No sabía
cómo decíroslo, pero resulta que me ido de viaje a Marrakesh con Elías Canetti
y él, con ese gran oído que tiene y con esa exquisita sensibilidad me ha ido
llevando por las callejas de la ciudad y con él he visitado a una familia judía,
he visto adivinos, curanderos y camellos a la puesta del sol muriendo junto a
las murallas. Sólo se puede viajar si se tiene esta sensibilidad; otros tipos
de viaje, ahora que se viaja en masa o en rebaño, no sirven para nada porque lo de que “viajando
se aprende” es una vil mentira pues, como decía, Jardiel Poncela, “si viajando
se aprendiera, los revisores de la RENFE serían catedráticos”. Además, Canetti me iba narrando esos
caracteres que conforman uno de sus mejores libros, El Testigo Oidor, una maravilla que me recuerda a mi muy querido,
citado y admirado don Álvaro Cunqueiro. No creo en los viajes como fuente de
aprendizaje, pero este viaje que he hecho con don Elías qué queréis que os diga…
Entre poetas nos entendemos.
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