Un
niño donostiarra recibe un día, como regalo, un arpa que su padre le había
comprado en un anticuario. El arpa era un arpa pequeña, infantil, y el niño va
poco a poco acariciando sus cuerdas y sacando sonidos. Luego vendrán años de
estudio en San Sebastián, en Madrid y en París y, muy pronto, una gran carrera
internacional que le encumbra a la fama y al reconocimiento por parte de
crítica y público. Rodrigo le arregla para arpa su Concierto para Aranjuez y Ginastera le escribe su Concierto para arpa. Graba a los
barrocos como Boieldieu y su prestigio hace que lleve por el mundo a San
Sebastián y a España. Se estableció en Puerto Rico, como el gran Pau Casals, y
en esta isla caribeña murió, lejos de su playa de La Concha y del monte Urgull.
El niño donostiarra se llamaba Nicanor Zabaleta.
Unos
niños indios, dos de los treinta hijos de un cacique local, yendo por la selva
encuentran una guitarra que han perdido unos blancos. Sin saber qué era ese
extraño artilugio que, en principio, hasta podía ser un arma de fuego, se la
llevan hasta su tribu. Allí es examinado el extraño objeto por los sabios de la
tribu y éstos declaran que no tiene peligro: los niños del cacique pueden jugar
tranquilamente con ella. Y así lo hacen. Se ponen a jugar (play se dice en inglés tocar) la guitarra y empiezan por reproducir
los toscos cantos de sus vecinos tribales. Un día, pasados unos años, alguien
los lleva a tocar a Sao Paulo como una atracción casi de feria y logran un
éxito inmenso hasta el punto que deciden aprender a tocar la guitarra “en
serio” y, tras estudiar bien el instrumento, componen e interpretan algunas de
las canciones que han quedado en la memoria de occidente, como por ejemplo, María Elena o Pájaro Campana.
Estos hermanos brasileños alcanzaron la fama como los Indios
Tabajaras, pues de esa etnia eran.
Ya veis: dos casualidades . Para que luego digan que no hay
que creer en la casualidad.
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