Corría
la Navidad de 1808 cuando Napoleón llegó a Tordesillas. Por aquel entonces
aquel hombre de pequeña estatura se había convertido en el amo de Europa y, una
vez en Tordesillas, tuvo el capricho de hablar con María Manuela Rascón Sardón,
abadesa de las clarisas. La madre abadesa no era una abadesa cualquiera, sino
una abadesa con un poder muy semejante a un señor feudal. La entrevista tuvo
lugar el día 27 de diciembre de 1808 y aquellos dos seres tan diferentes se
encontraron frente a frente con una taza de chocolate o de café (no vamos a
entrar en esas polémicas) de por medio. Parece ser que, lo primero que le llamó
la atención a la madre abadesa fueron las muchas condecoraciones (ruido de
moscas para Monsieur Pascal) que llevaba el corso y que la anciana monja se
atrevió a tocar. Es posible que el francés, acostumbrado a ganar, subestimara a
la monja, pero la abadesa le ganó por
goleada pues consiguió que las tropas respetaran el monasterio de as Claras y
no se aposentaran en él y, además, consiguió liberar a varios presos que habían
hecho los franceses entre las partidas de guerrilleros y entre los que se encontraba
un sacerdote y arcipreste, Víctor González Martín. Si además contamos con que
la monja recibió cien napoleones de oro de manos del francés, podemos afirmar
que la monja salió, sin duda alguna, vencedora sobre el gran corso. Y es que Napoleón
se olvidó de que esa monja era una mujer y que cuando un hombre y una mujer se
ponen a hablar, antes de empezar, ya hay un claro perdedor: el hombre. ¿O es
que habéis olvidado la historia de la manzana?
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