miércoles, 30 de agosto de 2017

LA HUIDA DEL TIEMPO Y JOSEP PLA




La huida del tiempo es un libro del maestro Josep Pla. Yo he leído a Pla desde que era muy joven, casi desde mi infancia lectora y siempre me gustó su delicada sensibilidad por la naturaleza, por los detalles, por las cosas pequeñas que, a la larga, suelen ser las más grandes. Seguir el calendario con don Josep es ver el año de otra manera: con santos barbudos, con los vientos que soplan, con los productos de la huerta, con los crujidos invernales de la masía, con el mar y sus velas latinas a lo lejos. Con Pla, he viajado a por toda Europa, he comido en variopintos restaurantes, he dormido en todas las camas y las he aprendido a distinguir con él (magistral en sus Cartes de lluny el artículo dedicado a las camas).  Pla, que no fue exactamente un pagés, se lo hace divinamente. Tampoco fue el solitario que cuenta, pero eso no tiene ninguna importancia. Don Josep escribe unas de las mejores prosas que se han escrito en España en el siglo XX: limpia, tersa, delicada. Él dice que fumaba para buscar los adjetivos y que, cuando los encontraba, se tomaba una tortilla francesa para cenar. Como saben los que me conocen era y es uno de mis señores feudales a quienes sirvo vasallaje desde hace muchos años junto a Álvaro Cunqueiro, mi Baroja, mi Galdós,  mi Pereda y mi Manuel Chaves Nogales, un grande olvidado y que tiene un libro sobre Cataluña que resulta imprescindible en estos tiempos que corren. La pena es que las chicas de la CUP no han leído a Pla en su vida, ni a Chaves Nogales, ni a Baroja, ni a Pereda, ni a Galdós ni a nadie : se les nota a la legua.

FILIPA LEAL







A Filipa Leal, la poetisa de Oporto, la conocí en unos de aquellos pedidos que yo hacía a la Livraria Portugal, en la Rua do Carmo, y que, por desgracia, cerró hace ya unos años. Estuve una vez en ella (hacía un calor espantoso que intentaban aliviar con un ventilador) y, pese a que me habían enviado muchos pedidos, la revelación de mi nombre no les causó ninguna sensación. Comenzaba a convertirme en el hombre invisible que soy a día de hoy. Pues bien, a lo que iba: en uno de aquellos pedidos venía un libro de una poetisa joven que me puse a traducir y cuya traducción terminó en mi carpeta o en los hondones del ordenador esperando mejor ocasión. Sin embargo, el destino me guardaba una sorpresa y allá por  mayo de 2008 o 2009, en la Feria del libro de Valladolid, que por aquellos años se montaba en el Campo Grande, en la carpa dedicada a literatura portuguesa, João de Melo y Filipa Leal estaban hablando de poesía en Portugal. Yo me había acercado avisado por el primero, hasta aquella carpa y, cuando de Melo me presentó a Filipa, yo le dije que había traducido su libro A cidade liquida y la poetisa se quedó a cuadros, se fumó un Português y me dijo que saliéramos a la avenida central del Campo Grande en donde estuvimos hablando un buen rato. Cuando acabé la traducción y me la publicó Paco en su Sequitur, hoy devenida Casimiro, le envié un ejemplar y le gustó.


         Este año, al pasar por Oporto y visitar su FNAC, compré su libro Vem a Quinta-Feira y, después de leerlo, veo en ella una poeta más madura que aquella que traduje hace nueve años. Yo ya me he cortado la coleta en lo referente a traducciones porque harto tengo con lo mío, pero os recomiendo su lectura. Y si Filipa lee este humilde blog, vaya mi saludo para ella desde los más profundo de Castilla, allí en donde vienen a morir las arias de Haendel según dijo el maestro don Antonio Colinas.

RECUERDO SENTIMENTAL DE GUARDA




Cuando el viajero llega a Guarda, esa ciudad que se encarama en un monte hasta legar a la Sé, es ya agosto entrado. Hace tiempo que conoce la ciudad y en su recuerdo pervive esa imagen de un señor al que le preguntó su padre por el camino a Covilha y, mientras le respondía al padre del viajero, llegó un familiar y le besó. No sé porque al viajero se le ha quedado esta imagen de Guarda, pero es la que conserva. ¡Qué le vamos a hacer! En esa mañana de agosto el viento sopla en Guarda y juega a husmear por las callejas. Nada más llegar, el viajero siente algo especial: un algo que le dice que esa ciudad lo estaba esperando desde hacía muchos años y, como en otras ocasiones, el viajero se deja llevar.

         De pronto, en una pared, una inscripción en piedra recuerda al rey Sancho I, el fundador de la ciudad, el rey poeta, y uno de sus versos:

Muito me tarda

o meu amigo na Guarda

¿Qué haría el amigo en Guarda? Estaría oyendo como él el viento? ¿Estaría viendo pasar las nubes en loca carrera camino del sur?¿Estaría resguardado del frío al fuego de una lareira? Hay otras posibilidades, pero el viajero no quiere entrar en ellas y sigue calle arriba.

En una de sus rúas, se compra un queso y luego, a indicaciones del buen quesero, asciende por un arco en el que lo espera la imagen de Unamuno, el gran visitador de Portugal, el gran amante, como el viajero, de las tierras lusas. Y, una vez metido na cidade velha, el viajero se recorre sus vielas en las que de pronto ha llegado el invierno y en una noche fría – Guarda es en una de sus cinco efes- a cidade fría- la nieve está llamando en su ventana mientras un candelabro de siete brazos está encendido. El viento sigue soplando en esa noche de Guarda en que parece que viven todas las noches del mundo, todos los inviernos del mundo, todo el frío del mundo. Y hay gentes que pasan rezando un kadish por los que ya son viento en el viento, frío en el frío, noche en la noche y el viajero, otra vez en agosto, ha llegado hasta una plaza, la enorme plaza que está dedicada a su amigo Luis de Camõens, el gran poeta luso, y en ella ve unos soportales y unas casas blanacas. Una de ellas es A casa do bom café, recuerdo del pasado colonial de Portugal, cuando las colonias llevaban a las metrópolis el buen café que creó esa cultura cafetera tan portuguesa. Y el viajero regresa y se perjura que un día volverá a Guarada, la cidade fría, farta, forte, formosa e fiel y sabe que Guarda lo estará esperando con su viento frío, con sus candelabros de siete brazos, con su kadish, con su nieve que es vida en la muerte de la noche de todas las noches.

 

lunes, 28 de agosto de 2017

ATAHUALPA YUPANQUI








Yo recuerdo tu voz, viejo indio de cara ancha como tu corazón valiente,  sonando en aquellas noches de verano en que volvíamos de la sierra y el calor iba entrando en el coche como una lengua de fuego que limpiaba mis pequeños pecados niños. En la radio del coche, tu voz y tu guitarra me producían una sensación de venir de muy lejos, de unas tierras remotas que nunca conocería, de países en donde los muertos convivían en la calle con los vivos. Mas,  de pronto, se perdía la emisora y una voz más lejana se colaba de pronto y hacía aún mayor el misterio de voz de los llanos. ¿De dónde venían esas emisoras? ¿Quizás de islas perdidas en medio del océano? ¿De países lejanos como lejano es ahora el país de mi infancia? Y, por debajo de ellas, otras aún más distantes, más extrañas, más misteriosas. Pero la seguridad de una mañana de luz radiante en la azotea podía todos mis miedos y tú, viejo indio de cara ancha como tu corazón valiente, seguías cantando historia de ríos, de carretas, de un Dios al que le hacías preguntas. Yo ahora recuerdo tu voz, viejo Atahualpa Yupanqui, ahora que ya te has ido muy lejos por el caminito del indio, ahora que Dios te hace a ti las preguntas. Yo ahora recuerdo tu voz en este viejo disco y sin querer, viajo de nuevo de regreso a casa, con el calor como una lengua de fuego que limpia mis pecados grandes de adulto. Gracias, Atahualpa, por poner esa voz en mi infancia que no ha dejado de sonar hasta ahora.

DE PERRITOS Y PERROS EN EL EVANGELIO DE SAN MATEO


Dedicado a don Antonio Ruiz de Elvira

 a quien tanto le hubiera gustado esta pequeñez.

 

         Pues resulta que esta entrada ha venido por el Evangelio del domingo día 20 en que se nos habla de la mujer cananea y de cómo Jesús le dice que no está bien dar a los perritos la comida de los hijos y cómo la mujer le responde que también los perritos comen de la mesa de los amos las migajas que se caen. Y viene a cuento porque esta traducción es la nueva que se usa en las lecturas. Vamos a ver cómo aparece en el texto griego del Evangelio de Mateo:

 

ὁ δὲ ἀποκριθεὶς εἶπεν, Οὐκ ἔστιν καλὸν λαβεῖν τὸν ἄρτον τῶν τέκνων καὶ βαλεῖν τοῖς κυναρίοις.

 

ἡ δὲ εἶπεν, Ναί, κύριε, καὶ γὰρ τὰ κυνάρια ἐσθίει ἀπὸ τῶν ψιχίων τῶν πιπτόντων ἀπὸ τῆς τραπέζης τῶν κυρίων αὐτῶν.
28  τότε ἀποκριθεὶς ὁ Ἰησοῦς εἶπεν αὐτῇ, Ὦ γύναι, μεγάλη σου ἡ πίστις· γενηθήτω σοι ὡς θέλεις. καὶ ἰάθη ἡ θυγάτηρ αὐτῆς ἀπὸ τῆς ὥρας ἐκείνης.

 

Vemos que, tanto Jesús como la mujer, usan la palabra kynarion que se traduce al castellano como “perrito”. Sin embargo, en la traducción de la Vulgata encontramos canis, para el primero, y catellus, “perrito” para el segundo.

No puedo decir el porqué de esta variación en la vulgata, pero ya veis que el texto de San Mateo es muy claro al respecto.

         En fin que ya veis: cuando el Diablo no tiene nada que hacer, pues mata moscas con el ordenador.

 



HUMILLADOS Y OFENDIDOS




Al conocer el título de esta novela, creí que se trataba en ella de los profesores de Bachillerato o de los profesores en general, pero, al adentrarme en su lectura,  he visto que no, que se trataba de otro argumento. Dejo la broma para deciros que esta novela, poco conocida del maestro ruso en comparación con los grandes “buques insignia”, es una maravilla y que en ella aparece un personaje, el príncipe, que es todo un nihilista. Este tal Piotr Valkovski es un personaje egoísta y hace del egoísmo su moral: todos en el fondo, si hacemos el bien, lo hacemos por nuestro propio placer. Su hijo Aliosha es un personaje manipulable, inmaduro, infantil que nos remite a El Idiota. Está también Vania, el narrador;  la maldecida Natasha y su padre, el señor Ikmeniev que quiere perdonarla y se echa atrás por los convencionalismos sociales y que acabará perdonándola y acogiéndola en su casa. Pero está sobre todo Elena, Nelly; la nieta del señor Smith, la niña mártir que muere por las humillaciones a las que se ha visto sometida. Estos niños que aparecen en las novelas del gran escritor ruso deberían tener un estudio serio por parte de algún filólogo mucho más capacitado que yo porque son de lo más emocionante de toda la literatura del escritor de San Petersburgo.

         Hay en la novela esa lucha entre el bien, encarnado por los humillados y el mal encarado por y en ese príncipe al que tan sólo le gusta su yo y que está encantado de conocerse.

         No os cuento más. Seguro que mi buen amigo Luis Daniel González habría hecho un comentario mejor, pero tenemos que conocer nuestras limitaciones como bien sabían y aplicaban los griegos.

 

LA REINA CATALINA DE PORTUGAL



La reina doña Catalina, hija menor de Felipe el Hermoso y de doña Juana I de Castilla, nació en Torquemada, Palencia, un 14 de enero de 1507 y ya no la pudo conocer su padre que murió en el año de gracia de 1506, según se ha contado siempre, por beber un vaso de agua fría tras jugar un partido de pelota. La niña se crio en Tordesillas con su madre, prisionera en el palacio,  hoy desaparecido,  bajo la custodia férrea de los Marqueses de Denia y no tenía más contentamiento que el realejo de su madre y unas monedas que echaba en el enlosado de la calle para que los niños de Tordesillas acudieran para hacerle compañía y acercarse a la plaza a por chuches. Lo cuenta muy bien, - no podía ser de otra manera- , Laurent Vital, el cronista del primer viaje de Carlos I a España:

         A menudo por petición suya, los niños iban a jugar delante de ella, porque a los niños les gusta ver a otros niños… y a fin de que con más gusto allí volviesen, cada vez les arrojaba alguna moneda de plata”

         Pobre niña en su cárcel de plata que tenía que conformarse con ver jugar, pero no jugar ella misma.

         Sin embargo, esta niña estaba destinada a ser reina de Portugal al casarse con don João III, hermano a su vez de Isabel, la portuguesa con la que se casaba su hermano Carlos, al que tanto quería y respetaba.

         Catalina, muy bien educada por su madre en latines, griego y música (era muy devota como su madre del flamenco Pierre de la Rue) se marchó para Lisboa y allí fue reuniendo una colección de arte que le llegaba de diversos lugares del mundo, pero, en especial, del Asia que los portugueses acabaña de descubrir. Fama tuvieron también la magnífica colección de tapices que, como buena Habsburgo, fue coleccionando en los palacios reales portugueses. No tuvo suerte la pobre con los hijos pues todos se le murieron en tierna edad y tan sólo João llegó a la edad de desposarse con la hija de Carlos V, Juana, de la que nacería el rey don Sebastián, ese muchacho que tantos puntos de contacto tiene con nuestro príncipe don Carlos pues  ambos, como estudió Manuel Fernández Álvare, estarían tocados por un gen loco que iba saltando cada dos generaciones entre los Trastámara primero y entre los Habsburgo,  después. Cuando murió don João III, Catalina, siguiendo las enseñanzas de Juan Luis Vives, se convirtió en la viuda perfecta y llegó a ser una portuguesa más defendiendo en todo momento a su país de origen.

         Sin embargo, ya hacia el final de su vida, Catalina se planteó muy seriamente el regresar a España, decisión que apoyó su sobrino Felipe II. Eligió un convento de Ocaña, Toledo, para pasar su vejez entre las monjas. La causa de este deseo de regresar a su país la ponen los historiadores en las desavenencias que surgieron entre la reina y su nieto don Sebastián, siempre obsesionado por vestirse de gloria en hazañas épicas de las que mentes más preclaras ( léase don Juan de Austria) intentaban disuadirle. Mas con todo, la reina viuda no se vino para España y se retiró al Convento de la Madre de Dios de Xabregas mientras se dedicaba a terminar la capilla que albergaría su sepulcro en le monasterio de los Jerónimos para cuyas pintura recurrió al mismísimo Tiziano, mas no pudiendo éste,  por falta de tempo,  pintarlas, fue el portugués, con ascendencia sevillana, Lourenço de Salzedo, el que las pintó. Aquella niña que buscaba la compañía de los niños de Tordesillas murió en Portugal en 1578, a los setenta y un años con grande sufrimiento, según le escribió Fontana, nuncio papal en Lisboa,  al cardenal Como.

         Y hasta aquí la vida, muy resumida como es lógico, de aquella niña que tanto me emocionó cuando hace ya muchos años leí la vida de doña Juana escrita con mano maestra por ese gran historiador que fue don Manuel Fernández Álvare, sin olvidar que,  ya antes, en los años treinta, se había ocupado de ella el gran Félix de Llanos y Torriglia, el mismo que escribió la biografía de don Germán Gamazo y Calvo, el prócer de Boecillo. Pero eso es otra historia muy larga que se va plasmando poco a poco en un libro que, Dios mediante, quizás vea la luz antes de fin de año.

A VUELTAS CON LOS HUEVOS (MOLES DE AVEIRO)



Acordaos que, el año pasado por estas mismas fechas, traté de los ovos moles aveirenses y di como posible origen una teoría que venía a decir que los huevos se habían inventado por un donativo de huevos que había recibido el convento de las Dominicas  las cuales, al no saber qué hacer con tantos huevos y para que no se estropearan, inventaron tan suculento dulce. Sin embargo, este año he podido tener acceso a otra versión que me parece más apropiada. El origen  se sitúa no en  el Convento de las Dominicas, sino en el de las Madres Carmelitas, bellísimo convento con un artesonado de gran valía. Pero no sólo estaba equivocado el lugar de origen sino el origen mismo de los huevos que, según me lo contaron, os lo cuento: las monjas usaban la clara de huevo para dar el apresto a sus hábitos y no usaban las yemas más que para la cocina y cuyo sobrante terminaría seguramente en la basura. Sin embargo, un buen día, sin duda Spiritu Sancto coadiuvante, a las monjas se les ocurrió que, puesto que tenían oblea sin consagrar para las sagradas formas, podían utilizar ambos ingredientes, la yema y la oblea, y crear un  postre. Y así nacieron os ovos moles que recuerdan a las yemas de Ávila por la mezcla de yema y azúcar y que a un servidor no le gustan recién hechos, sino cuando están algo más secos porque la yema poco compactada me produce un cierto repelús en el paladar. Manías de los Platones que no impiden que este dulce sea un dulce muy apreciado por paladares exigentes y que Aveiro venda cada año, por el verano,  - que siempre es en esta ciudad portuguesa ventoso y bellísimo, con su olor a maresia y su luz suave y como pasada por un fino tamiz - ,  muchos miles de huevos. ¡Y todo por las madres Carmelitas!



miércoles, 23 de agosto de 2017

MIGUEL DE UNAMUNO Y GUARDA




Mi enorme cariño por las tierras portuguesas me viene del libro de don Miguel de Unamuno Por tierras de España y Portugal. En él viajé hasta Guarda y aprendí quién era Teixeira de Pascoaes y Eça de Queroz. Este verano, al pasar por la ciudad capital de la Beira Alta, nos subimos hasta su catedral, a Sé, y paseamos por sus rúas de piedra granítica que tantos recuerdos me trae de Ávila de Santa Teresa. Algo mágico tiene esta ciudad portuguesa, conocida como  como la «ciudad de las cinco F»: Farta, Forte, Fria, Fiel e Formosa. En la hermosa plaza de don Luis de  Camões, comimos un piscolabis mientras veíamos sus soportales y entrábamos en A casa do bom café. En un arco por el que se accede a esa ciudadela de águilas, el recuerdo a Unamuno. Y el viento, el viento de Guarda que habla por las noches al  corazón de los viajeros. El viajero prefiere dejar la pluma a don Miguel de que nos cuenta así de esta ciudad portuguesa.
Entre los diecisiete lugares de Portugal que merecen ser visitados, según reza el mapa excursionista que en los vagones de primera de los trenes ha hecho fijar la Sociedad de Propaganda de Portugal – cuyo lema es pro patria omnia – no figura Guarda. Pero siempre que había yo pasado por la línea de Beira, ya al ir, ya al volver, habíanseme ido los ojos tras de aquella ciudad que allá en lo alto, sobre la montaña, levantaba sus torres contra el cielo. El que la sociedad esa no nos la recomienda era razón de más para que me escociera el visitarla. Y allá fuí, de vuelta de Lisboa, a quedarme un día (...).
Y allí pasé un día, todo un mortal día, en esa Guarda fría, ventosa, húmeda, fea, denegrida y fuerte, que vigila a España. Tiene razón la Sociedad de Propaganda de Portugal.
Pero cuando se llega a un sitio hay que sacarle el jugo, sobre todo nosotros, los forzados del cálamo. Es cosa terrible esto de ver algo para escribir de ello, más bien que escribir porque se ha visto. Pero el oficio... y una vez allí, no iba a perder el viaje.
Y allá me fui, en aquella destemplada tarde otoñiza, a vagar por las calles de Guarda. Pronto las recorrí casi todas, pues es una pequeña ciudad, de unos 6.000 habitantes. A trechos, los canónigos, embozados en sus mantos negros, con sus bonetes, engullidos por las negras puertas de aquellas viejas casuchas; luego, estudiantes del Liceo, rapazuelos de once años, en pelo, con sus levitas y sus remedados manteos blancos, imitando a los de Coimbra (...)
Voy a ver la puerta de sol; un incendio volcánico entre montañas de ceniza. Y luego me envuelve la melancolía otoñal de una villa desconocida. Pensando en cosas melancólicas voy a comer, que es una brutalidad fisiológica independiente del alma, según Camilo. Por fortuna, los últimos días de noviembre son muy cortos y pude acostarme a las siete, con una novela de Camilo a la cabecera de la cama. No sin antes dar un paseo por la villa y pararme ante la imagen del rincón del arco para pensar: !de qué tragedias calladas habrá sido mudo confidente!
Y luego, !qué encanto el que le despierte a uno el sol en un silencio puesto de relieve por lejanos y apagados toques de corneta militar, por campanadas de la iglesia próxima! (...)
Salí a ver la catedral, por fuera más de ver que por dentro. Tiene, sin embargo, su adusto carácter de fortaleza, y desde la terraza un hermoso panorama. Todo el anfiteatro de montañas de la sierra de la Estrella, y al otro lado tierras de España (...)
Fui a ver el Liceo, un Liceo nacional donde se cursan los cinco primeros cursos, con unos 150 alumnos. Cosa deplorable, pobrísima, de la que lo mejor es no hablar (...)
Cuando me hube acomodado en mi vagón, y mientras esperaba a salir, volví a mirar a Guarda, encaramada en su montaña; esa Guarda que tantas veces atrajo mis miradas. Ahora sé ya cómo es por dentro. ¿Lo sé de veras?
Unamuno, Miguel de (1976). Por tierras de España y Portugal. Madrid: Colección Austral Espasa-Calpe, S.A. ISBN: 8423902218. Páginas 73-78.

DOS POETAS GRANADINOS




Ya he dicho en más de una ocasión que lo de ser de Granada es un plus para ser poeta. Antonio Praena, Luis García Montero, Jesús Montiel, entre otros, por no citar a los ya más que conocidos Federico García Lorca y Luis Rosales, nos dan una idea del arte de Granada eso sin nombrar a Falla, un enamorado de la ciudad; a Debussy, que no estuvo pero que le dedicó una obrita a la Puerta del Vino por la postal que le envió Falla y por no hablar tampoco de los Morente o de los Habichuela o de Antonio Amaya, recriado en Barcelona, pero granadino de nacimiento. Estos dos poetas de los que os hablo hoy son José Carlos Rosales, granadino del 52, y Ángeles Mora que aunque cordobesa de Rute, vive en Granada en donde estudió. Podría contar de ellos, pero prefiero dejaros sus versos y cambiaros el poemilla de Icaza antes de copiar sus versos:

Dale limosna, mujer,

que no hay desgracia mayor

que no ser poeta en granada.

 

 

Oigo cómo se abre el grifo de la ducha,

cómo tu piel se moja y me imagino

tu piel llena de espuma

y el agua resbalando con calma por tu cuerpo,

llevándose los trazos monótonos del día,

y no puedo eludir una pregunta,

una vaga inquietud, una pesquisa:

¿Podrá borrar el agua la huella de mis manos?

¿Se notará esta noche, cuando estemos allí

en medio de la gente, el rastro de ese beso

que te daré más tarde en medio de la espalda?

 

Oigo el agua que cae, vuelvo a mirar la hora,

me levanto y te busco, y te miro peinándote

delante del espejo, y al ver tu piel mi duda

se desvanece y huye, ya no vuelve.

José Carlos Rosales


 

Buenas noches, tristeza

La vida siempre acaba mal.
Siempre promete más de lo que da
y no devuelve
                         nunca el furor,
el entusiasmo que pusimos
al apostar por ella.
Es como si cobrase en oro fino
la calderilla que te ofrece
y sus deudas pendientes
-hoy por hoy-
pueden llenar mi corazón de plomo.

No sé por qué agradezco todavía
el beso frío de la calle
esta noche de invierno,
mientras que me reclaman,
parpadeando,
sus ojos como luces de algún puerto.
Por qué espero el calor que se fue tantas veces,
el deseo
por encima de todas las heridas.

Pero acaso me calma una tibia tristeza
que ya no me apetece combatir.

Todo sucede lejos o se apaga
como los pasos que no doy.

La vida siempre acaba mal.
Y bien mirado:
¿puede terminar bien lo que termina?

 

Ángeles Mora

 

MAURA Y LA BELLEZA ESPIRITUAL DE CASTILLA



De todos es sabido que don Antonio Maura y Montaner era mallorquín; quizás menos sepan que se casó con una boecillana, Constancia Gamazo, hermana de Germán Gamazo; quizás muchos menos sepan que venía con frecuencia a Boecillo y que él, un balear, se enamoró del paisaje castellano y nos vio como creo que no nos ha visto ningún escritor castellano. Os recuerdo que los escritores de la Generación del 98, tan amantes de Castilla ellos y que crearon la imagen típica y tópica de Castilla, no eran castellanos, sino levantinos, vascos y de otras zonas “periféricas”. Por eso, no me extraña en absoluto que Maura defendiera así, ni más ni menos que en el Congreso de los Diputados, ese lugar en donde ahora ha entrado el lenguaje de la calle,  tal y como recoge César Silió en su libro, la belleza espiritual del campo castellano:

  “Diré ahora una cosa, y es que cuando cruzo en cualquiera dirección los campos castellanos, yo, que hablé en el regazo de mi madre una lengua que no era la de Castilla, sino casi la misma lengua que los solidarios, no pienso eso, yo no siento eso, sino todo lo contrario, y la misma planicie del terreno suscita en mi ánimo sentimientos totalmente opuestos. Porque yo, cuando veo aquellos adobes con tejas, que por una cruz resultan ser un templo, que no tienen de templo otra muestra, digo: ahí habitaron los que con una loriga o sayo pardo y harapiento fueron a arrojar de los dorados salones de la Alhambra, de los alicatados de sus miradores y de los alabastrinos patios, a los señores de aquella cultura y de aquella riqueza; los que defendieron la cristiandad y los que rehicieron la nación…

           Y cuando yo veo un país tan pobre, tan aislado, que parece que no se comunica sino con las inclemencias del sol tropical y del cierzo helado, me acuerdo de que allí se ha asentado el pueblo que ha llevado a continentes dilatados y ha arraigado por los siglos de los siglos. Toda aquella cultura, toda aquella sabiduría política, toda aquella idealidad, que está en un monumento de eterna gloria de la corona de España, que se llama las leyes de Indias. Yo, en Castilla, veo lo que veo en esas personas predilectas de la espiritualidad, donde parecen que anidan las almas a quienes reservan la inteligencia y el amor los secretos de sus cumbres, con su cuerpo, acaso feo, irregular, como si la materia no se hubiese decidido a envolver por completo espíritus tan grandes…”

 

           ¡Madre mía! ¡Y que ahora nos tengamos que conformar con escuchar al Rufián dichoso! ¿A ver si va a ser verdad que a Diputado, a Gobernador Civil y hasta presidente del Gobierno se llega, como dijo el gran Belmonte, “degenerando”?

CARRERO BLANCO, DIBUJANTE




Esto ya parece vicio, pero es que no sólo Franco pintaba, como expliqué en otra entrada sino que también Carrero Blanco, el santoñés de pro, dibujaba en los Consejos de Ministros que deben de ser como un claustro de profesores, pero a lo bestia. Don Luis, cansado quizás de los temas del Consejo, se ponía a dibujar con el bolígrafo en la hoja timbrada del Gobierno y, la verdad, no se le daba tan mal. Viendo uno estas cosas, no cabe sino preguntarse por qué no cursaron Bellas Artes y se dedicaron a la pintura. A lo mejor, la historia de España hubiera sido otra…

EL OCASO CULTURAL DE BOECILLO O LA TRISTEZA DE UN FRIKI



Cuando yo llegué a Boecillo hace más de veinte años, había una revista que publicaba el Ayuntamiento, un concurso de poesía que sufragaba ese mecenas maltratado que es el bueno de Fernando García de la Cuesta, un grupo de danzas que se había sacado adelante con el esfuerzo de unos cuantos padres de familia. A eso se le fueron sumando otro concurso de cuentos en Navidad – también costeado por el mismo mecenas-;  un grupo de teatro del que nada sé, pero que debe vivir en la indigencia;  un coro que cantaba en la iglesia todos los domingos y que viajaba por diferentes pueblos de la comarca;  viajes y excursiones para los jubilados y manifestaciones culturales  que alimentaban el espíritu  de esta población castellana. ¡Hasta hubo tiempos felices en que Boecillo tenía su encierro por el campo como casi todos los pueblos del entorno! Ha pasado el tiempo y de aquello no queda casi nada. Como Job, decimos aquello de “el Señor me lo dio, el Señor me lo quitó” y seguimos a los nuestro que no sé muy bien qué es.  Fernando García de la Cuesta dejó el mecenazgo porque era como un San Juan Bautista predicando en un desierto de caspa y zafiedad; al coro ya no se le oye y la única música que se oye es la  de las peñas que,  con las hogueras para las parrilladas en las casetas de obra,  más parecen sacadas de una escena de Mad Max, con un mundo ya en decadencia y salvajismo, que las fiestas de un pueblo en el siglo XXI. Un amigo de Laguna, en las pasadas fiestas de San Cristóbal, de lo único que me habló fue del “superbotellón” que se celebraba por detrás de la verbena. Vino el hombre a echar un bailecico con su mujer y se topó con la fiestuki desenfrenada y alcoholizada a la que hemos llevado los mayores a la gente joven con esa especie de glorificación de la fiesta, de la borrachera y del colocón que ha hecho de España líder absoluta en la lista de países fiesteros. ¡En algo teníamos que ser los primeros! ¿De verdad que no hay alternativas para la gente joven? ¿Es que sólo les podemos ofrecer alcohol y drogas a los que van a ser – son ya- el futuro del pueblo y de España? Como educador y padre, me aterra pensar que esto es así. Nada tengo contra la diversión, pero creo que lo cultural se ha ido marginando, abandonando, dejándolo porque tan sólo interesa a cuatro frikis que comemos bocadillos de spaghetti con trucha y se le ha ido dando al pueblo “lo que el pueblo reclama”,  esa gran mentira que, comenzada por Lope de Vega y a fuerza de repetirla, se ha convertido, como decía Goebbels, en una verdad. Siento una profunda envidia de pueblos vecinos en donde la gente se muestra participativa y así sus grupos de teatro ganan premios en la Diputación, atraen a turistas con encuentros de reyes en los que participa todo el pueblo o simplemente miman a sus mecenas y no los relegan al olvido y al desprecio. Siento una pena profunda de la situación cultural del lugar en donde vivo en donde no hay más alimento que el teatro infantil ( al que acuden, sobre todo, gentes de fuera de Boecillo) y las veladas de Folk y Jazz. Y siento vergüenza ajena cada vez que voy al Centro Cívico y son más los que están en el escenario que los que estamos en las butacas. En esa historia que ya he abandonado, hablaba de fiestas que tenían un sentido porque no eran el descanso del duro trabajo y no  una mera repetición de los fiestorros de cada fin de semana, con su autobús nocturno lleno de chicos con bolsas para hacerse el calimocho y ponerse hasta el culo de marihuana (Ya veis, repito esta frase que dije en el pregón y que fue, por desgracia, lo único que quedó de él) Por cierto, tenía escritos cinco folios, pero visto lo visto-  incluyendo mis propios “hermanos” de cofradía que prefirieron ir sin tardanza al refresco a quedarse a escuchar el pregón del  hermano que todavía era el Alcalde- , preferí dejarlo “para mejor ocasión”. ¡Hasta tenía el pregón su partecica en latín en que contaba al estilo de Tito Livio el comienzo de Boecillo en la intrahistoria! Pero, con harto dolor de mi corazón forastero, no lo leí. Sé que no soy nadie en este pueblo y que forastero me marcharé como forastero vine, pero siempre, por amor a mis antepasados, a  mi mujer y a mis hijos, quise dejar mi granito de arena con lo único que sé hacer: escribir. Siento mi amargura, pero quería vaciar mi corazón de friki. Ya sabéis, os invito a un bocadillo de spaghetti con trucha y, si no venís, me lo tomaré en la soledad de mis libros y mis muertos.


viernes, 18 de agosto de 2017

LEONARD COHEN, POETA


Este verano de 2017, me estoy dedicando a escuchar y a leer a Leonard Cohen, ese canadiense que, en el discurso del Premio Príncipe de Asturias de las Letras, reconoció la deuda que tiene con España pues un español, cuyo nombre nunca supo,  fue el que le enseñó a tocar en la guitarra los cuatro acordes con los que  luego ha compuesto la mayoría de sus canciones;  y otro español, Federico García Lorca, fue el que le endeñó a escribir sus letras. Junto al Cohen cantante, está el Cohen poeta; es más, primero fue el poeta y después, el cantante. En 1961 cuando Leonard Cohen tenía veintisiete años,  escribió su primer libro de poemas que fue recibido con los adjetivos de místico, profano, obsceno, sarcástico y osado. El libro se llamaba y llama La caja de especias de la tierra y lo he ido leyendo entre Boecillo y Aveiro, entre el Duero y el Atlántico de la playa da Barra. Y, la verdad, es que sorprende por su audacia poética, por la fuerza de su imágenes y por la cercanía a la realidad con la que escribe:


 

Me pregunto cuánta gente en esta ciudad

vive en habitaciones amuebladas.

Ya tarde por la noche cuando miro hacia los edificios

juro que veo un rostro en cada ventana

que me devuelve la mirada,

y cuando me retito

me pregunto cuántos vuelven a sus escritorios

y escriben esto mismo.

 

(…)

 

Oh lejos de cualquier azotea,

estamos tendidos bajo los castillos,

entre profundas ramas de plata,

y la luna solitaria

vive en lo alto de todo el mundo,

y en su luz nos sostiene,

fría y espléndida,

en su vasta y clara noche.

 

(…)

 

Ahora te incluimos en todas nuestras fantasías,

seguimos teniendo absoluta fe en tus legendarios cos-

         tados.

Nuestros barcos desde el medio del océano

son guiados por el brillo del sol en tu barriga,

reanudan su comercio entre tus colosales rodillas,

y un millar de destartalados poetas

acuestan sus cabezas heridas sobre tus pechos para

         cantar.

 

(Traducciones de Alberto Manzano en Editorial Visor.

 

Para que luego me hablen del Marwan…

 


LAS ANGUILAS DE AVEIRO


Este año, en Aveiro, me he dedicado  a las anguilas y no a os ovos moles  aunque he visitado la tienda que, en la rúa Jorge de Lanscater, alberga el obrador en donde se hacen los mejores de Aveiro y de los que ya hablé el año pasado al mencionar a María da Conceiçao y su maravilloso nombre de novela de Eça de Qieroz. La anguilas, enguias en portugués, son el plato típico de esta ciudad portuguesa y el mejor sitio para comerlas es el restaurante Maré Cheia (marea alta) en donde las guisan de manera prodigiosa como guisan también otros pescados de la costa aveirense. En escabeche, que no es exactamente el escabeche español pues no lleva laurel, las guisan con acierto en el restaurante Ferro,  en la calle de Tenente Resende,  que es un lugar familiar y que hacen también un arroz com polvo (arroz con pulpo, que nadie piense mal) de muy buen comer. En Maré Cheia, también hacen timbales de pecado y los mariscos son de primera calidad. Los precios ya son europeos, pero los sabores siguen siendo portugueses, especialmente con ese olor a maresia que llega hasta este restaurante modesto, pero apabullante. Se me olvidaba deciros que no tiene ninguna estrella Michelin y que espero que no se le den nunca.


lunes, 7 de agosto de 2017

LA NUEVA REVISTA Y EL GALLO ROJO



Un día, mi buen amigo Miguel Arrufat Pujol, catalán de Tortosa, me hizo saber que andaba con la idea de resucitar la Nueva Revista, publicación que fundó mi profesor don Antonio Fontán. En  la conversación, salió mi amistad con don José Jiménez Lozano y Miguel vio la posibilidad de que don José, que es periodista de profesión con una experiencia en el oficio de más cincuenta años largos, se hiciera cargo de poner en marcha la Revista. Quedamos Miguel y yo en Boecillo y, desde tan noble villa, nos fuimos para Alcazarén en donde le presenté a don José. Y,  llegada la hora de comer, nos fuimos a El Gallo Rojo, un restaurante coqueto y muy castellano de Mojados. Y allí hablamos de muchas cosas tanto en la comida, como en la larga sobremesa. Luego, Miguel volvió con el primer director de la Nueva Revista, Julio Montero, al que un servidor conocía de Madrid y repitieron las excursiones gastronómicas a El Gallo Rojo, lugar al que se podría poner  la placa de que “en esos comedor se gestó lo que iba a ser la Nueva Revista” y en donde don José aportó muchas sugerencias y consejos.  A, mí me encargaron un artículo dedicado a Jiménez Lozano y sé de buena tinta que, cuando se publicó, hubo algún lameculillos que dijo que “a ver si trataba más con Jiménez Lozano y me enseñaba a escribir”. Lameculilos los hay en todas partes, pero quería con esta entrada, cuya escritura he reservado muchos años, que se supiera que ese mal escritor sirvió de “enlace” entre la Nueva Revista y don José y que luego, sabedor de que el undécimo mandamiento es no estorbar, se aparató discretamente ante el desfile de “figuras” que componían los colaboradores entre los que no podía faltar el poeta de todas las ensaladas, premios, y otros saraos. Sí, ése que estás pensado, el gastprofessor, el hombre de las pisadas y los resbalones en la nieve, el filólogo que lo mismo sirve para un roto que para un descosido, el hombre de Loewe. Repito que hacía tiempo que quería contaros esto y hoy, por fin,  lo he hecho.

Cosas del verano y de la ausencia de Nessie.

NICOMEDES SANZ Y RUIZ DE LA PEÑA




Me he terminado de leer un libro de sonetos de Nicomedes Sanz y Ruiz de la Peña, amigo de César Medina – Bocos y de don José Jiménez Lozano y me ha sorprendido mucho que este autor vallisoletano esté incluido en La Historia de la Literatura Fascista de Puértolas. ¿Qué “méritos” ha hecho el bueno de don Nico para aparecer como fascista? ¿Es que ya el ser de Valladolid (Fachadolid para algunos) es  un grado?¿Qué tiene de fascismo la obra de este hombre que canta  la primavera, las alondras,  los campos, es decir, lo que cantaban los poetas hasta que vino la moda de hacer poemas con penes, vulvas y orgasmos? A lo mejor, Nico era de derechas, pero el ser de derechas no significa sin más el ser fascista. Vamos a cuentas: el fascismo fue un movimiento político de apenas trascendencia en España aunque ahora quieren ponerle de fascista a propio Gil Robles ( que coqueteó con él, pero que no lo fue) y hasta le enmiendan la plana a Araquistáin, el dirigente socialista cuando decía que en España no existía un peligro fascista. Pero claro,  la idea de los camaradas sombríos con cara de estreñidos es hacernos creer que, en 1934, se “alzaron” los fascistas en España (eran cuatro) y que por eso vino la revolución de ese año. ¿No sería justo al revés, es decir, que una parte de la izquierda, que no aceptó desde el comienzo de la República la legitimidad democrática y que buscaba una revolución al estilo ruso, se lanzó a un “alzamiento nacional” frente a los resultados adversos en la elecciones? Pero me estoy yendo del tema que es que al pobre Nicomedes ( Nico para los amigos) lo meten en el saco del fascismo cuando no  fue fascista. Puértolas tenía que haber titulado el libro Historia de la Literatura de Derechas, pero se le fue la olla; mejor dicho, enseñó la patita de cordero, pero por debajo se le veía la de lobo. Sí, porque Puértolas, como los camaradas sombríos, al que no es comunista y lucha por la “libertad”, lo llama fascista. ¡Pobre don Nicolás y sus poemas tan clásicos, de tan buen gusto, de tanto sabor castellano! Yo le aprecio mucho y creo que su nieto César Sanz, el de Difácil, debería defender a su pobre abuelo de tamaña bestialidad. Dixi.

 

viernes, 4 de agosto de 2017

FRANCO, PASTOR


Otra vez regreso, con la imaginación, al Canto del Pico, porque faltaba una historia curiosa de este singular palacete. Ya hemos dicho en otras entradas que el conde de las Almenas, entristecido por la muerte de su hijo en el frente, le regaló el palacio a Franco. Y ¿qué hizo Franco con él? Pues le dedicó a tres usos fundamentales:


  • Como refugio cuando los servicios de inteligencia le avisaban de un posible atentado.
  • Como almacén de los regalos que le hacían las escasísimas personalidades que visitaban nuestro país.
  • Y como granja.
    Me quedo con esta última porque me parece el desparrame. Resulta que Franco,  que también iba algún día a cazar y a pintar, le empezó a coger gustillo a tener una pequeña granja y, con ayuda de Ángel, el guarda de la finca, el caudillo de los españoles por la gracia de Dios, cuidaba sus ovejas, sus cabras, sus gallinitas y otros animales. La verdad, lo del Franco pintor pase, pero lo de este Franco convertido en un Títiro virgiliano que enseñaba a resonar a los montes el nombre de Carmen y a tocar el rústico caramillo me cuesta trabajo imaginarlo. Sin embargo, cuentan que fue así y que el generalísimo de los ejércitos acabó tal y como quiso acabar don Alonso Quijano el bueno, convertido en pastor, en el buen pastor Quijótiz. ¿Habría querdo Franco devenir en el pastor Francótiz y dedicarse a la novela pastoril entre Decreto Ley y Decreto Ley?  ¿Cantaría Franco aquella canción que dice Vengan a ver mi granja que es hermosa? El palacio de El Canto del Pico, a la muerte de Franco, fue vendido en más de 300.000 millones de pesetas por su hija Carmen en una operación inmobiliaria que de bucólica tenía poco y luego ha ido sobreviviendo a derrumbamientos, ventas a inmobiliarias que iban a hacer hoteles que nunca fueron y al paso destructor del tiempo. Cuando a mediados de este mes pasé por Torrelodones, todavía seguía en pie queriéndonos contar su historia. Es ésta que he transcrito para todos vosotros.