Aunque
estamos terminando mayo y don Josep salía a hacer su viaje a pie en septiembre,
cuando el calor del verano ya iba en declive, me he puesto mi boina y me he marchado
con Pla para darnos un viajecillo por el Ampurdán. Sabido es que Pla viajaba a
pie o en autobús y que recorría los pueblos gerundenses por carreteras y
caminos por los que se encontraba a representantes del comercio o a legos que
iban pidiendo para el convento. Hoy nos hemos llegado hasta una masía en donde Pla
me ha hablado de la vida de los payeses y de cómo es su postura ante la vida en
la que destaca, casi siempre, su desconfianza. Pla era un payés, pero que no
cultivaba el campo. Ocupaba la masía familiar de Llofriu, cerca de Palafrugell,
y en ella escribía y escribía y escribía. Me ha gustado este viaje a pie con
usted, señor Pla. Tenemos que quedar de nuevo, cuando usted pueda, para hacernos otro viajecillo, ya sea por tierra o por mar, como aquel que
hicimos hace cosa de un mes y en el que nos llegamos hasta tierras de Francia.
Siempre es un placer viajar con usted porque es un usted, como solía decir de
sus amigos, un gran tipo.
domingo, 31 de mayo de 2020
EL VINO EMBOCADO
Llevo muchos
meses dando la vara con el vino embocado Mangurrito que es un vino de pitarra
de Castuera que está realmente de rechupete. Ha habido alguien que no entendía lo
de pitarra y lo de embocado así que vamos a realizar una obra de caridad y lo
vamos a explicar. La pitarra en Extremadura es la tinaja en otros lugares de
España y es un vino de cosecha propia. Curiosamente, pitarra también significa
legaña y así un pitarroso es un legañoso. Lo de embocado o abocado significa
que es un vino que tiene un punto de dulzura que, para conseguirla, lo que hacen es no dejar que fermenten todos
los azúcares de la uva. Estos vinos eran vinos populares que todo somellier que
se precie despreciará por vulgar y sin clase. Eso lleva a que tan sólo unos
pocos parias sigamos a estos vinos que son, manque les pese a los entendidos,
de un sabor inigualable. En verano, fresquito, para refrescar una tarde de
Castilla, bien en la bota o con el fresco de la sombra por la que siempre corre
a ras de suelo un vientecillo que enjuga el sudor, este vino te hace gozar de
los doce frutos del Espíritu Santo. Dejo para otros, sabedores de añadas y de
caldos, los grandes vinos y me quedo con este vino familiar, que huele a
esparto y a fiesta, a huerta y a sobrado. Es un vino maravilloso y el que lo
probó lo sabe.
EL ARROZ CON LECHE
Desde muy
pequeño soy loco por el arroz con leche, postre muy típico que admite varios a
preparaciones. Recuerdo la de mi abuela Patro que pecaba de seca, no dejando
nunca esa cremosidad en el postre que es de agradecer. También recuerdo- ¡y cómo! - , el de La Colilla, un lugar de Ávila en donde
guisaban un cocido con dos sopas, de pan y de pasta, y unas fuentes
pantagruélicas de garbanzos, carne, jamón y otras viandas de régimen. Yo fui a
comer varias veces con los compañeros del Vasco de la Zarza y tan sólo tomaba,
para escándalo de los presentes, la sopa, dejando los garbanzos, gordos como canicas, y las carnes, para pasar directamente a ese
arroz con leche que llevaba no menos de tres horas de lenta cocción en una
lumbre bilbaína. Ese arroz era un portento y creo que es el mejor que he comido
nunca. También es suculento el arroz con leche en Asturias en donde la buena
leche tiene el mando y en donde la cocción lenta le da también un punto de
sabor inigualable. En algunos sitios le echan un puntito de anís y caramelizan
un poco de azúcar. Con ese arroz con leche se alcanza el cielo en dos o tres
cucharadas. Recuerdo en Candás que en un hotel me prometieron guardarme una
ración para el día siguiente, pero la camarera no recibió el mensaje de su
compañera y me quedé sin mi postre. Jamás hemos vuelto por ese hotel de cuyo
nombre sí quiero acordarme para maldecirlo sin remisión posible. Encontrar el punto
justo de cremosidad, ni seco ni líquido, es para mí la clave de un buen arroz
con leche. Es posible, llegando en crueldad más lejos que los Borgia, que
alguien me hable de los arroces con leche de los supermercados. En fin, ya
bastante caliente está el patio como para entrar en ese tema. ¡Ay, quien me
diera en La Colilla ante aquel cuenco de arroz con leche que había cocido a
fuego lentísimo durante tres o cuatro horas!
CASA CAMPOS EN MARÍN
Casa
Campos estaba en una casa que hacía a dos calles: Bastarreche, ilustre marino
cuya calle ha desaparecido por esas revisiones cainitas de la memoria
histórica, y José Touriño Gamallo, el médico de los pobres e hijo predilecto de
Marín desde 1962 como recuerda el busto erigido en su honor en la hoy conocida
como alameda de Rosalía de Castro. A Casa Campos se entraba justo por la
esquina, por una puerta que daba a un recibidor y de ese pequeño recibidor,
recoleto y agradable, burgués y un tanto pueblerino, se pasaba al comedor. También
se podía entrar por la puerta de Bastarreche, que llevaba a las habitaciones y
a la cocina, y por la puerta de la cochera en donde se ponía una mesa larga en
donde solían comer los curas de la parroquia: don Álvaro, don Ángel o el
jovencísimo don Juanjo, muy joven y con gafas. Me encantaba esa puerta y comer
en la mesa que dejaban los curas porque estaba al lado las cámaras en donde se
guardaban las botellas de Mondariz y el señor Campos nos dejaba coger tantas
como quisiéramos. Eran otros tiempos. En el comedor grande, se puso, allá por
1977, un televisor en color marca ITT que hacía las delicias de los huéspedes y
comensales. Además de los curas de la parroquia, vivían en casa campos profesores
del Instituto como el de Francés, una enfermera soltera, obreros del puerto y
toda una clientela variopinta. Recuerdo que un verano llegaron unas “muchachitas
de Valladolid” que no eran tan puras ni virginales como las de aquella película
de los cincuenta y que alborotaron aquel pueblo en el pueblo que era Casa
Campos. En ese comedor, celebraba mi cumpleaños, con tarta de la Orensana y
huevos con mahonesa que preparaba el señor Campos que, como dije en una entrada
de hace unos años, era sargento músico y tocaba el trombón de varas en la banda
de la Academia. Para servir las mesas, había rapaces que eran hijos de familias
del pueblo (recuerdo a Miguel, cuyos padres tenían una frutería en la calle de
Francisco Alfonso) y también un hijo de Rosita, la mujer de Campos, que se llamaba
Fernando y que, andando el tiempo se hizo marino mercante y anduvo en un
petrolero. Son tantas las anécdotas que no puedo seguir, pero dejadme que os
cuenta ésta contada por el mismo Campos. Un día, se reunieron en el comedor los
párrocos de la diócesis de Santiago, a la que pertenece Marín, presididos por
el Arzobispo de Santiago, don Fernando Quiroga Palacios. Un obrero del puerto,
que entró por la puerta de la esquina, al ver tantos curas y todos de sotana
sentados en las mesas, no pudo contener su lengua y dijo: ¡Manda carallo, esto
parece un seminario! Y todos los curas, con don Fernando a la cabeza, rompieron
a reír con la sana alegría del Marín de los setenta.
PACO RIVAS, EL POETA DE FOZ
En esta mañana del último día de maio longo, todo cuberto de rosas, acabo de terminar una escolma
poética del poeta focense Paco Rivas, a
quien estuvo dedicado el Día de las Letras Galegas este año. No conocía a Paco
Rivas, pero la lectura de su poesía ha sido la gran alegría de este mes de
mayo. Su uso de la rima asonante, de muchos y variados ritmos de una poesía que
está inmersa en lo popular y de hermosas imágenes poéticas me ha hecho recordar
a Curros, a Rosalía, a Celso Emilio Ferreiro. Os recomiendo esta Escolma poética que la editorial de Noia
Toxosoutos ha publicado hace poco. Un gran poeta este lucense que, como
filólogo, rescata muchas palabras en sus versos da fala da Mariña lucense.
Imprescindible.
Como muestra, baste este poema:
Quero
durmir no teu colo
que me
acoches co mantelo
que ma
faigas as ciligras
cos rulos
do teu cabelo
Que os teus
xeonllos me arrolen
nun run-run
maino e lixeiro,
e cando
estea durmido
me
despertes cos teus beizos
Xa non
quero estar sin ti,
porque a
vida sen ti vaise,
porque o
día faise noite,
porque a
xente faise naide,
porque o
ceo faise inferno
porque a
min queimame o aire.
ORDESA
He
tardado en leer esta novela de Manuel Rivas, - el oscense, no el coruñés-, por
ese recelo hacia todo lo que se vende, hacia lo popular. Sé que estoy equivocado,
pero hay un resto de aristocracia intelectual en mi manera de ser que hace que,
en ocasiones, me equivoque. De todas maneras, había leído la poesía de Rivas y
me había gustado con lo cual dejé a un lado tan absurdo prejuicio y me lancé a
leer la novela. Y la novela me ha parecido fantástica porque Rivas, algunos
años mayor que el que esto escribe, y un servidor compartimos la misma España
de los setenta cuando nuestros padres buscaban la sombra para el coche -yo lo
sigo haciendo quizás por un atavismo que me viene directamente de aquellas
tardes de verano con bocadillo de sardinas al limón y una botella de Mirinda-, y
veían la luz después de un túnel de guerra y posguerra. Manuel Rivas hace con
este libro un inmenso kadish por sus
padres, por su niñez, por su vida. Como en esa maravillosa novela de mi amigo
Pablo Perera, hay en Ordesa un recuerdo
continuo al padre y una presencia de la madre para los que, en esos poemas
finales del libro, descubre el autor su verdadero sentimiento que no es otro que
el que hemos sentido, desde hace muchos siglos, los hijos por los padres. Enfrentado
a solas con la vida, (no hay dioses en la novela de Rivas), hace del recuerdo la única salvación para el
hombre y busca un lugar mítico para salvarse: aquel lugar en el que pasaban las
vacaciones, un lugar al que, fuera del
tiempo como dije hace poco en una entrada, no debemos buscar ya porque nosotros
le conocemos a él, pero él ya no nos conoce a nosotros como bien dice el
maestro Bufalino. Ordesa es un gran libro de amor, del amor de un hijo por sus
padres. Gran libro que merece la fama que ha tenido y tiene. Creo que junto a
Jesús Carrasco, Rivas es uno de los grandes novelistas españoles de este siglo
XXI; un novelista que vendrá en los libros de texto. Fabulosa novela la de este
autor de Barbastro.
DON FERMÍN DE PAS
Sigo, si
me lo permitís, con los personajes de la Regenta y voy a intentar analizar -
¡ojo, siempre en zapatillas, sin ningún alarde académico!-, a don Fermín de
Pas, el magistral. Lo primero, decir que el magistral es el canónigo encargado
de la predicación en el cabildo catedralicio. Estas cosas no eran necesarias de
recordar hace unos años, pero en esta época que corre y no sabe a dónde, sí que
lo es. Hecha esta pequeña precisión, sigo con el análisis. Don Fermín es un
sacerdote que, como él mismo le dice a Petra, la criada de don Víctor, es un aldeanote que juega muy bien a los
bolos. Y esa es la madre del cordero: que don Fermín no tenía que haber tomado
nunca los hábitos porque hubiera sido un magnífico aldeano en su pueblo, bebiendo
sus vinos en la taberna, bailando a los sones de la gaita y teniendo ayuntamientos carnales con su santa esposa.
Llevado por su madre, que es una señora terriblemente ambiciosa que usa a su
hijo para sus no siempre limpios negocios, don Fermín entra en religión, pero
error en haberse vestido de magistral se ve cuando le deja morir a Santos
Barinaga, pese a lo mucho que se pide el obispo que no era sino un títere en
sus manos, porque este pobre desgraciado
es la competencia a la tienda de doña Paula, la madre de Fermo. Además, se ve a la legua que su vocación es
equivocada porque Fermín no es de los
elegidos por el Señor para el don de la Santa Pureza y por la Regenta siente un
ardoroso amor carnal que sólo se hubiera curado yaciendo con la pobre Ana
Ozores. Ya dijo aquel jesuita genial que fue el padre Lamet que “la castidad no
era para todos” y quizás tan sólo los elegidos pueden “disfrutar de ella sin
esas graves alteraciones que puede producir”. El único momento de la novela en
que don Fermín de Pas es don Fermín de Pas de verdad es cuando se viste de “paisano”
y reconoce que su sotana es una máscara.
Pero le puede la ambición y, en lugar de volverse a su pueblo en los montes,
sigue con la máscara y con ese deseo desmedido de poder que le ha inoculado su “santa madre” y sigue siendo
magistral. Una pena. Fijaos que, con una actitud ambigua y poco clara, casi arrastra
a Quintanar a batirse con Álvaro y lo hace porque él, como “marido real” de
Ana, se siente tan ofendido o más que Víctor y, si hubiera podido, él mismo
hubiera matado a Mesía ahogándolo como quiere hacer al final de la novela con
la pobre Regenta. Suerte que sus manos pasan del cuello de ella a su propio
cuello porque, si no, además de un mal cura, hubiera sido un asesino. Buenos basta
por hoy. para otro día, hablaremos de Ana Ozores.
domingo, 24 de mayo de 2020
DÍAS EN BLANCO DE JOSÉ LUIS SAMPEDRO
Hace ya
muchos veranos me leí La sonrisa etrusca
y me gustó. Fue un verano en que lo pasé un poco mal y su lectura me devolvió
la paz que andaba buscando. Nunca he vuelto a leer a José Luis Sampedro quizás
por ese recelo que los intelectuales (con perdón) tenemos por los libros que se
venden y también porque a veces he leído que es un autor superficial y de poca
enjundia. Desde luego, aquella novela la recuerdo con mucho agrado y no me
llevé esa mala impresión. En este mes de mayo y, habiendo sabido que se
publicaba su poesía completa con el nombre de Días en blanco, me he
lanzado a su lectura por conocer cómo escribía Sampedro cuando se ponía a ser
poeta. Hace una semana que me terminé el libro y, en fin, hay poemas buenos (con
el aliento de Pedro Salinas) y otros poemas que no son tan buenos, que hasta
son, francamente, prosaicos. En los poemas de circunstancias (escritos en
exámenes o en reuniones) no entro porque creo que hay cosas que se deben
guardar y no publicar y, si el autor las
ha guardado en una caja y no ha querido publicarlas, pues por algo será, editores
de todos los demonios. Hace unos años, hubo una polémica por esa manía de
publicar diarios íntimos que, si de verdad lo son, deben de quedar en la intimidad
del escritor y no difundirlos post mortem
a menos que así lo hubiera dispuesto el autor. Claro que, si nos ponemos a esas, nos hubiéramos quedado
sin la Eneida pues ya sabéis que Virgilio,
obsesionado por la perfección, ordenó a Tuca y a Vario, dos amigos que le
fueron a esperar a Brindisi cuando ya venía muy enfermo de su viaje postrero a
Grecia, que la quemaran. Afortunadamente, no le hicieron caso y la publicaron
sin que el vate de Mantua le diera un último repaso, él que lamía y relamía sus
obras como una osa a sus oseznos. Sea como sea, y volviendo al libro de
Sampedro, creo que una antología hubiera sido mucho mejor que una poesía completa,
que, dicho sea de paso, hay pocos poetas que las soportan porque es mejor
espigar que cargar con todo el trigo y la cizaña en el mismo carro.
sábado, 23 de mayo de 2020
DOS SEÑORITOS ABURRIDOS
Me ha
dado en estos últimos días por reflexionar sobre dos novelas imprescindibles de
la literatura española: La Regenta de
Clarín y Fortunata y Jacinta de
Galdós. Ambos son autores muy de mi gusto y tanto se ha dicho ya y se dirá
sobre estas novelas magistrales que poco o nada puedo aportar. Sin embargo,
permítaseme un apunte tan sólo sobre dos personajes que reflejan la vida
aburrida de los casinos que frecuentaban los burgueses españoles del XIX: don
Álvaro Mesía, en la Regenta, y Juanito Santa Cruz en Fortunata.
Comparados
los dos, vemos que son muchas sus similitudes: señoritos de casino que no hacen
nada, que “ no dan un palo al agua”, Juan
y Álvaro se aburren en una sociedad que “ hacía la digestión del cocido y de la
olla podrida” en unos casinos cuyos libros llevaban, como cuenta Clarín, muchos
años sin que nadie los hubiera pedido porque al Casino se iba a jugar, a
conspirar, a politiquear, a “hacerle el
caldo gordo al cacique de turno” y a cotillear, pero no a leer. ¡Sorprende lo
poco que hemos cambiado! Pero sigamos con ambos “pollos pera”. Juan y Álvaro
tienen que matar ese taedium vitae de
alguna manera y no encuentran otra que dedicarse a mantener relaciones con
señoritas casaderas, señoras casada y con toda fémina que se les ponga a tiro
porque, para ellos, esto del amor no es más que una aventura “cinegética” para “llevarse
el trofeo” y colgarlo en las paredes de la sala de algún casino rancio. Juan
Santa Cruz conoce a Fortunata y se encapricha de ella. Aquel estudiante de Derecho
que no ejercerá nunca porque lo suyo son los amoríos y las tabernas del pueblo
llano, se enamorará perdidamente de la pobre chica nacida en el Madrid castizo,
pero será para él un pasatiempo, un juego más como el tresillo o la brisca. Don
Álvaro Mesía, que gasta su tiempo en
politiquerías caciquiles, buscará el
amor de la Regenta por puro “deporte”, por puro afán de poner una muesca más en
la barra del casino de Vetusta. Ante esa sociedad aburrida de “burgos podridos”
(Azaña dixit), las andanzas de don Álvaro y de Juanito son la distracción que les
eleva el tono vital amuermado por la lluvia, los braseros y los garbanzos. Ni
uno ni otro quieren de verdad porque uno y otro usan a las mujeres por puro sport contra el spleen, para calmar su
aburrimiento de señoritos consentidos. Sin embargo, Fortunata, que sí que ama a
Juan con toda su alma, acabará muriendo en una buhardilla cercana a la Plaza
Mayor madrileña y su marido, Maximiliano Rubín, acabará también en un manicomio
porque el amor, invencible en el combate que decía Sófocles, puede enloquecer a los que
se lo toman en serio. También acabará mal don Víctor Quintanar, el Regente, que
amaba a Ana Ozores, cierto que no como un marido pues su amor era más de padre,
pero que la quería de todo corazón. Por
cierto, que tras la muerte de don Víctor, toda Vetusta habla, critica, se “hace
lenguas”: las señoras en las salitas de té de las casas burguesas; los hombres
en el casino y, aunque parezca mentira, los canónigos, aburridos entre
facistoles y ambiciones personales. Parece que, durante muchos siglos, el peor
enemigo de Cristo ha estado dentro de las catedrales, eso sí, frente a esos
sacerdotes cuya voluntad de servicio primaba sobre su ambición y desprecio por
los fieles que eran usados también por magistrales, penitenciarios y provisores
como Juan y Álvaro utilizaban a sus
amantes. Para conocernos, ¡qué bueno es leer a estos grandísimos autores del
XIX! Y, tras conocernos entonces, hacer un examen de conciencia para comprobar
si hemos cambiado en algo o seguimos haciendo la digestión del cocido y la olla
podrida en tardas largas de peligroso aburrimiento.
DE NUEVO CON MARIO LÓPEZ
Llevo ya
un tiempo queriéndoos hablar con más enjundia del grupo Cántico, ese grupo
poético cordobés de poetas que tanto me han influido en mi manera de escribir,
pero como lo quiero hacer con tacto y con conocimiento, voy a tomarme el tiempo
que sea menester para hablaros de ellos como uno de los grandes grupos poéticos
olvidados por los libros de texto, al
menos por aquellos en los que yo estudiaba a mediados de los ochenta. Recuerdo,
quizás con las deformaciones provocadas por el paso del tiempo, que del
realismo social de Celaya o de Blas de Otero, se pasaba a los novísimos
censados por José María Castellet y se dejaba de lado toda la generación del
sesenta y este grupo de andaluces que, con un lenguaje barroco y bellísimo, nos
hablaban (entre otras cosas) de la luz, de los patios y de los atardeceres en
las albercas. Ya he dicho que quiero hablaros de ellos con tiempo y hoy tan sólo
voy a hablaros de uno de sus integrantes: Mario López y su Universo de pueblo del que
ya hablé hace por ahora seis años.
Los
que habitamos en los pueblos sabemos que los pueblos tenían (y digo tenían
porque una fuerza imparable va haciendo de los pueblos ciudades menguadas las
que les faltan los ocios y los servicios de las llamadas grandes ciudades,
principal señuelo hace cincuenta años, pero que carece de razón en la
actualidad) su universo propio tan alejado de las ciudades en las que se
perdían los detalles. El universo de pueblo era un universo de pequeños
detalles, de cosas pequeñas de las que se ocupan los poetas. Frente a las
ciudades que se fueron creando desde los años cincuenta en las que todo lo
humano les era ajeno, quedaban los pueblos en las que, como dice Miguel
Hernández, el olor de la tahona “panificaba el aire de la aldea”. Frente a la
ciudad impersonal que se fue creando quedaban los pueblos como refugio de
viejas tradiciones seculares que ahora se ven arrolladas por la globalización
de la estupidez.
Platón
nos cuenta que Sócrates no quería salir de Atenas porque “nada le decían los
campos y los árboles”, porque la ciudad hasta el siglo XX era el lasiento de la
Universidad, del estudio, de la ciencia. Pero no vamos a seguir por aquí porque
ya Horacio nos recuerda la historia del ratón de campo y el ratón de ciudad y
de cómo cada uno de ellos quería cambiarse en su estilo de vida. Un ponderación
y exageración del modus vivendi urbanita ha llevado a despoblar el mundo rural
y, pese a que adelantos como Internet nos hace que ya no tengamos que vivir en
las grandes ciudades, ni gastar un paraguas rojo como Azorín para publicar ni
para “hacernos un nombre”, las gentes se vuelvan locas por los grandes centros
comerciales que son, mal que nos pese, las catedrales del siglo XXI.
Pero
vamos a hablar de Mario López, este poeta de Bujalance de exquisita sensibilidad,
que he releído en una edición de la Universidad de Sevilla.
Participa
López, uno de los integrantes de Cántico, de un mundo de ángeles del atardecer
en veletas de oro, de largas tardes con lunas menguantes llorando en los
arroyos, con la brisa de los olivos despertando al atardecer los latidos del
campo. Transita Mario López por las antiguas calles de la memoria, mientras los
toros de niebla recorren los olivares del alba, de ese alba que llama a las puertas de las viejas
alacenas y de los roperos cerrados mientras “lejanísimos trenes fatigados
silban a los lejos”.
No
es apto para todos los público este poeta cordobés porque no se encuentra en él
la “poesía del desespero”, esa que hoy está tan de moda y porque, como decía
Francisco Brines en una verso que marcó mi vida poética” hay que ser muy hombre
para resistir la belleza. Con un soneto de Mario López os dejo:
EL ÁNGEL
DE UNA VELETA
Barroco
ángel familiar, erguido
sobre
íntimos tejados y verdinas,
pastoreando
con nubes campesinas
contra todo
crepúsculo cumplido.
Habitante
del aire, sometido
al eje de
sus tardes pueblerinas,
a la franqueza
de las golondrinas
y a su solo
perfil, en dos partido.
Perfil
gastado en siglos de afanoso
encauzar
buena lluvia al sembradío
desde el mejor
cuadrante de su vuelo.
Ángel de
hierro dulce y quejumbroso
girando en
su veleta al albedrío
miércoles, 20 de mayo de 2020
LOS INTERIORES DEL BARRIO
Ya nadie
se acuerda de los interiores, pero en el Madrid antiguo que yo conocía, en el
barrio de Salamanca, había casas con interiores. En Velázquez, en General Oras,
en Núñez de Balboa, había casas con tres y cuatro patios porque había pisos que
daban a la calle y pisos interiores que daban
a los patios. Así cada casa era toda una república en la que se podía ver los a los pudientes, que habitaban los
pisos exteriores, y los proletarios, que habitaban los interiores. No es verdad
eso que se dice ahora de que el barrio de Salamanca sea un barrio de ricos
porque entre los ricos - que los había-, vivían, quizás para dar más lustre a
su riqueza, muchos obreros que habitaban
aquellas casa que, si eran altas tenían sol, pero que, si eran bajas, no
conocían más que la luz enfermiza y moribunda de los patios. Mi amigo Manolo
habitaba en un interior de la calle Velázquez y, como era un séptimo, no se
notaba porque el sol le entraba por la ventana de la cocina. Los vecinos delos
interiores eran el pueblo llano que no se mezclaba con los vecinos del os
exteriores que veraneaban en la Sierra, en Miraflores o en El Escorial y
merendaban todas las tardes piononos en la Santa Fe o chocolate en el Hotel
Suizo. Los vecinos de los interiores cantaban villancicos por los pasillos
cuando llegaba la Navidad y e iban puerta por puerta pidiendo el aguinaldo
porque aquellas casas eran tan grandes o más que muchos pueblos y sus habitantes
las habitaban y recorrían como si fueran el pueblo que quizás habían abandonado
para buscarse la vida en el Madrid de los sesenta. Los hijos de los vecinos de
los interiores bajaban a por el vino y el sifón antes de comer, cuando el padre
ya estaba a la mesa y les había dado un duro para que fueran a la taberna.
Recorrer aquellos pasillo llenos de puertas de las que salían el olor de las
cenas por el que podías saber en qué estación del año estabas pues en verano
olía a pimientos fritos y en invierno a cocido, era toda una aventura para los
niños. En aquella España que recuperaba la alegría, que veía una luz al salir
de aquel túnel de hambres y miserias de siglos, que disfrutaba de unas
vacaciones en la costa aunque fuera a base de bocadillos de calamares y chatos
de vino, los interiores albergaban aquella gente que, según el informe Petras,
vivieron mejor que vivimos sus hijos. Cuando iba a ver a Manolo, los padres
llegaban del trabajo y, antes de llegar a casa, se pasaban por los bares para
tomarse una cañita con un boquerón que les ponía Emilio, el más pequeño de los
hermanos Alonso. Pirri había marcado un gol y don Amancio Amaro había corrido
la banda mejor que nunca, eso sí, sin llegar a la majestad de Paco Gento, la
galerna del Cantábrico. A Franco, por ley de vida, ya le quedaba poco y la
gente hacía chistes sobre aquel Régimen que, a fuer de decir había creado la
clase media en España por primera vez. Los restaurantes de La Pedriza llenaban
sus comedores tres veces y cualquier obrero, aun renegando del ferrolano de El
Pardo, vivía mejor que sus padres, mejor que vivimos – lo repito porque es
verdad-, los hijos en esta actualidad que anda buscando una nueva normalidad como Ponce de León buscaba
la fuente de la eterna juventud. Todo tiempo pasado fue mejor, dijo el poeta de
Paredes de Nava. Es un tópico, pero en este caso es una gran verdad.
OS MAIAS DE EÇA DE QUEIROZ
Hace
unos días, he terminado de leer Os Maias de Eça de Queirós, esa especie
de Quijote que es para los portugueses este libro monumental. La prosa de Eça
es una prosa hermosa y limpia, llena de humor y pulida para que en ella se
pueda reflejar la sociedad lisboeta – y portuguesa-, del XIX. Si en España
tenemos a Galdós, a Clarín, a Perera o a Valera para pintarnos el gran friso de
la vida decimonónica, en Portugal cuentan con dos grandes escritores, Eça de
Queirós y Camilo Castelo Branco, el autor de Amor de perdição, la obra que tanto gustaba a don Miguel de
Unamuno. La trama, un tanto folletinesca si queréis, pero maravillosamente
dirigida por el escritor (recordemos que lo que importa no es lo que se cuenta,
sino cómo se cuenta) se adentra en la vida de la familia da Maia, más en
concreto, en la vida de don Afonso da Maia y de Carlos da Maia, abuelo y nieto
respectivamente. Anda de por medio un amor destructor y un destino burlón que
hace que la felicidad no pueda llegar hasta esta familia. Si el padre murió –
don Pedro da Maia-, el hijo no alcanzará la felicidad y tendrá que conformarse,
porque un mal fado lo ha querido , con una vida vacía en el París de la
vacuidad. No puedo seguir contando más,
pero os recomiendo la novela, esta gran novela de Eça de Queirós.
LA CALLE NÚÑEZ DE BALBOA
Ahora
que, por desgracia, está de moda la calle Núñez de Balboa en el madrileño
barrio de Salamanca, quisiera romper una
lanza a favor de ella porque viendo en televisión el tramo en donde unos
cuantos vecinos se manifiestan contra el gobierno de Pedro Sánchez, he
descubierto que se ve la casa de mi compañero de colegio Delgado, aquel
muchacho cuyo padre trabajaba en un banco y que todas las tardes pasaba por la
esquina de casa camino de su casa. Tenía Delgado una hermana mayor y su madre
había muerto en el parto de él. El padre de Delgado tenía un bigotito corto y
era rechoncho, quizás un poco obeso, en una época en la que el culto al cuerpo
no se conocía porque no daba tiempo para ir a los gimnasios. Delgado era
el primero de la clase y todos nos fijábamos
en lo que hacía y decía Delgado, que era
un niño serio y muy responsable, un niño al que la vida le había hecho mayor
con pocos años. Al lado de su casa, había un colegio muy grande, un caserón
abandonado en cuyo portal se sentaba u chico que ya no lo era tanto y que había
dado en perseguir a las chicas, levantarles las faltas y tocarles el faro de
caminantes que decía Quevedo. Mi madre (eran otros tiempos) le llamaba el tonto
y cuando pasábamos por la otra acera, echábamos a correr porque me decía que el
tonto, cuando era pequeña, - y él era también un niño-, la perseguía, como a
otras chicas del barrio, para tan
innoble fin. Aquel caserón desapareció y con él el tonto que quizás se haya
hecho viejo en alguna institución para discapacitados soñando con aquel portal
en el que sentado dominaba Núñez de Balboa y General Oraa y se preparaba con
tiempo para atacar a sus presas.
Cruzando
Diego de León, estaba la Biblioteca en la que saqué mis primeros libros de
Eliott, siempre aconsejado por mi amigo Pablo Perera, y en donde estudiaba
viendo, de vez en cuando, como otros preparaban oposiciones para abogados del
Estado o judicaturas. Me llamaba la atención una chica que tenía siempre un
libro, un grueso tomo de anatomía animal y que acabé descubriendo que tan sólo
lo usaba como apoyo para los densos temarios en los que andaba inmersa.
La
calle de Núñez de Balboa albergaba la administración en donde mi abuelo Luis
echaba las quinielas que nunca le tocaron porque, fiel seguidor del Valladolid,
siempre le daba como ganador y siempre pasaba los que pasaba; el zapatero y
Andrés , el peluquero de señoras en cuya
peluquería pasaba yo muchas horas de aburrimiento acompañando los peinados de
mi madre. En esa misma acera, en la esquina con Maldonado, estaba la casa de
don Armando Palacio Valdés y digo yo que algo de culpa habrá tenido el verla
tanto la admiración que siento por el escritor asturiano.
Y
esta era mi calle de Núñez de Balboa en donde vivían (y viven) gentes de medio
pelo, gentes que no van al Club de Campo, gentes que habrán sufrido los ERTES
de esta maldita crisis. No todo el campo es orégano, ni todos los vecinos de
Núñez de Balboa sacan a la chacha con la cacerola. Yo, que la conocí, os lo
digo.
miércoles, 13 de mayo de 2020
FRANCISCO RODRIGUES LOBO
Francisco
Rodrigues Lobo es un poeta portugués del siglo XVII que llevo muchos años
leyendo. Tiene un libro muy famoso en el país vecino que se titula Corte na aldeia y que a mí me trae al
recuerdo El menosprecio de corte y
alabanza de aldea de Fray Antonio de Guevara, un cántabro de Treceño que
acabó sus días como obispo de Mondoñedo. Rodrigues Lobo, que vivió en la época en que
Portugal era territorio español, tiene también poemas en castellano y es, como
no, un excelente sonetista. A las prubas me remito con este Soneto que, aunque
escrito en portugués, se entiende perfectamente en castellano. Pertenece a su
libro Fénix Renascida y dice así:
E os Fados dizem que ma têm guardada;
Levantei-me de noite e madrugada,
Por mais que madruguei, não pude vê-la.
Já não espero haver alcance dela
Senão depois da vida rematada,
Que deve estar nos céus tão remontada
Que só lá poderei gozá-la e tê-la.
Pensamentos, desejos, esperança,
Não vos canseis em vão, não movais guerra,
Façamos entre os mais uma mudança:
Para me procurar vida segura
Deixemos tudo aquilo que há na terra,
Vamos para onde temos a ventura.
FRANCISCO BUGALHO
Francisco
Bugalho fue un poeta portugués de Oporto que murió muy joven, con tan sólo cuarenta
y cuatro años. Trabajó durante toda su vida en Castelo de Vide, un pueblecito
del Alentejo, como conservador do registo predial, algo así como un registrador
de la propiedad. Aunque falleció casi cuando un poeta comienza a estar maduro,
Bugalho nos ha dejado un ramalhete de
poemas que son de gran belleza y en los que le paisaje toma voz para llegarnos
a los más profundo del corazón. También me lo descubrió Pedro de Lorenzo y hace
unos meses os hablaba del otro gran poeta portugués que me descubrió este buen
escritor extremeño enamorado, como un
servidor, del país vecino. Os he seleccionado tres poemas y, aunque ya he dicho
muchas veces que me he cortado la coleta,
os traduzco los tres como sé y puedo.
NOITE
Na noite
negra, pérfida e calada,
alguém
passa a cantar à minha porta;
é una voz estridente,
desgarrada
que assim
se vai perdendo pela estrada
e em que há
todo o pavor da noite morta.
Um arrepio
dessa voz, que tem
um medo
heróico à própia solidão,
comunica-se
e vem
fazer
tremer involuntàriamente,
sobre o livro
que leio, a minha mão.
Depois
vai-se fundindo, en sons dispersos,
na noite
surda, pérfida e calada…
Foi do
pavor de seguir só na estrada
que
nasceram também estes meus versos.
NOCHE
En la noche
negra, pérfida y callada,
alguien
pasa cantando por mi puerta;
es una voz
estridente, desgarrada
que se va
perdiendo así por el camino
y que tiene
todo el terror de la noche muerta.
Un
escalofrío de esa voz, que tiene
un miedo
heroico a la propia soledad,
se comunica
y viene
a hacer
temblar involuntariamente,
sobre el
libro que leo, mi mano.
Después se
va fundiendo, en dispersos sonidos,
en la noche
sorda, pérfida y callada…
Fue del
miedo por seguir solo en el camino
del que
nacieron también estos versos míos.
Passa-se um
dia e outro dia
à espera
que passe a dor,
e a dor não
passa, e porfia
porque traz
dia, outro dia
que traz
dora inda maior;
Porque
embora a dor aflita
calasse há
muito seus ais,
ainda,
fundo, palpita
uma outra
dor que não grita:
a dor do
que não doi mais.
Se pasa un
día y otro día
esperando
que se pase el dolor
y el dolor
no se pasa y porfía
porque tras
un día hay otro día
que trae un
dolor aún mayor.
Porque
aunque el afligido dolor
silenciara
hace mucho su llorar
aún, hondo,
palpita
otro dolor
que no grita:
el dolor
que no duele jamás.
CAVALGADA
Parti pela
manhã, quando inda havia
na bruma
enovelada nas quebradas,
un estranho
e vago olor de maresía;
e pastavam
tranquilas, as boiadas.
A passo,
resfolegando, o meu cavalo,
de
frementes narinas dilatadas,
sente, no
vento, aromas a excitá- lo;
dá-lhe o
cheiro das éguas nas tapadas.
-E as
crinas são bandeiras desfraldadas
e o som da
minha voz é pra acalmá-lo.-
Elástica,
sonora, vai batendo
a cadência
do passo. E argentino
o olival,
na luz amanhecendo,
é fresco,
virginal e cristalino.
Quisera ir
eu assim até à Morte,
tal qual me
sinto agora rude e forte,
senhor do
meu Destino.
CABALGADA
Partí por
la mañana cuando aún había
en la bruma
ovillada en las quebradas
un extraño
y vago olor de maresia[i]
y pastaban , tranquilas, las boyadas.
Al paso, respirando,
mi caballo
con
temblorosos ollares dilatados
siente en
el viento aromas que lo excitan;
el olor le
da de las yeguas del cercado.
Y las
crines son banderas desplegadas
y está el
sonido de mi voz para calmarlo.
Elástica, sonora,
va golpeando
la cadencia
del paso. Y argentino
el olivar
en la luz amaneciendo
es fresco
virginal y cristalino.
Quisiera ir
yo así hasta la muerte
tal como me
siento ahora rudo y fuerte,
señor de mi
Destino.
[i] Maresia
es una palabra portuguesa que, como saudade, es imposible de traducir al
castellano. O cheiro à maresia es el
olor del mar, especialmente en la marea baja. Recordad ese olor que el mar nos
regala para que sepamos de su
presencia, aunque aún no nos hayamos
llegado hasta él, y sabréis lo que es la
maresia.
domingo, 10 de mayo de 2020
ESTÁBASE LA EFESIA CAZADORA O LA POESÍA MITOLÓGICA EN QUEVEDO
Me
gustaría haceros un pequeño comentario de textos de este maravilloso soneto de
don Francisco de Quevedo en el que trata del mito de Acteón, aquel pastor que,
por ver a Diana desnuda mientras se bañaba en una fuente con sus ninfas, fue
convertido en ciervo y devorado por sus propios perros. Don Francisco solía
usar la mitología con un sentido moral, es decir, para dar consejos. Esta
costumbre ya era usada en la Edad Media en donde había un Ovidio “moralizado”
que servía para instruir en el comportamiento. ¿Cuál es la idea que no quiere
transmitir Quevedo? Pues que por los ojos puede entrar mucho mal al alma algo
que, por otra parte, es un tópico en la literatura mística y religiosa. Veamos
el poema:
Estábase la Efesia cazadora
dando en aljófar el sudor al baño,
cuando en rabiosa luz se abrasa el año
y la vida en incendios se evapora.
dando en aljófar el sudor al baño,
cuando en rabiosa luz se abrasa el año
y la vida en incendios se evapora.
De sí, Narciso y ninfa, se enamora;
mas viendo, conducido de su engaño,
que se acerca Acteón, temiendo el daño,
fueron las ninfas velo a su señora.
Con la arena intentaron el cegalle,
mas luego que de Amor miró el trofeo,
cegó más noblemente con su talle.
Su frente endureció con arco feo,
sus perros intentaron el matalle,
y adelantóse a todos su deseo.
Vamos a
analizar el primer cuarteto:
Estábase la Efesia cazadora
dando en aljófar el sudor al baño,
cuando en rabiosa luz se abrasa el año
y la vida en incendios se evapora.
dando en aljófar el sudor al baño,
cuando en rabiosa luz se abrasa el año
y la vida en incendios se evapora.
La Efesia cazadora es Artemis / Diana a la que llama así porque Ártemis
tenía un templo muy conocido en Éfeso y cazadora porque era diosa de la caza. Dando
en aljófar el sudor al baño, significa que las gotas de sudor que eran como
perlas pequeñas (eso significa aljófar en castellano) se las estaba quitando
por medio de un baño refrescante en la fuente en la que estaba con las Ninfas.
Ahora Quevedo, que ya nos ha adelantado
la idea del calor, con la palabra sudor, nos sitúa en el verano:
cuando en rabiosa luz se abrasa el
año
y la vida en incendios se evapora.
y la vida en incendios se evapora.
Ese sudor y esa vida que en incendios se evapora nos remiten a
un día de mucho calor en que la calima cubre el cielo.
Bellísimo es el segundo cuarteto:
De sí, Narciso y ninfa, se enamora;
mas viendo, conducido de su engaño,
que se acerca Acteón, temiendo el daño,
fueron las ninfas velo a su señora.
mas viendo, conducido de su engaño,
que se acerca Acteón, temiendo el daño,
fueron las ninfas velo a su señora.
La diosa se ve en el agua y se enamora
de sí misma (Narciso) y se queda ensimismada en su propia imagen. Sus ninfas sí
que están atentas y ven que se acerca Acteón. Entonces, para impedir el daño
(que vea desnuda a la diosa) se ponen por delante y hacen de humano velo.
Vamos ya
a por el terceto primero:
Con la arena intentaron el cegalle,
mas luego que de Amor miró el trofeo,
cegó más noblemente con su talle.
mas luego que de Amor miró el trofeo,
cegó más noblemente con su talle.
Le intentan cegar al pastor con arena, pero éste, que ya ha visto a la diosa, se queda ciego, no por la arena, sino por el talle “divino” de Ártemis.
Y ya,
por desgracia pues es mucha la belleza que tiene este soneto, el último
terceto:
Su frente endureció con arco feo,
sus perros intentaron el matalle,
y adelantóse a todos su deseo.
sus perros intentaron el matalle,
y adelantóse a todos su deseo.
En su frente, una vez que ha visto a la diosa en el baño, le
salen los cuernos de ciervo y todo él se acaba
transformando en venado. La historia nos cuenta que fueron sus propios
perros los que le intentaron matar, pero, según Quevedo, lo que de verdad le mató fue el deseo de
“conocer” a la diosa que estaba corita frente a él. Es decir que, cuando los perros
llegaron, ya estaba el muchacho herido de amor herido, herido, muerto de amor.
Bellísimo soneto al que he intentado
acercaros mediante este mi muy humilde comentario. Espero que os haya gustado
y, en breve, repertiremnos con otro.
miércoles, 6 de mayo de 2020
PENÉLOPE Y ODISEO, UNA PAREJA NO TAN BIEN AVENIDA
Penélope y Ulises son el modelo
de pareja fiel y bien avenida. Sin embargo también tuvieron sus “cositas” y es
necesario hablar de ellas porque ni Penélope es esa chica que esperaba “en la estación
con sus zapatitos de tacón y su vestido de domingo” como cantaba Serrat , ni
Odiseo fue un esposo casto que no conoció más lecho que el de Penélope. Ya lo
dice el refrán gallego: “Carallo tieso no cree en Dios” (con perdón). Vamos
pues a tratar aquí de las infidelidades de uno y otro tal y como se recogen en
la Biblioteca Mitológica de Apolodoro.
Lo
primero que tenemos que decir es que la estancia de Odiseo con Circe no fue una
estancia casta, sino que tuvieron su himeneo ( o los que fueran) fruto de los
cuales nació Telégono.
Por
lo que respecta a Penélope, hay diversas leyendas que no la dejan en buen
lugar:
La
primera es la que cuenta que Odiseo culpó a Penélope de que ella misma había
atraído a los pretendientes a Ítaca y la repudió marchándose a Esparta y luego
a Mantinea en donde murió y en donde fue enterrado.
La
segunda nos cuenta cómo Helena fue seducida por Antínoo, uno de los
pretendientes, y Odiseo la envió con su padre Icario que no está mal recordar
que era hermano de Tindáreo y que, por tanto, Helena y Penélope eran primas
carnales. Penélope fue seducida por Hermes y fue madre de Pan.
La
tercera nos cuenta cómo fue seducida por Anfínomo. Este fue un pretendiente
“bueno” al que Odiseo pensaba dejar marchar, pero no así lo pensaba Atenea que
le ordenó que lo matara. Es decir, que quizás Odiseo aprovechó la orden de Atenea
para vengar su honra mancillada.
Pero
vamos ahora a ver un curioso final de la Odisea.
Odiseo
se va a hacer unos sacrificios que Tiresias, en el canto XI de la Odisea, le
había encomendado. Se toma su tiempo y se acaba casando con la reina Calídice.
A su muerte, Odiseo regresa a Ítaca y allí se encuentra con que Penélope había
tenido un hijo antes de su partida a Tesprotia. Ese hijo que tuvieron Odiseo y
Penélope tras el regreso fue Poliportes. Como Penélope no se enteró de la
infidelidad de Odiseo con Calídice – tampoco se había enterado de la que tuvo
con Circe, pero ya se enterará como veremos más adelante-, vivieron felices
hasta que llega a Ítaca el hijo que Odiseo había tenido con Circe, Telégono y
estropea la felicidad. El hijo desembarca y, por un quítame allí esas pajas,
mata a su padre sin saber que lo era pues no le había llegado a conocer. Cuando
el muchacho se entera de lo que ha hecho, coge el cadáver de su padre y a Penélope
y se va junto a su madre Circe. Allí montan un curioso lío de parejas pues
Telégono se casa con su madrastra Penélope y Circe hace lo propio con su hijastro
Telémaco premiando con la inmortalidad a Pe nélope y a Telémaco.
En
fin, como veis también había líos conyugales ( ¡y de qué calado!) entre los
griegos en las epopeyas homéricas. Ante estos “cruces de parejas” si que
hubiera exclamado con toda razón Micheleen Flynn, el de El hombre tranquilo” de John Ford, aquellas famosas palabras: “¡Homérico!”
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