Desde mi
más lejana juventud, he sido un lector apasionado de Carlos García Gual. En tercero
de carrera, García Gual llegó a la
Complutense y todos esperamos sus clases con devoción porque aquel hombre que
escribía tan bien tenía que ser, forzosamente, un gran profesor. El primer día
de clase, lo esperábamos en el aula para ver cómo explicaba el maestro de los
libros sobre los cínicos, sobre Epicuro o el eximio traductor que había sido
Premio Fray Luis de León de traducción. Apareció Gual con una simple ficha de
cartulina y nos empezó a explicar la literatura griega que era, a la sazón, su
asignatura y nosotros, tiernos alumnos de Clásicas, no decíamos nada, pero
aquel hombre no nos parecía el gran divulgador que habíamos leído: no daba casi
apuntes y el chorro de “ciencia” que esperábamos había devenido un pequeño caño
del que, muy de tarde en tarde, brotaba alguna agua purificadora y hasta salía,
rebotando en la pileta, alguna pepita de oro. Gual convocó el examen un sábado
– que era cuando hacíamos los exámenes – y, con esa carita de sátiro que Dios
le ha dado, nos formuló la primera pregunta: La estructura del epinicio pindárico. Fue decirlo y empezar a salir
compañeros por la puerta hasta que la clase se quedó mediada. Entonces Gual,
sin acusar sorpresa, sin revelar ningún sentimiento de lástima, sin piedad, dijo: Si ustedes lo desean, pueden seguir
saliendo.
Yo
me quedé y puse una simplicidad: que el epinicio pindárico se estructuraba en
estrofa, antístrofa y épodo y creo que no pude poner nada más. No aprobé el
examen, pero aguanté hasta el final con esa actitud de los estudiantes que siempre se quedan hasta el final por si
hay alguna inspiración del Espíritu Santo, costumbre que, por cierto, tanto
critico hoy en día a mis alumnos olmedanos.
¡En
fin, qué os voy a decir! He seguido leyendo a Gual y el último libro que he
leído ha sido La muerte de los héroes,
una gozada, una maravilla del acercamiento de los mitos clásicos. Gual, que
hizo su tesis sobre La diátesis en el
verbo griego, dejó los caminos de la lingüística para pasar a los caminos
de la lectura porque García Gual es, ante todo, un lector empedernido que lo
mismo recorre el Ciclo Artúrico que lee a mi amigo del alma, Jacinto Herrero,
el poeta de los canarios flauta. Los libros de Gual siguen siendo para mí una
fuente de conocimiento, de placer y de aprendizaje, pero también os digo que,
desde aquel día del examen, cuando lo leo, se me viene a las mientes la
preguntita de marras y es que ¡un epinicio pindárico es mucho epinicio!
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