He
tardado en leer esta novela de Manuel Rivas, - el oscense, no el coruñés-, por
ese recelo hacia todo lo que se vende, hacia lo popular. Sé que estoy equivocado,
pero hay un resto de aristocracia intelectual en mi manera de ser que hace que,
en ocasiones, me equivoque. De todas maneras, había leído la poesía de Rivas y
me había gustado con lo cual dejé a un lado tan absurdo prejuicio y me lancé a
leer la novela. Y la novela me ha parecido fantástica porque Rivas, algunos
años mayor que el que esto escribe, y un servidor compartimos la misma España
de los setenta cuando nuestros padres buscaban la sombra para el coche -yo lo
sigo haciendo quizás por un atavismo que me viene directamente de aquellas
tardes de verano con bocadillo de sardinas al limón y una botella de Mirinda-, y
veían la luz después de un túnel de guerra y posguerra. Manuel Rivas hace con
este libro un inmenso kadish por sus
padres, por su niñez, por su vida. Como en esa maravillosa novela de mi amigo
Pablo Perera, hay en Ordesa un recuerdo
continuo al padre y una presencia de la madre para los que, en esos poemas
finales del libro, descubre el autor su verdadero sentimiento que no es otro que
el que hemos sentido, desde hace muchos siglos, los hijos por los padres. Enfrentado
a solas con la vida, (no hay dioses en la novela de Rivas), hace del recuerdo la única salvación para el
hombre y busca un lugar mítico para salvarse: aquel lugar en el que pasaban las
vacaciones, un lugar al que, fuera del
tiempo como dije hace poco en una entrada, no debemos buscar ya porque nosotros
le conocemos a él, pero él ya no nos conoce a nosotros como bien dice el
maestro Bufalino. Ordesa es un gran libro de amor, del amor de un hijo por sus
padres. Gran libro que merece la fama que ha tenido y tiene. Creo que junto a
Jesús Carrasco, Rivas es uno de los grandes novelistas españoles de este siglo
XXI; un novelista que vendrá en los libros de texto. Fabulosa novela la de este
autor de Barbastro.
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