En aquellos días en que yo era niño-Dios en Madrid,
Jacobo Muñoz Veiga era mi profesor de filosofía. Desperdicié sus clases porque
en los locos dieciocho años de primero de carrera todo estaba permitido incluso
despreciar aquellas clases en las que Jacobo desplegaba no sólo todo su
conocimiento filosófico, sino su conocimiento sobre diversas materias que él dominaba como el que
juega a un hermoso juego palatino
rodeado de abanicos y tules. Jacobo era un artista de la filosofía a la que
llegó porque, en sus años de estudiantes, le había parecido un baile de ideas. Nosotros
no le hacíamos caso y hablábamos de las estupideces de las que se habla a los
dieciocho años. Jacobo había traducido del alemán a Hörderlin y nos citaba al
poeta en alemán para rechifla de aquellos mozos incultos y bárbaros que éramos.
Jacobo hablaba como suena un oboe de Poitou, cadencioso y bello. Nosotros nos
fijábamos en las disputas con Oswaldo Market y en atribuirle falsos nacimientos
en la plaza de la Veiguiña, en Marín. Mucho más tarde, supe que había nacido en
Valencia y, ahora, en esta madurez serena, he sabido que ha muerto en Madrid a
los setenta y seis años aquel profesor que acababa de cumplir los cuarenta cuando
nos daba clase en la Complutense. También hace unos años conocí a sus discípulos
más conspicuos, José Luis Pardo y Felipe Martínez Marzoa. Mi recuerdo de Jacobo
más maravilloso es cuando nos recitó este poema de Marcial en endecasílabos
falecios. Aquí os lo pongo y os hablaré del poema en la próxima entrada.
XXXIV
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Triginta mihi quattuorque messes
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Tecum, si memini, fuere, Iuli.
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Quarum dulcia mixta sunt
amaris,
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Sed iucunda tamen fuere plura;
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Et si calculus omnis huc et illuc
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5
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Diversus bicolorque digeratur,
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Vincet candida turba nigriorem.
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Si vitare velis acerba quaedam
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Et tristis animi cavere morsus,
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Nulli te facias nimis sodalem:
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Gaudebis minus et minus dolebis.
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Treinta y cuatro meses
estuve contigo,
si mal no recuerdo,
Julio, amigo,
en los que lo dulce
estuvo mezclado con lo amargo.
Mas con todo, fueron
más los hechos felices.
Y, si todas las piedras aquí y allí
van formando dos
montoncitos,
el grupo del blanco
vence al del negro.
Si quieres evitar los
momentos difíciles
y precaverte de los
mordiscos de un alma triste,
de ninguno te hagas
amigo en exceso:
gozarás menos y menos
sufrirás.
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