Mi amigo y compañero
Paco Galán, gran rapsoda abulense,
nació por las últimas tierras de la provincia de Ávila, casi en tierras
de Medina, más en concreto en Orbita. Este
pueblo y Palacios de Goda tienen fama merecida por sus excelentes quesos. Pero
esto es otra historia. Volvamos al camino. Como os iba diciendo, Paco es un
gran rapsoda que pasó parte de su vida profesional en tierras pacenses y allí
conoció la obra de dos grandes poetas extremeños: Luis Chamizo, del que ya he
tratado en una entrada de este vuestro blog, y Luis Álvarez Lencero. Pues bien,
pese a que había oído muchas veces el CD
con sus recitaciones que Paco tuvo a bien regalarme, nunca había reparado en la
belleza, o más bien, en la fuerza de ese poema que se llama: Mientras exista un solo hombre en pena, no
me habléis de la rosa ni de la primavera.
Álvarez Lencero es un gran poeta que se ciñe a las formas clásicas, pero
en cuyos poemas palpita el hombre hecho verso, el barro extremeño hecho
endecasílabo. Su vida no fue afortunada
y conoció el dolor y la enfermedad .Os dejo con él y con su voz recia de
herrero.
No me habléis de la rosa ni de la primavera
Masticando la tierra,
descamisado y ronco,
sudando,
dando el callo de mi alma y de mi mano,
como un hueso desnudo, clamo,
abriendo el vientre de la madre tierra,
rabiosamente ibero y campesino,
para sembrar la luz y la esperanza,
para sembrar los puños y los gritos,
para sembrar a Dios que tiene hambre.
Masticando la carne que me duele,
el corazón me estalla por los ojos,
me sube y me amortaja como a un polo,
me viste de soldado la sonrisa,
me despelleja la cáscara del alma.
He aquí el dolor de los que padecen la bota que los aplasta.
He aquí el oro como un salivazo de pus.
He aquí la nada de una cuchara muerta sobre el hombro de un niño.
He aquí el asco del amo como un beso de jornal tuberculoso.
He aquí el yo que hiede a escalofrío de fusil apuntando.
He aquí el tú que señala como un dedo de verdugo.
He aquí el alma de los niños sucia de verdades y limpia de sabidurías.
He aquí los mineros de la pena escarbando un hoyo con las uñas para enterrarse.
He aquí los desterrados de la alegría,
los perseguidos y malolientes mendigos de la alegría
que se arrancan los ojos cuando ven a los pájaros felices.
He aquí los machacados a martillo, los yunques,
los que soportan cóleras y babas,
los marcados a hierro en las espaldas,
los estiércoles hombres que agonizan.
He aquí los sin manos, los que gastan
el puño de pedir el pan diario y no lo alcanzan,
los que dejan el hambre puerta a puerta
pero llevan al hombro el “Dios te ampare…”
descamisado y ronco,
sudando,
dando el callo de mi alma y de mi mano,
como un hueso desnudo, clamo,
abriendo el vientre de la madre tierra,
rabiosamente ibero y campesino,
para sembrar la luz y la esperanza,
para sembrar los puños y los gritos,
para sembrar a Dios que tiene hambre.
Masticando la carne que me duele,
el corazón me estalla por los ojos,
me sube y me amortaja como a un polo,
me viste de soldado la sonrisa,
me despelleja la cáscara del alma.
He aquí el dolor de los que padecen la bota que los aplasta.
He aquí el oro como un salivazo de pus.
He aquí la nada de una cuchara muerta sobre el hombro de un niño.
He aquí el asco del amo como un beso de jornal tuberculoso.
He aquí el yo que hiede a escalofrío de fusil apuntando.
He aquí el tú que señala como un dedo de verdugo.
He aquí el alma de los niños sucia de verdades y limpia de sabidurías.
He aquí los mineros de la pena escarbando un hoyo con las uñas para enterrarse.
He aquí los desterrados de la alegría,
los perseguidos y malolientes mendigos de la alegría
que se arrancan los ojos cuando ven a los pájaros felices.
He aquí los machacados a martillo, los yunques,
los que soportan cóleras y babas,
los marcados a hierro en las espaldas,
los estiércoles hombres que agonizan.
He aquí los sin manos, los que gastan
el puño de pedir el pan diario y no lo alcanzan,
los que dejan el hambre puerta a puerta
pero llevan al hombro el “Dios te ampare…”
¡¡¡Nooooo!!!
No se puede dormir esta noche.
No se puede vivir en esta tierra empapada de sangre.
No es posible dormir ni vivir a pierna suelta cuando
hay tantos hombres que sufren,
tanta gota de carne maltratada, fusilada,
tanto serrucho sobre el cuello de la libertad,
tanto llanto chupado por las sanguijuelas,
tanto sudor para engordar las tripas de los amos,
tanta cadena sobre el pecho del pan,
tanto clavo en el agua del sediento,
tanta piedra sobre la risa de la flor, sobre los muertos que caminan.
¡No! No me habléis de la rosa ni de la primavera.
Tirad vuestros sueños a la basura como ropa apolillada.
Tirad la cáscara de vuestra felicidad al retrete.
Tirad el perdón a la boca del que pide misericordia.
Tirad las monedas del sueño sin comprar un descanso.
Tirad vuestro sueño, digo,
vuestras manos y vuestros ojos a las covachas donde el piojo chupa,
donde la cama es suelo,
donde el frío se mata con unas tristes tablas de caja de sardinas,
donde las ratas riñen la batalla del mendrugo con los hambrientos.
¡No! No es posible y me avergüenzo de ser hombre.
¡Mientras exista un solo hombre en pena
no me habléis de la rosa ni de la primavera!
Poema de Luis Álvarez Lencero
No se puede dormir esta noche.
No se puede vivir en esta tierra empapada de sangre.
No es posible dormir ni vivir a pierna suelta cuando
hay tantos hombres que sufren,
tanta gota de carne maltratada, fusilada,
tanto serrucho sobre el cuello de la libertad,
tanto llanto chupado por las sanguijuelas,
tanto sudor para engordar las tripas de los amos,
tanta cadena sobre el pecho del pan,
tanto clavo en el agua del sediento,
tanta piedra sobre la risa de la flor, sobre los muertos que caminan.
¡No! No me habléis de la rosa ni de la primavera.
Tirad vuestros sueños a la basura como ropa apolillada.
Tirad la cáscara de vuestra felicidad al retrete.
Tirad el perdón a la boca del que pide misericordia.
Tirad las monedas del sueño sin comprar un descanso.
Tirad vuestro sueño, digo,
vuestras manos y vuestros ojos a las covachas donde el piojo chupa,
donde la cama es suelo,
donde el frío se mata con unas tristes tablas de caja de sardinas,
donde las ratas riñen la batalla del mendrugo con los hambrientos.
¡No! No es posible y me avergüenzo de ser hombre.
¡Mientras exista un solo hombre en pena
no me habléis de la rosa ni de la primavera!
Poema de Luis Álvarez Lencero
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