mouches que
decía Monsieur Pascal, escribir sobre el silencio y, especialmente es un acto
heroico, en el segundo país más ruidoso del mundo en donde las terrazas dejan a
los vecinos que con ojeras porque la fiestuki es sagrada y, si surge un
concejal que cumpla con su obligación y hace cumplir las normas, es rápidamente
tildado por la pijo- progresía que habita en sus dachas silenciosas de fascista
sin remedio. Ya he dicho que, en otras entradas
de blog, en una película de Buñuel, el genio de Calanda se imaginaba el infierno
como una discoteca en la que el ruido era ensordecedor. No me extraña porque mi
idea de un infierno en la tierra tiene, desde hace muchos años, la imagen de
una macro fiesta. Cuento todo esto porque Ramón Andrés, escritor que escribe
mucho y bien sobre la música, ha escrito
un libro maravilloso sobre los escritos místicos que tratan sobre el silencio y
en sus páginas nos presenta a san Pedro de Alcántara, a fray Bernardino de Laredo, a Juan de los Ángeles, a Santa
Teresa, a mi san Juan de la Cruz y a otros muchos como el inefable Miguel de
Molinos. Curioso es que a muchos de estos escritores la Inquisición quiso echar
el guante por iluminados o porque practicaban la oración en silencio.
Afortunadamente, la Iglesia que es una institución sagrada, pero cuyos componentes
son humanos, con el aliento del Espíritu Santo, va cambiando sus maneras de
pensar.
Sin
embargo, si a alguno os puede sorprender
que alguien que ha escrito sobre Bach o sobre Monteverdi, escriba sobre
el silencio, os diré aquellas sabias palabras que decía don Antonio
Fernández-Cid: La música está compuestas de silencios y, por tanto, el que ama
la música ama el silencio.
Fantástico
libro sobre el silencio en un mundo de
móviles sonando en los conciertos, en misa, en el cine y, sobre todo, en un
mundo de palabras banales. Os lo recomiendo leer en el más absoluto silencio
que es como hay que leer. (A ver si para otro día escribo sobre esa infrarraza
que lee oyendo música).
Este
señor navarro se atreve a decir estas luminosas palabras cuando un periodista
le pregunta sobre el arrinconamiento de las humanidades:
“En ello veo el avance del enemigo, del que
necesita propagar y velar por la ignorancia para afianzar el poder, cosa que
hacen los unos y los otros. El Estado, y ahora la Economía,
o, digámoslo directamente, necesita de súbditos que consuman y obedezcan, que no piensen, que vayan con su propia muerte en las
manos, que la alimenten, y, llegado el momento, cuando ya no sean necesarios,
se la administren. Hoy, para el Sistema, un individuo es ante todo
rentabilidad; no es ya un ciudadano sino un cliente”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario