Un
buen amigo sacerdote, don Antonio Gómez, me habló hace un par de años de
Bartolomé Lloréns, un poeta valenciano, de Catarroja para más señas, que,
nacido en 1923, no llegó a vivir más de veintitrés años. Fue compañero de aula
en mi querida Complutense de Fernando Lázaro Carreter y de Carlos Bousoño que
le hace un bonito prólogo a esta edición que sabe a poco porque recoge poco más
de una ocena de poemas, un hermoso ramillete de su obra, pero que deja con la
miel en los labios. José Julio
Cabanillas lo emparenta con mucho acierto con José Luis Hidalgo, poeta también
de los cuarenta, autor de un libro llamado Los muertos y autor del que tan sólo he leído algunos versos en una
antología de poetas de la posguerra, pero del que siempre me he quedado con
ganas de leer más y no será raro que en
breve una entrada de este blog lleve su nombre. Volviendo con el valenciano, os
copio este soneto que me ha llegado hasta la más profundo de mi corazón. Lo
compuso después de volver su mirada a Dios tras unos ejercicios con el Opus Dei
y dice así:
PASIÓN
La corona de espinas, Cristo mío,
que fiera te mordió la limpia frente;
los clavos que en Tu carne transparente
se hundieron, apagando en Ti su frío;
el acerbo sudor, letal rocío,
la sangre que vertiste amargamente;
la lanza con que abrió la oculta f uente
de Tu costado el centurión impío;
Tus llagas, Tus dolores, Tu agonía,
en mí los siento arder, en mí los siento
al vivir tu pasión el alma mía…
Mas, ¡qué dulce tormento este tormento!
¡Por Ti, Jesús, me crucificaría
si así evitase yo Tu sufrimiento!
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