Estamos a principios del siglo XIX y entre las
heroínas de las Óperas parece que hay toda una epidemia de locura: Imógene, la
joven viuda de El pirata de Bellini,
tiene visiones con su marido y con su hijo; Elvira, en I Puritani, pierde la razón cuando Arturo la abandona a los pies
del altar para, aparentemente, irse con otra mujer; la Anna Bolena de Donizeti
no cree que la lleven al suplicio, sino a sus bodas y pide que la lleven a la
casa en la que pasó su infancia; Lucia di Lamermoor aparece ensangrentada en la
famosísima “escena de la locura” y revela que ha asesinada al marido con la que
la obligaron a casarse y, por último, la heroína de Linda de Chamonix, cae en
la demencia cuando sabe que Carlo se va
a casar con otra. En La sonnambula,
Amina anda también por el mundo de los sueños. ¿Qué les cocurre a las mujeres
románticas? Vamos a intentar analizarlo despacio.
En el
siglo XVIII, la razón lo preside todo, pero, cuando en Alemania llega el
movimiento Sturm und Drang, las cosas
cambian y los héroes pueden expresar su subjetividad y alcanzar paroxismos emocionales.
Cuando Goethe publica Die Leiden des
jungen Werthers que termina con el suicidio del joven, el mundo de los
sentimientos, en ocasiones desenfrenados, preside los temas de novelas y en
literatura surgen dos movimientos: la Schauerroman, o novela del espanto, y la
novela gótica que comienza con El
Castillo de Otranto de Horace Warpole y que tiene su apogeo literario –
filosófico en el Frankestein de Mary
Shelley.
Estamos
en una época en la que Freud no ha escrito sobre los sueños, pero se comienza
en estas obras a tratar los sueños de las mujeres y, al llegar a finales del
siglo XIX, se ha recorrido un largo
camino que tiene como final considerar que la sexualidad femenina ( ese gran
misterio para los hombres), puede ser analizada por medio de los sueños y por
los ataques de locura y de histeria momentáneos. Para el varón, la mujer, desde
los griegos, ha sido un ser misterioso, amado y temido, difícil de comprender,
pero atractiva, capaz de cuidar y dar la vida por sus hijos, pero también, como
Medea, matarlos para hacer sufrir a Jasón. La muerte de Penteo en las Bacantes
a manos de unas mujeres enloquecidas revela el miedo que el hombre tiene por la
mujer, un ser con el que, como hemos dicho antes, comparte su vida, pero apenas
conoce. Hasta tal punto se asoció la mujer con los trastornos psíquicos que
histeria viene de la palabra griega para el útero. Que una mujer fuera
histérica entraba dentro de los normal, pero que un hombre cayera en la
histeria suponía todo un desdoro para él y para su sexo.
Pero
sigue la pregunta en el aire: ¿por qué se vuelven locas las mujeres y no los
hombres en las óperas románticas? Se puede apuntar como razón que la mujer,
durante muchos siglos (en España, hasta 1977, con la reforma del Código Civil)
había sido una menor de edad. Para los romanos y los griegos, la mujer era una “niña”
a la que había que proteger y que no tenía capacidad de ser testigo en los
juicios. Era un ser débil ( el sexo débil se la llamaba y aún se la llama), muy
sensible, ( llorar no es de hombres) y , en momentos de locura, cometer
horrendos crímenes. Además, la mujer era muy inestable y, como decía el duque
de Mantua en Rigoletto,
La donna è
mobile
qual piuma al
vento
muta d'accento
e di pensiero.
Por esa debilidad, la mujer, cuando es abandonada o
sufre, cae en la locura porque es su manera natural de defenderse frente al
macho dominante. Pero es que además, la mujer loca tiene la “parresía” de los
cínicos, esto es, puede decir y hacer lo
que le venga en gana y echar en cara a la sociedad de hombres, que no lloran ni enloquecen porque han nacido para ser
los machos alfa de la manada, lo que siente en su corazón.
A
finales del XIX, las heroínas cambian y así nos encontramos con una Tosca,
mujer fuerte y valiente, que lucha contra Scarpia aunque el resultado no sea
muy bueno.
En
fin, el tema es complejo y lo retomaremos en otra ocasión. Aquellas mujeres
enloquecidas de la ópera de principios del XIX nada tienen que ver con las
mujeres del siglo XXI que ya no necesitan de la locura para expresar sus
pensamientos. Pero ¿no nos siguen dando
a los hombres un poco de miedo? Ya me diréis.
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