Hace ya
muchos veranos me leí La sonrisa etrusca
y me gustó. Fue un verano en que lo pasé un poco mal y su lectura me devolvió
la paz que andaba buscando. Nunca he vuelto a leer a José Luis Sampedro quizás
por ese recelo que los intelectuales (con perdón) tenemos por los libros que se
venden y también porque a veces he leído que es un autor superficial y de poca
enjundia. Desde luego, aquella novela la recuerdo con mucho agrado y no me
llevé esa mala impresión. En este mes de mayo y, habiendo sabido que se
publicaba su poesía completa con el nombre de Días en blanco, me he
lanzado a su lectura por conocer cómo escribía Sampedro cuando se ponía a ser
poeta. Hace una semana que me terminé el libro y, en fin, hay poemas buenos (con
el aliento de Pedro Salinas) y otros poemas que no son tan buenos, que hasta
son, francamente, prosaicos. En los poemas de circunstancias (escritos en
exámenes o en reuniones) no entro porque creo que hay cosas que se deben
guardar y no publicar y, si el autor las
ha guardado en una caja y no ha querido publicarlas, pues por algo será, editores
de todos los demonios. Hace unos años, hubo una polémica por esa manía de
publicar diarios íntimos que, si de verdad lo son, deben de quedar en la intimidad
del escritor y no difundirlos post mortem
a menos que así lo hubiera dispuesto el autor. Claro que, si nos ponemos a esas, nos hubiéramos quedado
sin la Eneida pues ya sabéis que Virgilio,
obsesionado por la perfección, ordenó a Tuca y a Vario, dos amigos que le
fueron a esperar a Brindisi cuando ya venía muy enfermo de su viaje postrero a
Grecia, que la quemaran. Afortunadamente, no le hicieron caso y la publicaron
sin que el vate de Mantua le diera un último repaso, él que lamía y relamía sus
obras como una osa a sus oseznos. Sea como sea, y volviendo al libro de
Sampedro, creo que una antología hubiera sido mucho mejor que una poesía completa,
que, dicho sea de paso, hay pocos poetas que las soportan porque es mejor
espigar que cargar con todo el trigo y la cizaña en el mismo carro.
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