Si el otro día os hablaba de
Harold, hoy os hablo de Conrado, el corsario de Byron que llegó a esa
ocupación porque la vida lo arrastró a
ello pues ya sabemos que la vida llevaba a los románticos a emprender esas vidas al margen de la sociedad
de ahí que los personajes como bandoleros, piratas y bandidos aparezcan con
frecuencia en la literatura romántica. Bandoleros aparecen en nuestro Zorrilla;
el pirata, en Espronceda y el corsario ( una especie de pirata “legal”) en
Byron. También Schiller trató el tema de los bandidos en su obra Die Räuber que, ha poco, comenté en este
blog. Nada falta en esta obra del noble
y cojo inglés: el pirata, la chica del pirata, los moros, la mora en su harén,
el sultán malvado y, cómo no, la caballerosidad de Conrado que no puede tolerar
que su rival muera a manos de una mujer. Estos corsarios eran gentes con su
código de honor y todo y nada tenían que ver
con los ladrones actuales, pensemos en Francisco Correa, el Urdangarín o
los sindicalistas andaluces y sus mariscadas que huelen a podrido desde Ciudad
real. Y es que, como decía mi abuela Patrocinio, hasta para robar hay que tener
educación y, lo más importante, estilo.
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