En el Evangelio del V domingo de Cuaresma, hay un detalle
curioso que lo podemos ver en el texto de Juan:
Ἦσαν δὲ Ἕλληνές τινες ἐκ τῶν ἀναβαινόντων
ἵνα προσκυνήσωσιν ἐν τῇ ἑορτῇ· οὗτοι οὖν προσῆλθον Φιλίππῳ τῷ ἀπὸ Βηθσαϊδὰ τῆς
Γαλιλαίας, καὶ ἠρώτων αὐτὸν λέγοντες, Κύριε, θέλομεν τὸν Ἰησοῦν ἰδεῖν.
Había algunos griegos entre los que habían venido a celebrar la fiesta.
Éstos se acercaron a Filipo, el de Betsaida de Galilea y le decían: Señor,
queremos ver a Jesús.
Ya
es harto encomiable que esos griegos quisieran ver a Jesús, pero el sentido que
Jordi Vilá i Borrás ve en este pasaje es muy sugerente: estos griegos provenían
de la diáspora y le ofrecían a Jesús, sabedores de que ya estaba condenado a
muerte por los mandamases de los judíos, la posibilidad de que se fuera con
ellos y así librarse de una muerte segura. Pero Jesús sabe para qué ha venido
y, cuando Felipe se lo dice a Andrés y ambos van a decírselo a Jesús, la
respuesta de Cristo es tajante:
ὁ δὲ Ἰησοῦς ἀποκρίνεται αὐτοῖς λέγων, Ἐλήλυθεν
ἡ ὥρα ἵνα δοξασθῇ ὁ υἱὸς τοῦ ἀνθρώπου.
Jesús les responde diciéndoles: “ Ha llegado la hora para que el
Hijo del hombre sea glorificado (δοξασθῇ)”
La gloria de Jesús y nuestra propia gloria estaba y está en la
Cruz y es el propio Cristo el que lo explica al final de la lectura de este
domingo:
κἀγὼ ἐὰν ὑψωθῶ ἐκ τῆς γῆς, πάντας ἑλκύσω πρὸς ἐμαυτόν.
Y cuando sea elevado desde la tierra, arrastraré todo conmigo.
No
podemos entrar en estas palabras de Jesús que tanto y tan bien comentó Teillard
de Chardin, pero dan para muchos momentos de oración. Que así sea.
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