Hay
libros de los que se disfruta desde la primera a la última página; hay libros
que van descubriendo la psicología de una ciudad por medio del análisis de una
familia; hay libros que presentan unos caracteres tan precisos que parece que conocemos a los personajes por ser nuestros vecinos. Para
eso hay que ser un gran escritor aunque la intelectualidad lo relegara durante
años a literatura de kiosko porque sus libros en media Europa se vendían y era
muchos sus lectores. Como ya algún avispado lector se habrá dado cuenta, estoy
hablando de mi muy admirado y casi idolatrado Stefan Zweig que fue capaz de
vender y de hacer una literatura de altísimo vuelo. Sus libros, pudriéndose en
los almacenes de Editorial Juventud, no eran materia grata para los intelectuales
de la gauche divine, pero bastó con
que El Acantilado los empezara a publicar para que se le absolviera de toda
culpa. Me he leído Miedo y os lo
recomiendo. Como Galdós, Zwig escribió mucho así que, por fortuna, siempre hay algo suyo para leer.
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