Tiene ya muchos años este cuento
que di en llamar Las cortinas marrones
por unas cortinas que había al fondo de la tienda de Vázquez Lescaille en
Pontevedra. Espero que os guste.
LAS CORTINAS MARRONES
A
Pontevedra, a cidade das camelias,
na
que soñei moitas veces un amor que endexamais chegou.
Siempre te esperaba junto a aquellas
cortinas marrones, en la tienda de discos. Habíamos pasado la mañana
espiándonos en las clases, lanzándonos miradas cómplices desde las mesas. Yo
salía un poco antes y te esperaba. Tú llegabas un poco más tarde y te traías
toda la primavera contigo, todo el aroma de las camelias en flor de la
Herrería. Nos queríamos con la fuerza que da lo nuevo, con la ilusión que dan
los quince años. Yo pasaba el rato mirando los discos y de repente tú llegabas
y salíamos a la calle. La calle, llena de sol, aunque la niebla del mar
cubriera la alameda. Recorríamos las calles hasta tu casa y te dejaba en el
portal con la ilusión de verte a la tarde, en las clases aquellas en las que
entraba el sol de Febrero. Miraba desde la ventana y veía pasar al niño con su
madre, a la castañera en la esquina de Riestra, a los obreros que salían de sus
trabajos. Y sabía que ya llegaba nuestra hora, la hora en que volveríamos a
estar juntos. Tú salías de la academia de inglés a las ocho y yo te esperaba en
el portal. Recorríamos las calles oscuras de la ciudad, bañadas por la niebla,
por el salitre del mar y me decías que parecía que estábamos en una ciudad
submarina, en una ciudad sacada de un cuento antiguo y misterioso en el que los
hombres tuvieran escamas y se reprodujeran como los peces. Y reíamos en el
silencio de la noche que hacía retumbar nuestros pasos en los antiguos palacios.
A veces llegábamos hasta el puerto, hasta aquel puerto que en otros siglos
albergó tantas barcas de los mareantes y nos quedábamos mirando a la ría,
viendo las luces del otro lado, de los pueblos de las montañas. Y entonces me
cogías la mano y me decías que aquello era muy hermoso, tan hermoso que parecía
que todo era una película, como si delante tuviéramos la pantalla del Avenida o
del Malvar. Luego otra vez volvíamos a tu portal y yo me marchaba para aquellas
calles que conservaban un olor antiguo, mezcla de mar y de monte, de vino ácido
y aguardiente. A la mañana todo volvía a ser lo mismo. Las clases en aquel
caserón de la alameda, las miradas cómplices y mi espera junto a aquellas
cortinas marrones, estas mismas que ahora tengo a mi lado que acaricio en un
descuido de la dependienta para que no piense que soy un loco, un perturbado
que hace cosas raras. Como entonces, a mi lado están los discos en sus cajas y
las cintas en sus armarios; también están conmigo mis recuerdos de tantos días,
de tantos meses, de tantos años. Miro las cortinas marrones en aquella
trastienda y entonces siento la voz de la dependienta a mi espalda:
- ¿Desea algo, señor?
- No, nada. Bueno, sí.Alargo la mano y alcanzo un disco. Uno cualquiera, ése que me hubiera gustado regalarte en una de aquellas mañanas en las que el sol vencía a la niebla allá por Lourizán.**********************Subo la escalera y desde el rellano miro allá al fondo a aquellas cortinas marrones. Salgo a la calle y busco entre la niebla que sube del puerto aquella ciudad submarina que tú me describías en aquellas tardes que paseábamos entre Santa María y la plaza de la Leña. También te busco a ti pero es inútil. Espero que surjas de repente, doblando una esquina, con tu sonrisa que iba abriendo las puertas a la primavera, haciendo florecer los camelios y las madreselvas. Quizás algún día el milagro sea posible. Por ahora sólo tengo en la mano el disco que compré en aquella tienda en la que nos esperábamos, en aquella tienda que tenía al fondo unas cortinas marrones.
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