Llevo
años y años leyendo con pasión a Francisco de Aldana, poeta español nacido en
Nápoles y amigo del rey portugués don Sebastián con el que murió por las
tierras de África. Aldana fue, como Garcilaso, militar y, siguiendo aquel dicho
de que “nunca la lanza embotó la pluma”, es uno de los grandes poetas del Renacimiento
español. Después de todo lo que dijo de él en sus numerosos estudios Elia L.
Rivers, el que yo siga aquí, en este humildísimo blog hablando de él es una
temeridad muy temeraria. Os dejo con un soneto tan bueno como todos los suyos;
tan bueno como toda la producción poética de este amigo de mi muy querido rey
don Sebastián.
Mil veces callo, que romper
deseo
el cielo a gritos, y otras tantas tiento
dar a mi lengua voz y movimiento,
que en silencio mortal yacer la veo.
Anda cual velocísimo correo
por dentro el alma el suelto pensamiento,
con alto, y de dolor, lloroso acento,
casi en sombra de muerte un nuevo Orfeo.
No halla la memoria o la esperanza
rastro de imagen dulce y deleitable
con que la voluntad viva segura.
Cuanto en mí hallo es maldición que alcanza,
muerte que tarda, llanto inconsolable,
desdén del cielo, error de la ventura.
el cielo a gritos, y otras tantas tiento
dar a mi lengua voz y movimiento,
que en silencio mortal yacer la veo.
Anda cual velocísimo correo
por dentro el alma el suelto pensamiento,
con alto, y de dolor, lloroso acento,
casi en sombra de muerte un nuevo Orfeo.
No halla la memoria o la esperanza
rastro de imagen dulce y deleitable
con que la voluntad viva segura.
Cuanto en mí hallo es maldición que alcanza,
muerte que tarda, llanto inconsolable,
desdén del cielo, error de la ventura.
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