Decía
Stefan Zweig, mi gran señor feudal en literatura, que Dostoievski ganaba en las
novelas breves y creo, sinceramente, que tiene razón. Frente a los grandes
buques como Los hermanos Karamázov, Crimen y castigo, El idiota o Los demonios
surgen estas nouvelles que revelan el
maravilloso oficio del novelista ruso. El
eterno marido es una de esas novelas que te dejan tras su lectura una
profunda huella, un perfait roman que
dirían los franceses. Velchaminov, el típico pleiteador en una justicia rusa eterna
en sus pleitos como muy bien nos describe Gogol en sus Almas muertas frente a Trusotski, el eterno marido, “el hombre que
ha venido al mundo para ser marido y que crece únicamente para casarse y que,
una vez casado, se convierte en un complemento de su mujer” nos dice el autor
de la novela con un acierto psicológico incuestionable. Al lado del eterno
marido está una mujer infiel que el “eterno marido” soporta con estoica
resignación. Sí, me diréis que la novela es políticamente incorrecta porque la
debilidad del marido que no sabe “poner a ralla” a la mujer desemboca en unos
hermosos cuernos que el cónyuge lleva con elegancia. ¿Estamos diciendo que si
no hay potestas por parte del marido,
la mujer se vicia y se desmanda? La cuestión es más complicada porque el asunto
de los cuernos es , en palabras del joven Alexander Lobosv, otro joven
inteligente como Dolguruki, una venganza de la mujer que se ha visto sometida
al matrimonio no como un acto de amor entre los conyugues, sino como un
contrato social. Si me casan con quien no quiero y con quien les interesa a los
demás, es normal que me vengue coronando a mi “eterno marido”.
Pero es
que todavía hay más: porque podemos pensar que por qué el amante no echa con
cajas destempladas al “eterno marido”, que con eso bastaría para que pudiera
vivir a gusto. Y la razón de esa contención reside en la culpa: no lo echa
porque Velchaminov actúa coaccionado por la culpa, esa gran modificadora de las
conductas humanas. Y , para remate, este eterno pleiteador, cuando se encuentra
con esa niña tan bien descrita y detallada por don Fiodor - que es un maestro en crear niños- , cree que
son los hijos los que pueden redimir a aquél cuya vida ha estado plagada de
errores (evito decir pecado por si hay alguien que le da un soponcio esa
palabra)
Junto
a esto, Velchanínov acaba pensando que quizás veía en su amante, Natalia
Vasilievna, virtudes que tan sólo estaban en su cabeza en un proceso de
idealización en que todo amante acaba cayendo tal y como reflexiona el Swann de
Marcel Proust cuando dice que quizás ha malgastado su vida por una mujer que no
era su tipo.
Espléndida
novela corta de Dovstoievsky que recomiendo a los enamorados de la buena
lectura.
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