lunes, 6 de diciembre de 2021

EL CANTO DE LA PERDIZ ROJA EN INTERIOR DE CONSTANTINO MOLINA, POETA.

 


En ocasiones, uno tiene la fortuna como lector de encontrar un  en libro y, en esta ocasión , he tenido la fortuna de encontrarme con este libro que, cuando lo pedí a la editorial que lo ha publicado, ya intuía que me iba a gustar, pero que, mientras no lo leíu, no confirmé mis barruntos. El canto de la perdiz roja en interior de Constantino Molina Monteagudo es un gran libro porque este poeta albaceteño nos habla del campo verdadero, no del campo del que hablan los señoritos cuando dicen “yo el campo lo tengo en Sevilla” o “yo el campo lo tengo en Córdoba” o “ yo el campo lo tengo en la Manchuela” que es la tierra de Molina. En su libro, el poeta nos muestra la belleza del campo, toma nota de cuándo empiezan a cantar los pájaros, escucha la lluvia y se regocija y exulta con la nieve, pero también no elude la dureza del campo, la soledad del campo, la oscuridad invernal del campo, ese campo que no conocen los señoritos porque sólo habitan los cortijos en “el tiempo bueno”. El campo también es paro, gentes alcoholizadas que sufren en soledad, la muerte que se muestra en todo su esplendor, sin el maquillaje chabacano de las ciudades. En el campo, se habla con la muerte de tú a tú porque la parca está en los animales que mueren en las cuadras, en los conejos cazados por las aves rapaces o por los cazadores (tanto da), en un padre que se nos ha ido. El campo es un lugar de plena vida y de plena muerte y eso no es plato para todos los paladares. Cuando Constantino se sube a esa Cruz que preside su pueblo, ve ese mundo pequeño que  tiene in nuce todo el universo porque el campo es un microcosmos en el que la vida nos muestra lo bueno y lo malo, lo agradable y lo desagradable, en definitiva, sus dos caras, esas dos caras que son la vida misma y su reverso, la muerte.

         Gracias, amigo Constantino, por este libro inmenso no exento de ironía y hasta de ese humor manchego del que el poeta hace uso , por ejemplo, para hablar del rey de la Mancha, don José Bono, consuegro de Raphael, representante conspicuo de esa clase política que “entiende del campo” y “ es del campo” mientras una criada les sirve una copa de vino, - de ese vino lleno de bichos, de sudor y de horas del que, como Constantito y su hermano, ha podado y cuidado las viñas-,  en su ático del madrileño barrio de Salamanca.

         Me ha gustado mucho el libro, Constantino. Tan sólo te pediría un favor: que el día que vaya don José Bono con el Mercedes negro y se haga unos trompos para distraer a las gentes del campo, me llames. No me lo quisiera perder por nada del mundo.

 

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