En
ocasiones, uno tiene la fortuna como lector de encontrar un en libro y, en esta ocasión , he tenido la
fortuna de encontrarme con este libro que, cuando lo pedí a la editorial que lo
ha publicado, ya intuía que me iba a gustar, pero que, mientras no lo leíu, no
confirmé mis barruntos. El canto de la
perdiz roja en interior de Constantino Molina Monteagudo es un gran libro
porque este poeta albaceteño nos habla del campo verdadero, no del campo del
que hablan los señoritos cuando dicen “yo el campo lo tengo en Sevilla” o “yo
el campo lo tengo en Córdoba” o “ yo el campo lo tengo en la Manchuela” que es
la tierra de Molina. En su libro, el poeta nos muestra la belleza del campo,
toma nota de cuándo empiezan a cantar los pájaros, escucha la lluvia y se
regocija y exulta con la nieve, pero también no elude la dureza del campo, la
soledad del campo, la oscuridad invernal del campo, ese campo que no conocen
los señoritos porque sólo habitan los cortijos en “el tiempo bueno”. El campo
también es paro, gentes alcoholizadas que sufren en soledad, la muerte que se
muestra en todo su esplendor, sin el maquillaje chabacano de las ciudades. En
el campo, se habla con la muerte de tú a tú porque la parca está en los
animales que mueren en las cuadras, en los conejos cazados por las aves rapaces
o por los cazadores (tanto da), en un padre que se nos ha ido. El campo es un
lugar de plena vida y de plena muerte y eso no es plato para todos los paladares.
Cuando Constantino se sube a esa Cruz que preside su pueblo, ve ese mundo
pequeño que tiene in nuce todo el universo porque el campo es un microcosmos en el
que la vida nos muestra lo bueno y lo malo, lo agradable y lo desagradable, en
definitiva, sus dos caras, esas dos caras que son la vida misma y su reverso,
la muerte.
Gracias, amigo Constantino, por este
libro inmenso no exento de ironía y hasta de ese humor manchego del que el poeta
hace uso , por ejemplo, para hablar del rey de la Mancha, don José Bono, consuegro
de Raphael, representante conspicuo de esa clase política que “entiende del
campo” y “ es del campo” mientras una criada les sirve una copa de vino, - de
ese vino lleno de bichos, de sudor y de horas del que, como Constantito y su
hermano, ha podado y cuidado las viñas-, en su ático del madrileño barrio de Salamanca.
Me ha gustado mucho el libro,
Constantino. Tan sólo te pediría un favor: que el día que vaya don José Bono
con el Mercedes negro y se haga unos trompos para distraer a las gentes del
campo, me llames. No me lo quisiera perder por nada del mundo.
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