Entono
un mea culpa sincero porque no
conocía, hasta esta lectura de junio, a un poeta de la valía y el empaque de
José Luis Parra. La principal característica de su poesía es que es una poesía
sentida, viva, santificada por el dolor, la alegría y el amor. Harto ya de una
poesía fría que se presenta como plato de gusto en los concursos amañados para
que se los lleven los de siempre, su poesía renueva mi lectura y nos ofrece a
los lectores momentos de gran calidad. Poeta tardío (mejor es así que escribir
sin tener nada que decir) su poesía es la poesía de un hombre maduro; la poesía
de un hombre al que la edad le ha ido dando ese poso de fundamento y de solera.
Como un buen vino de la Ribera del Duero, Parra ha ido envejeciendo como
envejece todo poeta de raza, escribiendo y, de esta escritura, surgen poemas de
gran belleza. Todo un hallazgo el de José Luis Parra que os recomiendo.
Acabo
de saber que Parra murió en el 2012. Ponedme, por favor, este artículo en
pasado.
EXORCISMO
PARA ESE DÍA DE DIFUNTOS
Ámame ahora, en este mismo instante
de secreta aflicción; abate mi orgullosa
virilidad erguida y borra
con la salud de la pasión la anticipada
melancolía de ese otoño que abomino.
Ámame ahora, abrasa mis temores
alternando delicadeza y furia, y vayamos
luego al bar, al supermercado, maravilla del ojo,
deleite de elegir para la fiesta
de ser dos en la noche despoblada.
Ámame ahora y pídele a la vida,
mientras te quede fe suficiente para ello,
que cuando llegue el día de difuntos,
cuando la convivencia nos diseque
como el más refinado de los taxidermistas,
puedas poner tus pies sobre los míos
no como los clavos helados de una interminable,
atroz crucifixión,
sino como las rosas ofrendadas
en memoria de la pasión ya muerta
y pueda redimirnos la ternura.
Ámame ahora, en este mismo instante
de secreta aflicción; abate mi orgullosa
virilidad erguida y borra
con la salud de la pasión la anticipada
melancolía de ese otoño que abomino.
Ámame ahora, abrasa mis temores
alternando delicadeza y furia, y vayamos
luego al bar, al supermercado, maravilla del ojo,
deleite de elegir para la fiesta
de ser dos en la noche despoblada.
Ámame ahora y pídele a la vida,
mientras te quede fe suficiente para ello,
que cuando llegue el día de difuntos,
cuando la convivencia nos diseque
como el más refinado de los taxidermistas,
puedas poner tus pies sobre los míos
no como los clavos helados de una interminable,
atroz crucifixión,
sino como las rosas ofrendadas
en memoria de la pasión ya muerta
y pueda redimirnos la ternura.
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