Ya nadie
se acuerda de los interiores, pero en el Madrid antiguo que yo conocía, en el
barrio de Salamanca, había casas con interiores. En Velázquez, en General Oras,
en Núñez de Balboa, había casas con tres y cuatro patios porque había pisos que
daban a la calle y pisos interiores que daban
a los patios. Así cada casa era toda una república en la que se podía ver los a los pudientes, que habitaban los
pisos exteriores, y los proletarios, que habitaban los interiores. No es verdad
eso que se dice ahora de que el barrio de Salamanca sea un barrio de ricos
porque entre los ricos - que los había-, vivían, quizás para dar más lustre a
su riqueza, muchos obreros que habitaban
aquellas casa que, si eran altas tenían sol, pero que, si eran bajas, no
conocían más que la luz enfermiza y moribunda de los patios. Mi amigo Manolo
habitaba en un interior de la calle Velázquez y, como era un séptimo, no se
notaba porque el sol le entraba por la ventana de la cocina. Los vecinos delos
interiores eran el pueblo llano que no se mezclaba con los vecinos del os
exteriores que veraneaban en la Sierra, en Miraflores o en El Escorial y
merendaban todas las tardes piononos en la Santa Fe o chocolate en el Hotel
Suizo. Los vecinos de los interiores cantaban villancicos por los pasillos
cuando llegaba la Navidad y e iban puerta por puerta pidiendo el aguinaldo
porque aquellas casas eran tan grandes o más que muchos pueblos y sus habitantes
las habitaban y recorrían como si fueran el pueblo que quizás habían abandonado
para buscarse la vida en el Madrid de los sesenta. Los hijos de los vecinos de
los interiores bajaban a por el vino y el sifón antes de comer, cuando el padre
ya estaba a la mesa y les había dado un duro para que fueran a la taberna.
Recorrer aquellos pasillo llenos de puertas de las que salían el olor de las
cenas por el que podías saber en qué estación del año estabas pues en verano
olía a pimientos fritos y en invierno a cocido, era toda una aventura para los
niños. En aquella España que recuperaba la alegría, que veía una luz al salir
de aquel túnel de hambres y miserias de siglos, que disfrutaba de unas
vacaciones en la costa aunque fuera a base de bocadillos de calamares y chatos
de vino, los interiores albergaban aquella gente que, según el informe Petras,
vivieron mejor que vivimos sus hijos. Cuando iba a ver a Manolo, los padres
llegaban del trabajo y, antes de llegar a casa, se pasaban por los bares para
tomarse una cañita con un boquerón que les ponía Emilio, el más pequeño de los
hermanos Alonso. Pirri había marcado un gol y don Amancio Amaro había corrido
la banda mejor que nunca, eso sí, sin llegar a la majestad de Paco Gento, la
galerna del Cantábrico. A Franco, por ley de vida, ya le quedaba poco y la
gente hacía chistes sobre aquel Régimen que, a fuer de decir había creado la
clase media en España por primera vez. Los restaurantes de La Pedriza llenaban
sus comedores tres veces y cualquier obrero, aun renegando del ferrolano de El
Pardo, vivía mejor que sus padres, mejor que vivimos – lo repito porque es
verdad-, los hijos en esta actualidad que anda buscando una nueva normalidad como Ponce de León buscaba
la fuente de la eterna juventud. Todo tiempo pasado fue mejor, dijo el poeta de
Paredes de Nava. Es un tópico, pero en este caso es una gran verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario