Érase una vez, en un lugar llamado Armenteira, un
señor muy rico, un erus que se diría
en latín, que Tenía su pazo en las inmediaciones. Un día, aburrido del mundo y
de sus engaños, don Ero, que así se lamaba este buen señor, le pidió a San
Bernardo cuatro monjes cirtercienese para fundar un monasterio y se retiró se
retiró con los monjes cistercienses que San Bernardo tuvo bien enviarle para la
fundación. Fue esto en el año 1149 y el señor de Armenteira fue elegido abad.
El antiguo señor y ahora abad era muy devoto de la Virgen Santa María y, cuando
rezaba, le pedía a Nuestra Señora que le mostrase cómo era el Paraíso, cómo era
el bien que allí se disfrutaba. Un día,
salió a hacer oración por un bosque que cubría el monte Castrove y en una
sombra amena, junto a una fuente murmuradora, se paró a hacer su oración. Cerró
los ojos el abad y pidió a la Virgen que le dejara ver el Paraíso antes de
marcharse del mundo. Al momento, un jilguero empezó a cantar con un canto tan
melodioso y tan hermoso que el monje se olvidó del tiempo y se quedó sentado
mucho tiempo... Caía en el monte la noche cuando terminó su oración y don Ero
bajó a su monasterio entre lusco e fusco
que se dice en gallego.
Cuando
llegó a sus puertas, lo notó cambiado. Llamó algo turbado y aún se trastornó
más cuando el hermano que ocupaba la portería no le reconoció: ¿Quién sois? , le dijo enfadado
pensando que era un mendigo que quería
burlarse de él. El abad le respondió: “Hermano, soy don Ero, vuestro abad. ¿Es
que no me conocéis?” Fue entonces cuando el
fraile se asustó y llamó a otros de sus hermanos. Llegó el abad del
monasterio y le preguntó su nombre al
herido: “Don Ero de Armenteira, señor abad” A lo que el abad le contestó: “¿Acaso
os estáis burlando de mí? El abad don Ero murió hace más de trescientos años”.
Don Ero lo entendió todo y pidió que lo llevaran a la más humilde las celdas
para dar gracias a Dios que había satisfecho su curiosidad y le había dado a conocer
el Paraíso en las laderas del monte Castrove. Y, hasta el fin de sus días,
vivió con fama de santo, el viejo abad que había fundado el monasterio trescientos años antes.
Esta
leyenda gallega aparece en las cantigas del rey sabio y trataron de ella don Álvaro Cunqueiro, mi señor feudal en literatura, y
ese gran poeta de Cambados que fue Ramón Cabanillas de quien ya hemos hablado
en otra entrada. Si no conocéis el monasterio, os recomiendo que os acerquéis
por que tiene algo de paraíso terrenal. Y aún siguen cantando los jilgueros…
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