A José
Luis Estruch y a un servidor nos hacía gracia el título de un libro de este poeta del que quiero hablaros: Diario de un trabajador. Y nos hacía
gracia porque éramos jóvenes y acusábamos a un profesor de la Facultad, sin
fundamento alguno, de ser muy vago y, entonces, ese título, decíamos, le venía
que ni pintado para nuestro profesor. Pero como éramos jóvenes, muy jóvenes, no
tuvimos tiempo de leerlo. Pasando el tiempo y ya con la carrera acabada, acudí
a unas oposiciones a Guadalajara, al Instituto que hasta no hacía mucho se
había denominado Brianda de Mendoza, pero que ahora había retomado su nombre
originario: Liceo Caracense. En el bellísimo patio de este Instituto, aparecía
y creo que seguirá una placa en la que hacía mención al poeta del que os quiero
hablar. Y, por fin, en este mes de junio, cuando han pasado veinticinco años
que sí que son algo, pese a lo que diga Gardel para los veinte, he leído una
antología del poeta alcarreño en esas selecciones que hacía Austral. Su poesía
es una poesía de alto voltaje que aleja cualquier payasada de las habituales
entre los ganadores profesionales de concursos. Habla s de Dios y no se le cae
nada; habla del hombre que sufre porque vive y vive pensando para los otros y
tampoco se le cae nada; habla del campo con palabras que huelen a la Alcarria y
tampoco pierde ningún atributo. También cuida la métrica del poema y trabaja
con endecasílabos que se encabalgan porque lo que nos quiere contar este buen
poeta no le cabe en el verso como antes no le cabía en la lengua. Un gran poeta
olvidado, sepultado por el alud de libélulas temblorosas que le ha caído en
desgracia a la poesía española. Se llamó
en el siglo Miguel Alonso Calvo, pero se le conoce por su nombre artístico: Ramón de Garciasol,
alcarreño de Humanes de Mohernando, amigo de Buero vallejo, con quien compartió
mesas en el Instituto caracense y buen persona. ¿Alguien da más?
Pero a tu sombra, amor
Rompe el tabique, trae a la ceguera
el diálogo, tu música. Me llenas
de otra luz esta carne donde penas,
recuerdos van. Tú sigue, compañera,
cogida de mi mano. Me redime
esa voz tan alzada de romero,
de campo con simienza y caminero
paso. Veo en tu verbo, creo. Dime
por qué este olor -¿es mayo?-, cómo ha sido.
Habla o calla, mujer, pero a mi lado,
pero a tu sombra, amor, pero a tu oído,
pero a tus brazos. Habla o calla, esposa,
pero ahí. ¡No me sienta abandonado
sobre la Tierra inmensa, silenciosa!
No hay comentarios:
Publicar un comentario