No puedo negar mi gusto y mi
afición por Richard Strauss, tanto en su obra orquestal como en su obra teatral
y liderística. Desde sus primeros conciertos para trompa hasta las
Metamorphosen, su última composición
para orquesta, la calidad de Strauss fue enorme. No voy a entrar en sus “tres pecados
capitales”, aceptar el cargo de presidente de la Cámara de Música del Tercer
Reich, asumir la dirección del Gewandhaus de Lepzig cuando los nazis expulsaron
a Bruno Walter y dirigir en Bayreuth cuando Toscanini se había negado a hacerlo,
porque en 1948 fue declarado inocente de colaboración con el régimen nazi y porque
en 1945 escribió una de las partituras para orquesta más impresionantes que he
oído nunca y que he citado unas líneas más arriba:
Metamorphosen, un grito contra las atrocidades y barbaries de la
Segunda Guerra Mundial. Como un ejemplo de la gran calidad de sus óperas en las
que, desde
Elektra, firmaba el libreto ese gran poeta austriaco que
fue Hugo von Hofmannsthal, os dejo un fragmento del libreto de su ópera más
liviana,
El caballero de la rosa, en
la que la Mariscala habla del paso del tiempo.
El tiempo
es una cosa extraña.
Mientras
una vive su vida,
es
absolutamente nada.
Luego, de
repente,
no se es
consciente de otra cosa.
Nos rodea
totalmente,
y también
está dentro de nosotros.
Gotea por
nuestros rostros,
gotea ahí
en el espejo,
fluye por
mis sienes;
y entre
tú y yo de nuevo
silenciosamente,
como un reloj de arena.
¡Oh,
Quinquin!
A veces,
lo oigo fluir inexorablemente.
A veces
me levanto en medio de la noche
y paro
todos los relojes, todos.
Sin
embargo, no hay que temerlo.
El tiempo
también es una criatura
del Padre
que nos hizo a todos.
Traducción
de Fernando Fraga y Blas Matamoro
Sin
comentarios.
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