Recupero este escrito de noviembre de 2012 en el que hablaba del padre
Sopeña. Merece la pena su lectura aunque tengo que retocar el final pues ya leí
el libro sobre Mahler que recomendaba Pérez de Arteaga y me pareció genial.
Os dejo con el padre Sopeña.
Últimamente he leído algunas
cosas de Federico Sopeña y, la verdad, no me ha disgustado. Leí hace algún
tiempo su libro El lied alemán y me
pareció un estudio muy digno teniendo en cuenta la época en la que se escribió.
Hace pocos días, he terminado Escrito de
noche una colección de artículos sobre personas y sobre intimidades que me
ha gustado bastante aunque en ocasiones la sintaxis del padre Sopeña es un
tanto abrupta, nerviosa, entrecortada. De aquel primer libro que leí recuerdo
una muy hermosa descripción de la ciudad de Zwickau: “Nuestro primer verano es
primavera tardía en la Alemania central: como encanto de esta primavera, recuerdo
yo, viajando muy joven de Bad Elster a Dresde, la visión a la izquierda de
Zwickau, ciudad pequeña, recogida, como a la defensa de su silencio”. Y desde
que lo leí, me vino el deseo de habitar en tan hermosa ciudad en la que tan
sólo ese silencio se vería roto por el piano encantado de algún romántico
músico que en una casa pequeña con su pequeño jardín componía al amor y a la
vida. Cosas de madurez.
Del segundo libro, recuerdo esa visión del Conservatorio de
Madrid cuando por él andaban José Cubiles,
Lola Rodríguez de Aragón, gran amiga de Sopeña, García Matos, Regino Sainz de
la Maza y otros grandes músicos. A esa generación le siguió la de Cristóbal
Halfter, pero, siempre según Sopeña, el Conservatorio ya no fue ni era - cuando
él escribe son los años ochenta- aquel Conservatorio que conoció.
El tercer libro aún no lo he leído y su tema es Mahler. Esta
obra es muy elogiada por José Luis Pérez de Arteaga, gran mahleriano donde los
haya. Cuando lo lea, ya os contaré. Mientras tanto me quedo recogido en el
silencio de Boecillo que aunque no es Zwickau
tampoco es lugar en donde no reine el silencio y more el ruido.
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