Sólo la luna sospecha la verdad.
Y es que el hombre no existe.
Vicente Aleixandre
Un sueño de caballos
salvajes
galopaba por la
garganta del valle,
mientras sonaba en
sordina la voz del arroyo
y a los robles,
lentamente,
regresaba la savia con
su voz nueva.
Una vez más primavera
despertaba en las
madrigueras
al zorro, al lobezno,
al cervato
que aún temblorosos
contemplaban
cómo un nuevo mundo se
abría ante sus ojos.
Ningún hombre entonces
pisaba
el suelo virgen de los
caminos;
ningún hombre entonces
construía
su casa en las laderas
del monte.
Era entonces cuando la
Liébana su nombre
desconocía y esperaba
la voz que la nombrara,
que la hiciera salir
de su sueño de siglos oscuros.
Era entonces cuando
las fuentes esperaban
la boca sedienta del
pastor en el estío,
cuando el haya
aguardaba al vaquero
para que sesteara a su
sombra.
Tan sólo la voz del
lobo sonaba
en el silencio sagrado
que esperaba al hombre
y tensa devenía la
espera de las criaturas
por la venida de su
señor y amo,
del extraño ser que
regentara las solitarias cimas.
.
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