La lectura de Auto
de fe (Die Blendung) es una experiencia única. La primera vez que la leí,
inducido por ese gran lector y librero que fue Senén Pérez, andaba un servidor
por las tierras de Ávila y, con menos años y menos lecturas, no la aprecié en su justa medida si es que es
menester decir la verdad. Ahora, al releerla, he podido comprobar la grandeza
de esta novela, única de Canetti. La novela tiene a unos protagonistas tan
exagerados que son caricaturas, trágicas pero caricaturas, de ese mundo de
entreguerras que desembocaría en el holocausto nazi. Klien es un obseso de los
libros, un hombre para el que no hay nada más que los libros y la ciencia y
para el que la vida cotidiana es algo trivial, una pérdida de tiempo que él,
preclaro intelectual, no se puede permitir. Es un tipo misántropo y misógino
porque considera que nada tienen que aportar las personas a su mundo libresco.
Sólo los libros son sus acompañantes y nada necesita de los seres humanos,
estúpidos estorbos para un intelectual conspicuo. Sin embargo, es a esta librorum insula adonde va a llegar
Teresa, una mujer zafia, que confundirá a Klien, el experto sinólogo, porque, tras
esa limpieza concienzuda de los libros que él toma como un amor inmenso por
ellos, se esconde una razón “mundana”: Teresa, que no puede comprender por qué
madruga Klien todos los días, llega a pensar que oculta un cadáver
descuartizado de una mujer anterior del sinólogo. Tan listo para los libros y
tan tonto para las mujeres, Klien se acaba casando con Teresa que le convertirá
la casa en un infierno pues la sirvienta- ahora ama de la casa-, divide el apartamento
y va tomando la casa (cf. Casa tomada de Cortázar) en una loca búsqueda por el
dinero del a su que había cometido dos
errores imperdonable: uno, considerar a Teresa como una mujer sensible y amante
de los libros y, dos, el pensar que tan sólo era posible una unión intelectual
entre ambos. El único intento de salida al mundo exterior del pobre Klien acaba
en un desastre que terminará a su vez con su vida.
En este ataque despiadado, la ayudará Benedik
Pfaff, el portero lasquenete, el protofascista, el ojo vigilante, el macho
agresivo que pega a su hija a y a cuantas mujeres se le cruzan. El portero es
un personaje repulsivo como repulsiva era la violencia que los años treinta
llevaban en la vida cotidiana. Klien, incapaz de soportar por más tiempo el
asedio de su mujer, huye con una
biblioteca portátil ( al sinólogo le pasa lo que a muchos lectores, que no
sabemos estar sin libros) y se adentra en el mundo, pero, como no tiene las habilidades
sociales para moverse por él, acaba cayendo en las redes de los personajes más
sórdidos y bajos de la sociedad como es el caso del enano Fischerle, un
macarra, un carterista, un ambicioso jugador de ajedrez cuyo único anhelo es ir
a América y poder enfrentarse con Capablanca, el maestro cubano del ajedrez,
porque el lenón se tiene por un consumado ajedrecista.
Pero aún nos falta el hermano de Peter
Kien, el psiquiatra que vive en París y que, si bien no consigue curar a su
hermano, consigue al menos que “tome” de nuevo su apartamento. Sin embargo,
cuando Klien regresa lo hará para terminar junto a sus seres más queridos, los
libros, y con ellos se inmolará en una gigantesca hoguera, anticipo de los
hornos de Auschwitz, cuyo resplandor (de
ahí el nombre en alemán) llenará el final apocalíptico de la novela.
Canetti, en definitiva, está
describiendo la neurosis de una sociedad que caminaba a su destrucción.
Finalmente, el escritor búlgaro
presenta dos mundos enfrentados: el yo individual y el yo colectivo, el
individuo frente a la masa. Este gran escritor búlgaro trabajó mucho sobre este
tema y al comienzo de su gran ensayo, Masa
y poder, dice: “ Nada teme más el hombre que ser tocado por lo
desconocido”.
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