Creo que se está cometiendo
una gran injusticia con ese buen escritor que es Julio Llamazares porque, entre
tanta bazofia como se publica hoy en día, Llamazares proclama una literatura
del recuerdo, una literatura de la vida y del sentimiento que se agradece. Poeta
sobre todo y poeta también en su prosa, los libros de Llamazares me han gustado
siempre mucho y han marcado mi manera de escribir. Su viaje portugués me dio el
tono para escribir El camino del Duero.
Es así y así lo reconozco: suum cuique.
Todo esto viene a cuento porque acabo de
releer La lluvia amarilla que les
mandé a mis alumnos y su relectura me ha
vuelto a producir grandes satisfacciones
que han sido incluso mayores que las de su primera lectura quizás porque estoy ahora más “leído”
que hace veinte años. Me sigue emocionando la llegada de la muerte, esa lluvia amarilla,
a ese pobre Andrés en ese pueblo abandonado en el Pirineo que es Anielle y como
la va aceptando serenamente mientras los fantasmas de sus antepasados se
sientan en la cocina. Algún crítico baboso dijo que no correspondía el lenguaje
a un aldeano pirenaico, es decir, que no había lo que en teatro barroco se llama
el decoro, pero este crítico no vio que en Andrés, el aldeano de Anielle, todos
estamos metidos porque ante la muerte, como dijo aquel campesino en el réquiem
de Sender, todos estamos solos. Pero es que de los críticos tampoco vas a
esperar mucho.
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