César
Medina-Bocos fue un hidalgo poeta o un poeta hidalgo, tanto da que da lo mismo.
Con su caballo, iba el poeta con la tranquilidad violeta, como dijo Juan Ramón
en unos versos. Con su caballo, recorría las tierras y se llenaba del olor de
los rastrojos. Con su caballo, el alba lo encontraba en los pinares
redescubriendo el mundo. César Medina – Bocos nació en Pedrajas de San Esteban,
pero se casó en Serrada y hasta la casona de Serrada se fue y en ella, como
parra fecunda, alimentó a sus muchos hijos. Medina –Bocos escribe con
elegancia, no habla de penes ni de vulvas, ni nos cuenta un orgasmo en vivo y
en directo porque es un caballero, un poeta que, todas las tardes, recorre los
caminos mientras el sol se va poniendo por los tesos. A mí, como soy un tío
antiguo, su poesía me gusta y disfruto con ella. Que fuera un hidalgo no me
parece bien socialmente porque esa idea del hidalgo de que trabajen los romanos
que para eso tienen el pecho de lata ha sido la ruina de España, pero la
estética del hidalgo me gusta. Pero, claro, el hecho de ser hidalgo te convierte en un
elemento políticamente irrecuperable para la izquierda de este país cuya estética
ha sido siempre de sobaquina, pana y lana y eructos tabernarios. Si el hombre
tenía sus tierras, era medianamente rico y además montaba a caballo, es decir,
lo más parecido a un señorito que ha de ser pasado a cuchillo pues no iba a ser
de Podemos. Vamos, digo yo. Espero que me crucifiquéis por lo que he escrito y
que me lluevan los comentarios airados, pero como nadie me lee, ni siquiera voy
a darme ese gustazo.
Puso esta décima en su tumba,
porque Medina – Bocos, por si no eran pocos sus defectos, también era católico:
Si eres cristiano, sé fuerte
y en este lugar sagrado
piensa en Dios y odia el pecado,
pero no temas la muerte.
Alza la vista y advierte
que tu victoria pregona
esa cruz que le corona,
prenda de infinito amor
del Divino Redentor
que resucita y perdona.
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