Otra
vez estamos juntos, querido Vicente, en esos ocasos tuyos en Poley, en esos
ocasos míos junto a aquel saúco a cuyo
olor leía yo tus versos en mis años abulenses. Otra vez pasan por mis ojos tus
ermitas, tu Córdoba, con tus pinares en sombra. Otra vez siento el barroquismo
de tus poemas, tus hermosos colores que llenan mi alma. Hacía tiempo que no
compartíamos el gozo de encontrarnos, de escuchar unos buenos cantes flamencos,
de hablar de poesía. Ya sé que te has muerto de pura belleza, de pura sensibilidad, pero otra vez te tengo ante mí,
querido Vicente. Ahora que tengo otra vez en mis manos y en mi alma Ocaso en Poley vuelvo a sentir la emoción de cuando fui ese
antiguo muchacho, aquél al que cantara tu amigo, mi muy admirado Pablo García
Baena. ¡Qué grandes los poetas de Córdoba! Desde don Luis de Góngora enseñándonos
a amar la belleza de la que decía Antonio Gamoneda que había que ser muy hombre
para poder gozarla. En este ocaso castellano de nubes cárdenas por el monte de
Boecillo, te sigo leyendo, poeta que nunca conocí sino por tus versos; amigo al
que siempre traté en mi corazón; hermano al que siempre llevo en mi alma.
Otoño¿Y cómo te diré, amor, que ya es otoño
desde esta lejanía que hace bello al deseo,
si la lluvia que moja mis hombros es lo mismo
que todos los recuerdos dulces y las promesas,
y las nubes tan grises no son como tus ojos?
¿Qué tristeza que sabe a una antigua alegría
tiene el parque alfombrado de crujientes serojas,
si tú vives lejísimos y mi vida no tiene,
cual las oblicuas tubas de los talados árboles.
otro destino ahora que la desnuda espera?
¿Es algo quizás nuevo o es solamente el tiempo
que otra vez de improviso vierte sus caravanas
de humedades y olores de papeles y tierras,
de viejos palomares y de tejas oscuras,
el tiempo que regresa como un joven desnudo,
mojado y casi ebrio de un viaje larguísimo?
Pero yo sólo sé, amor, que ya es otoño,
que tu recuerdo este día triste me empuja
al final de los parques donde estuvimos juntos,
los parques de otras tardes claras en que el perfume
de los tilos en flor era igual que un abrazo,
y una caja de música morada las Descalzas,
cuando los barrenderos lentamente volvían.
Y también sé, amor mío, que desde mi tristeza
vanas serán las rosas que prepara la tierra,
que nunca la melisa silvestre volveremos
a coger por las lomas leves de los ejidos,
que indiferente a este pecho que se me muere
sus flores el ciclamen volverá a dar tan bellas.
Y por eso, quisiera expirar junto a esas
húmedas avenidas de alerces solitarios,
porque una vez jugamos donde una fuente ahora
con la ilusión de mayo contentísima gime.
De "Los días terrestres" 1957
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