domingo, 27 de diciembre de 2020

EL SILBIDO DEL ARQUERO DE IRENE VALLEJO

 


Antes de El universo en una caña, Irene Vallejo escribió una novela histórica en la que trata de Elisa (Dido), Eneas, Yulo y de la vida y la muerte de su inmortal padre literario, aquel hombre tímido de Mantua que respondía al nombre de  Virgilio. Es una bonita novela escrita con mucho pulso literario y con momentos muy emocionantes pues Irene Vallejo escribe bien y, como colega que es, conoce también muy bien el mundo de la Filología Clásica. Vallejo pone en prosa, en una prosa muy hermosa, ese canto IV de La Eneida tan arrebatador con esos amores de Dido y Eneas que tanto juego han dado a la posteridad. Una buena novela de una buena escritora a la que debo todavía hablar de su “junco” que es un libro tan grande que necesito calma para escribir sobre él.

PETRÓPOLIS O LA MUERTE DE STEFAN ZWEIG

 


Ya he escrito varias veces sobre Stefan Zweig en este blog y lo vuelvo a hacer ahora para hablaros de Mundo Insomne, un libro publicado en Plaza hace muchos años y que, obviamente, he conseguido de viejo. En el libro, con un cuerpo de letra del número ocho,  el escritor austríaco nos hace un recorrido por el mundo y va al tiempo haciendo un análisis fino y acertado tal y como era su costumbre. Ningún capítulo tiene desperdicio, tanto en los que reflexiona sobre la monotonidad del mundo actual ( años treinta) , su viaje a Nueva York, su viaje a la India y, sobre todo, su viaje a Brasil en donde recala en la ciudad de Petrópolis. Y es en ese momento cuando sus lectores sentimos un escalofrío: Zweig está visitando la ciudad en la que, unos años después, moriría, en compañía de su esposa, por una sobredosis de barbitúricos. Nos habla don Stefan de que Petrópolis es una ciudad “ muy alemana”, tanto porque la habitan emigrados teutones como por su arquitectura, resultado lógico de esta emigración. ¿Por qué un hombre como Zwieg se acabó suicidando en Petrópolis? Espero poderos contestar a esa pregunta dentro de unas semanas.

DON ÁNGEL PERALTA O TRATADO DE LOS ÁNGELES A CABALLO

 


Las verdad, no me parece justo que le haya dedicado una entrada a don Álvaro Domecq y no haga lo propio con don Ángel Peralta porque tanto montaba uno como el otro. Más joven don Ángel – había nacido en La Puebla del Río en 1926-, y más longevo pues nos abandonó a los noventa y dos años, en el 2018, eso sí, habiéndose hecho un paseíllo a caballo con ochenta y cinco años Era el sevillano caballista, poeta, actor y un largo etcétera porque el artista que lo es de verdad lo es en diversas facetas. Pero no quiero entrar por caminos trillados, por caminos que se pueden encontrar en la memoria de la tauromaquia española y sí quiero entrar por el camino de la excelsa caridad con la que don Ángel adornaba su vida. Vamos con la historia.

         Corría la segunda mitad del pretérito siglo XX cuando, en Medina de Rioseco,  la casa – asilo Sancti Spiritus y Santa Ana vivía de la caridad que, por la escasez terrible que padecía España, no podía ser mucha. Fue entonces cuando  se le ocurrió a una de las madres, María Domeño,  pedir ayuda a algún rejoneador que triunfara por aquellos años cincuenta. Y don Ángel no se lo pensó: cogió sus caballos y se vino para Rioseco en donde estuvo toreando desde el año 1954 al año 2005, muchas veces acompañado por su hermano y también eximio rejoneador, Rafael Peralta. Rioseco, como no podía ser menos, le nombró hijo adoptivo, le dedicó una calle y un busto de bronce y, lo más importante, le dedicó todo su amor y hasta llegó a nombrar el día de la corrida como el día de “san Peralta”. Su muerte fue muy sentida en esta ciudad de los Almirantes de Castilla, esos que nunca vieron el mar, pero que se lo imaginaban desde el cerro del Moclín.

         Don Ángel nos ha dejado libros maravillosos y faenas de ensueño. A mí, la verdad, me gustaría ver esos mano a mano que se harán Peralta y Domecq por esos ruedos que lleva con “mano de santo” San Pedro Regalado por las ciudades celestes.

LOS AMANTES DE TERUEL DE HARTZENBUSCH

 

Tengo el recuerdo de que, cuando mi madre se refería a los Amantes de Teruel, terminaba siempre diciendo “ tonta ella y tonta él”.  el drama romántico de Hartzenbusch, el poeta hijo de un ebanista alemán y afortunado poseedor de una calle cerca de Santa Feliciana , de Raimundo Lulio y de la plaza de Olavide, la de los calzados Cantero, es decir, en pleno barrio de Chamberí en el que mi abuela Patro vivía en la calle del Castillo, número 8, en aquella terraza desde donde se pasó toda la guerra escuchando las “pavas” que traían las bombas de los nacionales, es digno de una lectura atenta y a ello vamos si me perdonáis por el excursus.  Es la obra de Hartzenbusch, obra romántica en la que tal y como dice el anónimo prologuista – se trata de una edición popular de ediciones Arahal-, encontramos adulterios, moros que salen y entran, amores desgraciados y un sinfín de temas más que crean un mosaico que encandiló al público teatral que ya había disfrutado del Hernani de Hugo y del Trovador de García Gutiérrez, una obra de “mucho lío”, de argumento por veces disparatado, de acción compleja pero trepidante que no deja respiro al espectador.  El poeta, que ya ha venido a este blog por Los polvos de la madre Celestina, -muy nombrados por mi abuela Patro-, mezcla, por cierto,  la prosa con el verso y, por obra y gracia de su pluma,  los enamorados acaban como acaban los enamorados románticos: de cualquier manera menos yéndose a vivir juntos a un piso que les ponen los padres. Estamos ante- que don Camilo Castelo Branco me lo permita-, un “amor de perdición”. Así que nada de parejas de hecho, ni de desecho, ni desechos de parejas como bien decía mi buen amigo José María, el sabio del lienzo norte de Ávila. De esta obra tan apasionada, os regalo estos versos:

Prendarse de quien le cuadre

no es lícito a una doncella,

ni hay más voluntad en ella

que la que tenga su padre.

 

         A ver cómo les explico yo estos versos a mis alumnas de 2º de la ESO.

 

sábado, 26 de diciembre de 2020

EL CABALLERO CRISTIANO DON ÁLVARO DOMECQ

 


Nada puedo decir que no se sepa sobre ese gran caballero que fue don Álvaro Domecq y Díez porque mucho es lo que se ha dicho sobre este andaluz universal y jinete de elegante monta porque don Álvaro fue, a caballo y a pie, un caballero ejemplar. Me he terminado su libro de memorias, Mi vereda al galope, y he disfrutado de tanto conocimiento sobre el caballo y de tanta humildad que es la seña de identidad que nos hace reconocer a los grandes. Sin embargo, no voy a entrar en su vida de rejoneador, de ganadero, de político o de escritor y sí lo voy a hacer en un aspecto de su vida que es más ejemplar si cabe que todo lo dicho anteriormente. Don Álvaro era padre de numerosos nietos, hijos de Álvaro Domecq Romero, excelente rejoneador como su padre y creador de la Real Escuela de Jerez. Me refiero a lo que ocurrió el  Viernes de Dolores de 1991 cuando, en un desgraciado accidente, don Álvaro perdió de golpe a cuatro de sus nietas. Ante tamaña tragedia, don Álvaro muestra su serenidad cristiana, su temple ante la muerte, su fe. Y el gran rejoneador se convierte en modelo de vida. Leyéndole surge esa pax in aeternum que él conocía tan bien pues también él conoció la muerte de una hija a la que vio morir en el campo mientras montaba a caballo y también en esta tragedia el corazón de don Álvaro se mostró sereno, confiado en la mano de Dios. Y así lo refleja en este libro en esas cartas, emocionadas y emocionantes, que les dedica a sus nietas. Caballero siempre, don Álvaro nos da en este libro una lección de vida torera, campera y cristiana. Aquel hombre, que había dedicado todo lo ganado en el arte del rejoneo a una obra social, el Oratorio Festivo de jerez, dedicado a niños necesitados, sigue la senda del Maestro en la vida y en la muerte. ¡Qué gran caballero en la plaza y qué gran caballero en la vida, fue, es y será don Álvaro Domecq y Díez!

LAS TERRIBLES PALABRAS DE RAFAEL OROZCO

Ya os he contado cómo considero a Rafael Orozco uno de los grandes pianistas del siglo XX y cómo la lectura del libro de  Juan Miguel  Moreno Calderón, pianista cordobés, me acercó aún más a su figura. Sin embargo, no voy a entrar en la personalidad de Rafael, artista grande y poderoso, que con sus manos recreaba un mundo. No, voy a referirme a sus palabras, a las terribles palabras, terribili parolete que diría Massimo Cacciari,  que le dijo por teléfono a Alfonso Aijón, el director de Ibermúsica, desde Roma. Tenía Rafael un concierto en el Auditorio Nacional de Música de Madrid el 24 de enero que era el día de su cumpleaños. Llamó a Aijón desde Roma y le dijo estas palabras de fuego: “Perdóname, Alfonso, no puedo dar el concierto;  estoy muy enfermo, me estoy muriendo”. Y el genio lloraba al teléfono mientras se notaba morir, mientras notaba esa visita que todos recibiremos algún día, “el día menos pensado, ése en el que pienso siempre” como decía el maestro Manuel Alcántara en unos versos tan malagueños y tan luminosos como verdaderos. Ante la muerte, somos una ciudad sin murallas, decía Epicuro en su epístola a Meneceo. Y es una terrible verdad.




domingo, 20 de diciembre de 2020

RAMÓN DE ALGECIRAS

 


Hace unos meses tuve que dejar asqueado de ver el programa que en la primera cadena le dedicaron a Paco de Lucía. Con algunos invitados que no sabían casi nada del algecireño, nadie habló de su hermano Ramón de Algeciras, el hermano de Paco y, como él, gran guitarrista. Cierto es que en la familia Sánchez Paco fu toda una galaxia, pero también hubo otras estrellas que lucieron y lucen como su hermano Pepe de Lucía y el gran Ramón de Algeciras que, cuando se le presta oídos, se reconocen en él muchas de las maneras  del toque de su hermano Paco. Ramón tocó con Mairena, con Marchena o con la Niña de los Peines;  también acompañó durante más de diez años a Juanito Valderrama y a Camarón de la Isla. Ramón fue un gran guitarrista que nos abandonó en el 2009, con setenta y un años. Había nacido, como los demás integrantes del clan “de Lucía” en Algeciras, hijos de Antonio Sánchez Pecino y de Lucía, una portuguesa de Castromarim, al otro lado del Guadiana. Fue Ramón el que acompañó a su hermano en el Teatro Real en 1975 y, que yo sepa, fueron las primeras guitarras flamencas que tocaron en ese teatro.. Pues,  ya veis, pese a ese curriculum, Ramón fue “olvidado” en ese terrible programa y creo que, si se habló de Pepe, fue por el ser el padre de Malú y no por la valía ( y grande) que tiene como cantaor flamenco. Los “hijos de la portuguesa”, como los llamaban en Algeciras, tuvieron un gran éxito allá por el comienzo de los sesenta con el grupo Los chiquitos de Algeciras con el que llegaron a ganar el Concurso Internacional de Jerez dela Frontera en 1962.

         Era necesario este recuerdo a Ramón de Algeciras, guitarrista de dedos rápidos y falsetas hermosas, de lirismo andaluz y de trémolos de campanillas, de alzapúas sonoros y de picados endiablados. Habían bebido Paco y Ramón de la misma fuente y se les notaba. Quisiera terminar con los jaleos que se escuchan en un disco de Paco, el primero, Fuente y caudal, en donde un palmero les dice emocionado” Ole Paco,  Ramón, vivan los maestros de la guitarra”. Pues eso.

JEREMÍAS, EL PROFETA, O LAS AGUAFIESTAS NUNCA SON BIEN RECIBIDOS.

 


Los aguafiestas nunca caen bien; los Pepitos Grillos de nuestras conciencias, tampoco y aquellos que, viendo lo mal que van las cosas y de quién es la culpa de que vayan mal, anuncian y denuncian los males que van a venir no se les escucha y quedan convertidos en tristes Casandras. Jeremías fue una aguafiestas: en medio de la alegría, del canto, de la fiesta, anunciaba el fin de Jerusalén a manos de los caldeos. pero nadie le quiso escuchar porque los que prevén la desgracia suelen ser siempre tildados de pobres iluminados o tristes lunáticos. Luego, cuando el tiempo les da la razón, los pueblos, arrollados por el sufrimiento, acuden a ellos buscando consuelo y dándose golpes de pecho. Pero ya es tarde. Viene a cuento toda esta homilía  porque la lectura de Jeremías, gran obra teatral de Stefan Zweig, me ha recordado nuestra época actual:  profecías que nos hablan de la desgracia que le viene y le va a venir a nuestro mundo con el calentamiento del planeta, con el hambre que devasta muchas regiones mundiales, con la bruja contaminación y miramos para otro lado, no queremos escuchar, no queremos perder nuestra vida aunque sepamos que es mucha la sangre que cuesta seguir en esta carrera suicida. Non vi si pensa quanto sangue costa decía el Dante. Ciegos con nuestro consumismo feroz, con nuestro egoísmo feroz, con nuestra voracidad feroz, nos da igual el destino de miles de seres humanos. Sin embargo, ahora que el dolor nos está tocando; ahora que también hubo profetas que pronosticaron en enero de este año la pandemia, nos echamos en los brazos de los profetas a los que apedreamos cuando nada ( ni nadie) podía parara el vómito consumista que lleva – por causa del american way of life entre otras cosas-, más de medio siglo instalado en nuestro maltrecho planeta.

         Cuentan que, tras la representación de esta obra, el día que se estrenó en Zúrich, la gente se quedó en silencio, pero, al poco, prorrumpió en unos aplausos que duraron muchos minutos. Se había producido quizás la catarsis que el teatro debe producir en el corazón de los espectadores; la catarsis que nos falta a nosotros, conformistas espectadores de un mundo que agoniza.

LOS DIARIOS DE DON JOSÉ

 


Acabo de leer,  con emoción desbordante,  el último libro de don José Jiménez Lozano, Un libro que, por desgracia, ya es póstumo. Se recogen en él los diarios del escritor abulense desde 2018 a enero de 2020, tan sólo dos meses antes de que nos dijera adiós. Con su gran cultura, fruto de  sus muchas lecturas, la mirada de don José va comentando los acontecimientos diarios y nos van revelando y aclarando el mundo que nos rodea. Por desgracia, ya no puedo llegarme hasta Alcazarén y hablar con él, pero este libro me ha hecho volver a su despacho, a su jardín, a su biblioteca en aquella casa anexa en donde tenía una mesa de camilla y una estufa. Ya los otoños no son los otoños sin la mirada de acianos de don José y aquella carretera que lleva hasta el pueblo en el que nació Vicente, el camarero del bar Longinos, se ha quedado triste. Ya no aparcaré más el coche delante de su puerta ni le veré salir con su figura pequeña de niño travieso apartando la cortina de la puerta. Este año que ya termina se ha llevado a mucha gente, a demasiada gente y a algunas personas muy cercanas de las que ni siquiera puedo escribir porque la escritura necesita de la reflexión y no se puede reflexionar cuando el dolor te ciñe el corazón. Me quedan tus libros, tus flores, tus poetas y la suerte de haberte conocido, de haber leído tantos libros que generosamente me recomendaste. Gracias, José. Seguiré recogiendo acianos en recuerdo tuyo.

EL PESO FALSO DE JOSEPH ROTH

 


¡Qué gran novela El peso falso de Joseph Roth, el gran escritor de Brody, que hoy es Ucrania, pero que, cuando nació Roth, era el Imperio Austro Húngaro! Con gran habilidad y gran belleza, el escritor austriaco nos lleva hasta aquellas lejanas tierras, tierras fronterizas pobladas de contrabandistas y de desertores de los ejércitos ruso y austríaco, de gentes venidas de otros lugares cuyo pasado intentan ocultar entre la nieve y el vodka, y nos va narrando cómo un hombre se va, poco a poco, degenerando por la soledad y por un falso amor con el que buscaba curar su primer mal. La soledad ha sido el impulso vital de este pobre inspector de pesos y medidas, antiguo suboficial que termina en esa ciudad y la soledad, o mejor, su intento desesperado de combatirla por medio que le llevan a la perdición, es su impulso básico. Si hay alguna fuerza que le mueva a este pobre desgraciado es huir de la soledad, no aceptar lo que de bueno pueda tener. Grandiosa novela del gran escritor que os recomiendo para estas Navidades.

viernes, 4 de diciembre de 2020

EL CENACHERO

 

En las muy beatíficas y seráficas horas del segmento de ocio (antes el recreo), nos vamos los esforzados profesores a tomar un café a escondidas a un bar de Valladolid, cercano al Instituto, que se llama El Cenachero. ¿Qué significa tan curioso nombre? Pues se ve que estamos lejos de Málaga la bella porque en Málaga, un cenachero, es un vendedor ambulante de pescado que lo trasporta en sus cenachos que no son sino unos cestos de mimbre en los que el pescadero ( ¿cómo no pensar en Antonio Amaya y su pescadero?) lleva boquerones, sardinitas y jureles “pa freír” como cantaba el gran cantante granadino. En Málaga, hay una estatua dedicada al cenachero obra de Jaime Fernández Pimentel y, para que veáis que me he informado, en Mobile, en Alabama, EEUU, hay, en una plaza dedicada a Málaga,  una réplica exacta de la estatua del cenachero.

         Y es que Málaga, la ciudad de la alegría del gran Vicente Aleixandre, es mucha Málaga y sus pescados, muchos pescados. Os dejo con los versos de otro gran poeta malagueño, Salvador Rueda, uno de los iniciadores del Modernismo en España, que,  puesto a alabar al cenachero,  lo retrató así:

 

EL CENACHERO

  

«Allá van sus pescadores

 con los oscuros bombachos

 columpiando los cenachos

 con los brazos cimbradores.

 Del pregón a los clamores

 hinchan las venas del cuello:

 Y en cada pescado bello

 se ve una escama distinta,

 en cada escama una tinta

 y en cada tinta un destello.»

  

SALVADOR RUEDA (1857-1933).

 

            Y me voy que ya me huele a los jureles fritos.




DER LEIERMANN Y SU MISTERIOSO INSTRUMENTO

 

Soy seguidor acérrimo del programa de Martín Llade Sinfonía de la mañana y, tal y como ya he contado en otras ocasiones, su mano entendida me hace volver a sentir temas musicales que, aunque ya conocidos, no habían gozado de un conocimiento profundo. Así ha sido, hace unas pocas semanas, con el Winterreise de Schubert. Hablaba don Martín con Andrés Neuman, poeta argentino, cuando pararon mientes en la última de las canciones que conforman tan excelsa obra musical: Der Leiermann. He oído muchas veces el viaje invernal de Schuber y Müller e incluso, en época de mocedad y,  por tanto, de atrevimiento y osadía, me lancé a hacer una traducción del alemán que guardo en los hondones de mi ordenador porque hubo luego otras mejores y más solventes. En fin, volvamos al Leiermann, el lied que cierra ese viaje de un enamorado en medio del invierno. Como el tema da para mucho, me ceñiré a este lied y dejaré para mejor ocasión un análisis de todo el poemario de Müller. Vamos, pues.

         Lo primero es el título que ofrece problemas pues,  para algunos,  es el organillero, para otros el tocador de zanfoña (zanfona es en gallego) y, la que considero totalmente errónea, la del padre Sopeña en su libro El lied romántico, uno de los primeros acercamientos que tuve al arte de la canción en alemán pues lo traduce como El tocador de zampoña, siendo la zampoña, como sabemos bien os filólogos clásicos por los verso de Virgilio y de Ovidio, un instrumento pastoril de viento que nada tienen que ver con el Leier. He leído algunas cosas sobre este instrumento  y me aclara la lectura que , en la época de Schubert, se designaba con esta palabra al organillo ya que la zanfoña estaba un tanto olvidada pese a que había sido el instrumento tradicional de los ciegos, no sólo en Alemania, sino también en España. En el diccionario alemán de Pons, aparece como “lira” y también aparece “lira” en el Langenscheidt. En el Duden, aparece lo que sigue: Kithara; 1b. die Leier spielen, drehen; 2. häufig wiederholte, immer wieder vorgebrachte. Me cuesta entender que sea un ciataredio el músico al que se refiere Müller y pone en música Schubert, pero en la muy interesante página web de Margo Briessinck, se habla de “el hombre lira”.

            Si Vamos a la partitura de la canción,  se puede apreciar, en la parte del piano, una melodía que se repite y que es la melodía que está tocando el músico callejero. ¿Es de un organillo? ¿Es de una zanfoña? ¿Es de una lira? No lo podemos saber y ahí está ese viejo misterioso tocando y ese enamorado preguntando 
 
Wunderlicher Alter, 

soll ich mit dir geh'n?

Willst zu meinen Liedern

deine Leier dreh'n?

 

            Sin embargo, tras dejar reposar el asunto algunos días, el Apocalipsis de San Juan viene en mi auxilio cuando representa a los ángeles con la cítara. pues es un instrumento “ muy angélico”. Entonces, me digo, voy a echar el cuarto a espadas: el Leiermann es un ángel, un ángel de la muerte que, tocando su cítara, llama al pobre enamorado. 

            Pero, cuando ya me las tenía todas conmigo, parao mientes en estos versos:

Willst zu meinen Liedern

deine Leier dreh'n?

 

            Y, claro, me doy cuenta de que el verbo drehen no cuadra para nada con una cítara así que adiós a mi ángel de la muerte. ¿Qué instrumento es entonces? No lo sé; vuelvo al principio, a un da capo que parece una aporía porque ese maldito verbo tanto se puede aplicar a un organillo como a una zanfona pues ambos basan su sonido en el giro de una manivela. Quizás Müller lo quiso dejar así, en lo obscuro, para que, años después, los lectores de su poesía y los oyentes de Schubert pasáramos una tarde de diciembre, con las primeras nieves en Fuentes Carrionas, pensando en qué instrumento era el del Leiermann.

            A estas alturas de la tarde, creo sinceramente que el músico tenebroso es un organillero, un humilde organillero de los que tantos había tantos por las calles de las ciudades y pueblos de Austria el comienzo del siglo XIX. De todas las maneras, ya estáis diciéndome algo que me saque de estas dudas. Gracias.

lunes, 30 de noviembre de 2020

LAS ENTRADAS NATURALES DE LA LIÉBANA

 


Si hace unos días hablábamos del desfiladero de la Hoz, toca ahora de hablar de otra Hoz, el collado de la Hoz que es el paso natural entre la Liébana y el valle del Nansa. Antes de que la dinamita abriera el “esófago del mundo”, es decir, el desfiladero de la Hermida según don Benito Pérez Galdós, los lebaniegos que querían bajar al mar lo tenían que hacer por este collado y, una vez remontado, llegarse hasta Puente Nansa. Bellísimo camino para el que tenga el tiempo de hacerlo y el buen gusto de caminar por esos lugares merece a pena llegarse desde la Liébana hasta el valle del Nansa. Después de esto que os acabo de contar, veis que la Liébana no tenía, en el siglo XIX,  más que tres accesos: el camino desde Casavegas hasta Caloca, el puerto de San Glorio y este collado de la Hoz que es parte de El Camino de Santo Toribio y que forma parte de los itinera lebaniensia ( así se escribe, señor Revilla, y no itinera lebaniensis que no concierta tal y como he repetido muchas veces en este blog). No estaría mal, si podemos salir de casa algún día, entrar en la Liébana por sus entradas y salidas naturales. Os lo propongo.

domingo, 22 de noviembre de 2020

LOS PASTELILLOS DE HERMA


 

Era, más o menos, por esta época, cuando mis abuelos, Julio y María, venían a casa para pasar las ya no muy lejanas fiestas de Navidad. El belén se tardaba mucho en poner y no se colocaba hasta el día del sorteo de lotería y la Navidad duraba lo justo para disfrutar con ella, es decir, liberada de Black Friday y ese vómito consumista en grandes superficies.  De la  llegada de mis abuelos,  recuerdo el olor a los membrillos que abuelo había recogido en los árboles de El pico del águila y que en su bicicleta había llevado hasta el cuarto de las gaseosas. Luego, abuela los envolvía en papel de periódico y así viajaban en el coche de línea que les unía con la ciudad en donde vivíamos; el olor a las rosquillas de palo con su poquito de anís que hacía con mano maestra Jani, tal como ahora es su hija Ana Luisa la que me hace recuperar aquel sabor de la infancia y el olor de unas cajas azules y rojas con los pastelillos de Herma. Yo, la verdad, de pequeño no era muy chocolatero y prefería los de mantequilla, pero ahora, con los años, me he ido aficionando a los pastelillos de chocolate. Hubo una época incluso – los ya veteranos lo recordarán -, que los pastelillos de Herma eran también de yema y de mermelada salvo que esté un servidor confundido y todo haya sido una visión como aquellas que contaba don Álvaro Cunqueiro que tenía Simbad cuando veía las islas de más allá de la Trapobana. Cuando los abuelos se habían terminado de aposentar, abuelo Julio se marchaba a buscar por todos los estancos del barrio sus puros Farias de los que, de manera homérica, en épocas de regadío, podía llegar a fumarse catorce. Él distinguía a la perfección los de las distintas fábricas que había en España y consideraba los mejores a los de la fábrica de La Coruña  que, según decía él, no salían del ámbito gallego. La llegada de mis abuelos a casa era el comienzo de aquellas fiestas navideñas llenas de alegría en las que el día 24, que era laborable por la mañana, los obreros salían con la paga en el sobre y llenaban los bares para pedirse unas gambas porque entonces el marisco era cosa de ricos y los pobres tan sólo lo catábamos en Navidad. No importaba la oscuridad de los días porque la luz de aquellas fiestas lo llenaba todo y, entre villancicos de Manolo Escobar y de Miguel de los Reyes o canciones navideñas de Raphael, el eterno que también conocen mis hijos, y niños con pandereta, con Franco o sin Franco, con Rey o sin Rey, éramos los más felices del mundo. Todo esto ha venido porque hoy, al ir a comprar el pan, he comprado también una caja de los pastelillos de Herma, ya sabéis, esos que van en una caja roja y azul con un pastelero y su bandeja. Lo mismos que traían mis abuelos entre rosquillas de la Jani y membrillos del El pico del águila. Los mismos, que sin que los Herma, sus elaboradores en Laguna lo sepan, son una de las puertas secretas de mi infancia.

 

EL DESFILADERO DE LA HOZ EN CAMASOBRES


Cuando viajando desde Herrera de Pisuerga nos vamos acercando a Cervera, el paisaje cambia y nos vamos encontrando lentamente con rebollos y prados que anticipan los paisajes que encontraremos por La Pernía, allá donde el Pisuerga “da sus primeros vagidos minerales” en la Fuente del Cobre. Si,  tras haber parado en Cervera, esa capital de la Montaña Palentina en la que tuvo su feudo Piedad Isla, la eximia fotógrafa que dedicó su vida a aquellas tierras y cuyo museo tuve la fortuna de visitar, nos subimos por Polentinos (nombre con resonancia en Doña Perfecta de Galdós), nos vamos llegando ya a un hermoso paisaje de montañas, ganados y chopos que van escoltando la carretera. A partir de ese punto, cada pueblo es para mí un nombre mágico, un conjuro contra el dolor y la muerte: San Salvador de Cantamuda, Camasobres, la abadía de Lebanza. En Camasobres, con su  la Venta Campa, ese lugar que en que el tiempo se detiene para tomarse un café mientras la nieve es una mañana de infancia en el paraíso, el paisaje es cada vez más montaraz y, de pronto, un desfiladero nos cierra el paso: el desfiladero de la Hoz que,  si no tan conocido como el de La Hermida o el de los Bellos, tiene una belleza que para mí resulta sobrecogedora por su estrechez, una angustura que nos aprieta el alma mientras queremos escapar montaña arriba.

         Sin embargo, viajeros curiosos que esa ruta hagáis, es menester deciros que hasta finales del siglo XIX, los que querían pasar a Cantabria, entonces conocida como La Montaña pues la Montaña de Castilla era, no utilizaban este desfiladero que, por su angostura, no dejaba pasar las diligencias ni casi tampoco los animales y marchaban monte arriba por el pueblo de Casavegas desde donde se dirigían a Caloca,  que era lugar más seguro y que los habitantes de la zona utilizaron como paso desde tiempos inmemoriales.

         Desde finales del siglo XIX y por la dinamita que venció aquellas rocas calizas que llegan a saludarnos desde la Cotera, ningún caminante usa este camino para llegarse hasta La Liébana y todos pasamos por el puerto de Piedrasluengas y el pueblo homónimo para llegarnos hasta la Venta Pepín y tomarnos un cocidito lebaniego bien servido por Federico y su familia. Más adelante están Valdeprado o Cabezón de Liébana, ya cerca de Potes la capital comarcal que tiene como salida al mar el desfiladero de la Hermida aunque, durante muchos siglos, el paso era por los montes hasta llegar a Puente Nansa. Pero esto ya es otra historia que la que hablaremos otro día.

         Por ahora, quiero que os quedéis con el desfiladero de la Hoz, más modesto, más íntimo, más “casero” que el de la Hermida, sin un Galdós que dijera de él que era “el esófago de la tierra”. Yo siempre le recuerdo, hace ya muchos años, con unos perros asilvestrados por la carretera y con ese hayedo que mira al norte y que resguarda la nieve como un tesoro de invierno. Pero de todo esto habla  mi poemario “Antifonario de la Liébana” y a él os remito si queréis contemplar con los ojos de un poeta estos mis paisajes del alma.

( La maravillosa foto que ilustra esta humilde entrada procede de este buen blog: https://origeness.blogspot.com/2016/04/el-persianazo-de-la-venta-campa.html. En él, podréis enteraros de una triste noticia que ocurrió hace cuatro años: la Venta Campa cerró. Se me va la infancia monte arriba sin remedio).

A FELIZ IDADE DE OLGA NOVO




Era por mayo, era por mayo, cuando os hablaba de ese gran poeta gallego que es Paco Rivas que me alegró todo ese mes y el verano que vino. De nuevo es una poeta venida de Lugo, más en concreto de A Pobra de Brollón, la que me ha hecho alcanzar altitudes poéticas estratosféricas pues hacía muchos tiempo que no gozaba con una poesía de tan alto grado de belleza, pureza y sensibilidad. Olga Novo, que así se llama la escritora, en su libro Feliz idade consigue que la muerte de su padre y la venida al mundo de su hija sean dos acontecimientos ligados por el amor. Pero no sólo es eso, sino que tan sólo una lectura de Olga Novo os puede llegar a comprender el calado de su poesía.

A chuvia imita á miña forma de quererte

é como unha amante

que desexo para ti

que te faga feliz

a tódalas horas.

Oxalá non durmas só

mentres eu durmo sen ti.

Ámala porque amas

coma min

as cousas belas.

CLARISSA DE STEFAN ZWEIG


 Creo que Clarissa era la única novela de Stefan Szweig que me faltaba por leer y, al terminarla hace unos días, he sentido de nuevo esa plenitud que me ha producido desde que la conocí la literatura del autor austríaco que, es necesario decir, era despreciado por la intelectualidad hasta que los de Acantilado lo publicaron y lo sacaron de los quioscos en donde compartía escaparate con Marcial Lafuente Estefanía o El Coyote. La profundidad en la descripción de esta muchacha, cuyo padre es un militar del Imperio que ya estaba a punto de desaparecer dejando a tanta gente en orfandad y desamparo, es asombrosa como asombrosa es la profundidad en la descripción de la personalidad del padre, del francés del que se enamora Clarissa o de ese pobre soldado austriaco que tiene miedo en el frente.

         Mi amor es tan grande por este autor austríaco que, durante muchos años, tenía una foto suya colgada en mi habitación y mucha gente pensaba que era un abuelo o algún antepasado. Algunos de sus libros los llevo encarnados en lo más profundo de mí y, tal y como dije al principio, su lectura nunca me ha defraudado. Incluso hasta me puse a leer Carta de una desconocida en alemán porque la prosa de Zweig, en su lengua original,  tiene un ritmo y unos recursos literarios que se pierden, en su mayoría, en la traducción aunque ésta sea fruto de grandes traductores (a las mientes


 

sábado, 21 de noviembre de 2020

JORGE LLOPIS Y SU REBELIÓN DE LAS MUSAS

 

Seguro que en esta época tan mala que estamos pasando os apetece reíros un poco con un humor inteligente aunque no es necesario definir al humor como inteligente pues no existe el humor que no sea inteligente y, si alguno lo es, no es humor, sino algo zafio, burdo y vulgar. Os recomiendo la lectura de La rebelión de las Musas del gran Jorge Llopis que con este libro de poemas dio continuidad a su hilarante obra Los mil peores versos de la lengua castellana. Nada como sumergirse en la lectura de Llopis si queremos pasar un buen rato y olvidarnos de la toxicidad de la televisión y del puto virus que  nos está amargando la existencia. Creo que es una recomendación que me vais a agradecer cuando, por fin, la risa aflore en vuestros labios (de vez en cuando, hay que permitirse una cursilada).

lunes, 9 de noviembre de 2020

HENRIK NORDBRANDT O NUESTRO AMOR ES COMO BIZANCIO

 


De nada conocía a Henrik Nordbrandt, poeta danés que compré hace un tiempo y que tenía en casa sin leer. Salvo Andersen o Kiergegaard no sabría decir nada de la literatura danesa. En fin, omnes non omnia possumus. De este poeta he leído una antología, prologada y traducida por Francisco Uriz, que recibe el muy hermoso nombre de Nuestro amor es como Bizancio. Este nórdico se encuentra muy a gusto entre palmerales y me lo imagino tan feliz en Egipto mientras se fuma un nargil o esos pitillos cuasi divinos que se fumaba Alfonso XIII. Voy a copiaros algunos versos sueltos:

Sólo los que quieren pasar al otro lado

los que se hacen constructores de puentes.

 

¡Qué corta es la distancia entre amante y verdugo!

Qué bellas son las cartas que nunca mandamos.

 

El otoño como un túnel blanco a través de la noche

vuelve a sumergirme.

 

Todos los poemas son poemas de amor

pero sólo algunos se paran a leerlos.

 

         Espero y deseo que os hayan gustado.

 

domingo, 25 de octubre de 2020

PUEDEN MÁS DOS TETAS QUE DOS CARRETAS



En este día de finales de octubre en el que la lluvia resbala por mis cristales, quiero hablaros de Hipérides, gran orador ático que era un gran aficionado a los placeres de la buena mesa, del vino y de las mujeres. Había sido discípulo de Platón y de Isócrates, pero a él lo que le gustaba era darse cada día un paseíto por el mercado de pescados y, de paso, contemplar a las cortesanas que anduvieran por allí. Tanto fue su gusto por el bello sexo que mantuvo a tres heteras a la vez: Mirrina, Aristágora y Fina. Como le parecía poco, también mantuvo una relación con Friné, famosísima hetera, que no le iba a la zaga a Aspasia, la compañera de Pericles. En fin, Finé fue acusada de impiedad (como Sócrates) y juzgada. Hipérides se encargó de su defensa, pero no conmovió al jurado pese a que la había defendido con gran ardor y, aun teniendo unas enormes dotes retóricas, no pudo conseguir la absolución para su amada Finé. Fue entonces cuando tuvo una idea genial, una ocurrenza prelibata como se dice en Il Barbiere: fue hacia la acusada, la llevó al centro de la sala y le rasgó la túnica. Entonces quedaron a la luz los pechos de le hetaira que debían ser tan hermosos que, lo que no consiguió la palabra de Hipérides, lo consiguieron sus tetas pues el tribunal, a la vista de semejante hermosura que iba a ser entregada a la cicuta, la absolvió. Ya veis, con razón dice el refrán que “pueden más dos tetas que dos carretas”.



 

sábado, 24 de octubre de 2020

LA PRIMERA ( Y ÚNICA) SINFONÍA DE BIZET Y LOS RELATOS CURATIVOS DE DON MARTÍN LLADE

 


La otra mañana, camino de las clases, me deleitaba don Martín Llade con su relato sobre Bizet y su primera y única sinfonía. Hacía muchos años que no escuchaba la obra y andaba ésta por los estantes de mi discoteca sin pena ni gloria. Sin embargo, la audición de tan hermosa música en forma de pequeños fragmentos que ilustraban el relato de Llade me hizo notar la belleza de ese Andante con ese solo de corno inglés verdaderamente maravilloso. Y, desde aquel día, he vuelto a escuchar la obra con verdadero placer y me ha dado en pensar que, en música como en todo, necesitamos un dedo amigo que nos señale la belleza que, en muchas ocasiones, se queda escondida en el polvo de los anaqueles. No voy a mencionar a Bécquer porque es muy manida la cita, aunque muy cierta. Gracias a la mano de Martín Llade he recuperado la Sinfonía nº 1 de Georges Bizet. Gran programa el de don Martín que ayuda a sus oyentes y nos deleita con esas narraciones maravillosas que nos sirven de elixir ( sin duda d’amore) para entrar en nuestros trabajos con un espíritu como tan sólo la música y la palabra de Martín podría hacernos entrar. Gracias por su programa, señor Llade. Es usted mi amigo que todas las mañanas me acompaña al trabajo y que hace que Radio Clásica sea, ante todo, una gran familia.

DEMETRIO DE FALERO Y LOS ORINALES


Os sigo contando anécdotas del mundo griego que son siempre ilustrativas. Fue Demetrio de Falero un hombre de origen muy humilde pues su padre había sido esclavo, pero eso no le impidió ser discípulo del mismísimo Aristóteles a cuyas clases asistió en el Liceo. Casandro, el hijo de Antípatro, lo puso al frente de Atenas y la gobernó de forma tan excelente – cosa rara en un filósofo pues los intelectuales no suelen ser buenos políticos-, que los atenienses le honraron con 360 estatuas repartidas por toda la ciudad. Sin embargo, en el 307 a. C. , Antígono y su hijo Demetrio Poliorcetes, que significa en griego “el destructor de ciudades”,  se apropiaron de Atenas y echaron al otro Demetrio que la había gobernado con sabiduría durante diez años. Al encontrarse con tantas estatuas del anterior gobernante, decidieron fundirlas y muchas de ellas se usaron para fabricar orinales. Es fama que el pobre Demetrio de Falero dijo: “Han derribado mis estatuas, pero no la virtud por la que me fueron dedicadas”.  Se marchó de Atenas, pero, como era un hombre culto, encontró trabajo en la Biblioteca de Alejandría y llegó a ser su director. Esta anécdota me gusta contarla en clase porque nada hay más estúpido que la soberbia. Un santo que no voy a nombra decía: “¿Tú…soberbia? -¿De qué?” Ya veis, nuestras estatuas pueden acabar convertidas en orinales. Sic transit gloria mundi.

domingo, 18 de octubre de 2020

LOS TORNADIZOS ATENIENSES Y PERICLES

 


Conviene, en estos tiempos  horrorosos de pandemia, leer cómo lo soportaron otros que también padecieron tristes pestes. El caso de Atenas ya lo hemos traído a colación y volvemos hoy a sacarlo para hacer un pequeño comentario de cómo el pueblo se acabó cansando de Pericles y casi, casi le culpaban de la epidemia y de los males de la guerra pues es menester recordar que la terrible peste se abatió sobre Atenas en medio de la Guerra del Peloponeso que el pueblo venía sufriendo durante muchos años.  Y , ahora, encima, una terrible peste que hacía que personas y animales murieran por las calles. Pericles dirigió un discurso muy duro al pueblo que nos recoge el gran Tucídides. Entre otras cosas les dijo:

         “Conmovidos por la desgracia de vuestras casas, os despreocupáis de la salvación común y me hacéis a mí responsable que soy el que os animé a luchar. Yo soy el mismo, yo no he cambiado. Vosotros, en cambio, sí que habéis cambiado pues sois de naturaleza mudable. Lo que ha pasado es que os dejasteis convencer cuando nada os había ocurrido, pero, sin embargo, ahora os arrepentís cuando os ha alcanzado la desgracia.

         Esa idea de que el pueblo es tornadizo la recoge Shakespeare en su Marco Antonio.

         Os dejo el texto griego cuando Pericles afirma su inmutabilidad frente al pueblo y sus veleidades:

καὶ ἐγὼ μὲν ὁ αὐτός εἰμι καὶ οὐκ ἐξίσταμαι· ὑμεῖς δὲ μεταβάλλετε, ἐπειδὴ ξυνέβη ὑμῖν πεισθῆναι μὲν ἀκεραίοις, μεταμέλειν δὲ κακουμένοις,(…)

         Fijaos en ese verbo, μεταβάλλετε, referido a los muy tornadizos atenienses y el καὶ ἐγὼ μὲν ὁ αὐτός εἰμι καὶ οὐκ ἐξίσταμαι, “yo soy el mismo y no cambio” que nos describe la pétrea actitud de Pericles.

         Y, sobre todo, pensemos en nosotros mismo en estos días terribles en que seguimos soportando la peor pandemia en muchos siglos. ¿Somos acaso también nosotros tornadizos como los atenienses del siglo V? Ya me contaréis.

lunes, 12 de octubre de 2020

DIÓGENES Y TRUMP

La anécdota es muy breve y archiconocida, pero tiene un gran encanto. Imaginemos que estamos tranquilamente y se nos presenta el del tupé de panocha. Con esa carita que Dios le ha dado nos dice: “Soy Donald Trump, el presidente de EEUU”. ¿Habríamos tenido la valentía de Diógenes para plantarle cara? No sé, no sé…

Ἀλεξάνδρου ποτὲ ἐπιστάντος αὐτῷ καὶ εἰπόντος, « Ἐγώ εἰμι Ἀλέξανδρος ὁ μέγας βασιλεύς, » « Κἀγώ, » φησί, « Διογένης ὁ κύων. 

Estando en una ocasión Alejandro frente a él y, al decirle: “Yo soy Alejandro, el gran rey”, le contestó: “Y yo Diógenes “el perro”.

         Así se hace frente a los poderosos: con el más rotundo y perruno desprecio.