La huida del tiempo es un
libro del maestro Josep Pla. Yo he leído a Pla desde que era muy joven, casi
desde mi infancia lectora y siempre me gustó su delicada sensibilidad por la
naturaleza, por los detalles, por las cosas pequeñas que, a la larga, suelen
ser las más grandes. Seguir el calendario con don Josep es ver el año de otra
manera: con santos barbudos, con los vientos que soplan, con los productos de
la huerta, con los crujidos invernales de la masía, con el mar y sus velas
latinas a lo lejos. Con Pla, he viajado a por toda Europa, he comido en variopintos
restaurantes, he dormido en todas las camas y las he aprendido a distinguir con
él (magistral en sus Cartes de lluny
el artículo dedicado a las camas). Pla,
que no fue exactamente un pagés, se lo hace divinamente. Tampoco fue el
solitario que cuenta, pero eso no tiene ninguna importancia. Don Josep escribe
unas de las mejores prosas que se han escrito en España en el siglo XX: limpia,
tersa, delicada. Él dice que fumaba para buscar los adjetivos y que, cuando los
encontraba, se tomaba una tortilla francesa para cenar. Como saben los que me
conocen era y es uno de mis señores feudales a quienes sirvo vasallaje desde
hace muchos años junto a Álvaro Cunqueiro, mi Baroja, mi Galdós, mi Pereda y mi Manuel Chaves Nogales, un
grande olvidado y que tiene un libro sobre Cataluña que resulta imprescindible
en estos tiempos que corren. La pena es que las chicas de la CUP no han leído a
Pla en su vida, ni a Chaves Nogales, ni a Baroja, ni a Pereda, ni a Galdós ni a
nadie : se les nota a la legua.
miércoles, 30 de agosto de 2017
FILIPA LEAL
A Filipa
Leal, la poetisa de Oporto, la conocí en unos de aquellos pedidos que yo hacía
a la Livraria Portugal, en la Rua do Carmo, y que, por desgracia, cerró hace ya
unos años. Estuve una vez en ella (hacía un calor espantoso que intentaban
aliviar con un ventilador) y, pese a que me habían enviado muchos pedidos, la
revelación de mi nombre no les causó ninguna sensación. Comenzaba a convertirme
en el hombre invisible que soy a día de hoy. Pues bien, a lo que iba: en uno de
aquellos pedidos venía un libro de una poetisa joven que me puse a traducir y
cuya traducción terminó en mi carpeta o en los hondones del ordenador esperando
mejor ocasión. Sin embargo, el destino me guardaba una sorpresa y allá por mayo de 2008 o 2009, en la Feria del libro de
Valladolid, que por aquellos años se montaba en el Campo Grande, en la carpa dedicada
a literatura portuguesa, João de Melo y Filipa Leal estaban hablando de poesía
en Portugal. Yo me había acercado avisado por el primero, hasta aquella carpa y,
cuando de Melo me presentó a Filipa, yo le dije que había traducido su libro A cidade liquida y la poetisa se quedó a
cuadros, se fumó un Português y me dijo que saliéramos a la avenida central del
Campo Grande en donde estuvimos hablando un buen rato. Cuando acabé la
traducción y me la publicó Paco en su Sequitur, hoy devenida Casimiro, le envié
un ejemplar y le gustó.
Este
año, al pasar por Oporto y visitar su FNAC, compré su libro Vem a Quinta-Feira y, después de leerlo,
veo en ella una poeta más madura que aquella que traduje hace nueve años. Yo ya
me he cortado la coleta en lo referente a traducciones porque harto tengo con
lo mío, pero os recomiendo su lectura. Y si Filipa lee este humilde blog, vaya
mi saludo para ella desde los más profundo de Castilla, allí en donde vienen a morir
las arias de Haendel según dijo el maestro don Antonio Colinas.
RECUERDO SENTIMENTAL DE GUARDA
Cuando el viajero llega a
Guarda, esa ciudad que se encarama en un monte hasta legar a la Sé, es ya
agosto entrado. Hace tiempo que conoce la ciudad y en su recuerdo pervive esa
imagen de un señor al que le preguntó su padre por el camino a Covilha y,
mientras le respondía al padre del viajero, llegó un familiar y le besó. No sé
porque al viajero se le ha quedado esta imagen de Guarda, pero es la que
conserva. ¡Qué le vamos a hacer! En esa mañana de agosto el viento sopla en
Guarda y juega a husmear por las callejas. Nada más llegar, el viajero siente
algo especial: un algo que le dice que esa ciudad lo estaba esperando desde
hacía muchos años y, como en otras ocasiones, el viajero se deja llevar.
De
pronto, en una pared, una inscripción en piedra recuerda al rey Sancho I, el
fundador de la ciudad, el rey poeta, y uno de sus versos:
Muito
me tarda
o
meu amigo na Guarda
¿Qué
haría el amigo en Guarda? Estaría oyendo como él el viento? ¿Estaría viendo
pasar las nubes en loca carrera camino del sur?¿Estaría resguardado del frío al
fuego de una lareira? Hay otras posibilidades, pero el viajero no quiere entrar
en ellas y sigue calle arriba.
En una
de sus rúas, se compra un queso y luego, a indicaciones del buen quesero,
asciende por un arco en el que lo espera la imagen de Unamuno, el gran
visitador de Portugal, el gran amante, como el viajero, de las tierras lusas.
Y, una vez metido na cidade velha, el
viajero se recorre sus vielas en las
que de pronto ha llegado el invierno y en una noche fría – Guarda es en una de
sus cinco efes- a cidade fría- la
nieve está llamando en su ventana mientras un candelabro de siete brazos está
encendido. El viento sigue soplando en esa noche de Guarda en que parece que
viven todas las noches del mundo, todos los inviernos del mundo, todo el frío
del mundo. Y hay gentes que pasan rezando un kadish por los que ya son viento en el viento, frío en el frío,
noche en la noche y el viajero, otra vez en agosto, ha llegado hasta una plaza,
la enorme plaza que está dedicada a su amigo Luis de Camõens, el gran poeta
luso, y en ella ve unos soportales y unas casas blanacas. Una de ellas es A casa do bom café, recuerdo del pasado
colonial de Portugal, cuando las
colonias llevaban a las metrópolis el buen café que creó esa cultura cafetera
tan portuguesa. Y el viajero regresa y se perjura que un día volverá a Guarada,
la cidade fría, farta, forte, formosa e
fiel y sabe que Guarda lo estará esperando con su viento frío, con sus
candelabros de siete brazos, con su kadish,
con su nieve que es vida en la muerte de la noche de todas las noches.
lunes, 28 de agosto de 2017
ATAHUALPA YUPANQUI
Yo
recuerdo tu voz, viejo indio de cara ancha como tu corazón valiente, sonando en aquellas noches de verano en que
volvíamos de la sierra y el calor iba entrando en el coche como una lengua de
fuego que limpiaba mis pequeños pecados niños. En la radio del coche, tu voz y
tu guitarra me producían una sensación de venir de muy lejos, de unas tierras
remotas que nunca conocería, de países en donde los muertos convivían en la
calle con los vivos. Mas, de pronto, se perdía
la emisora y una voz más lejana se colaba de pronto y hacía aún mayor el misterio
de voz de los llanos. ¿De dónde venían esas emisoras? ¿Quizás de islas perdidas
en medio del océano? ¿De países lejanos como lejano es ahora el país de mi
infancia? Y, por debajo de ellas, otras aún más distantes, más extrañas, más
misteriosas. Pero la seguridad de una mañana de luz radiante en la azotea podía
todos mis miedos y tú, viejo indio de cara ancha como tu corazón valiente,
seguías cantando historia de ríos, de carretas, de un Dios al que le hacías
preguntas. Yo ahora recuerdo tu voz, viejo Atahualpa Yupanqui, ahora que ya te
has ido muy lejos por el caminito del indio, ahora que Dios te hace a ti las
preguntas. Yo ahora recuerdo tu voz en este viejo disco y sin querer, viajo de
nuevo de regreso a casa, con el calor como una lengua de fuego que limpia mis
pecados grandes de adulto. Gracias, Atahualpa, por poner esa voz en mi infancia
que no ha dejado de sonar hasta ahora.
DE PERRITOS Y PERROS EN EL EVANGELIO DE SAN MATEO
Dedicado a don Antonio
Ruiz de Elvira
Pues resulta que esta entrada ha venido
por el Evangelio del domingo día 20 en que se nos habla de la mujer cananea y
de cómo Jesús le dice que no está bien dar a los perritos la comida de los
hijos y cómo la mujer le responde que también los perritos comen de la mesa de
los amos las migajas que se caen. Y viene a cuento porque esta traducción es la
nueva que se usa en las lecturas. Vamos a ver cómo aparece en el texto griego
del Evangelio de Mateo:
ὁ δὲ ἀποκριθεὶς εἶπεν, Οὐκ ἔστιν καλὸν λαβεῖν τὸν ἄρτον τῶν τέκνων
καὶ βαλεῖν τοῖς κυναρίοις.
ἡ δὲ εἶπεν, Ναί, κύριε, καὶ γὰρ τὰ κυνάρια ἐσθίει ἀπὸ τῶν ψιχίων τῶν πιπτόντων ἀπὸ τῆς τραπέζης τῶν
κυρίων αὐτῶν.
28 τότε ἀποκριθεὶς ὁ Ἰησοῦς εἶπεν αὐτῇ, Ὦ γύναι, μεγάλη σου ἡ πίστις· γενηθήτω σοι ὡς θέλεις. καὶ ἰάθη ἡ θυγάτηρ αὐτῆς ἀπὸ τῆς ὥρας ἐκείνης.
28 τότε ἀποκριθεὶς ὁ Ἰησοῦς εἶπεν αὐτῇ, Ὦ γύναι, μεγάλη σου ἡ πίστις· γενηθήτω σοι ὡς θέλεις. καὶ ἰάθη ἡ θυγάτηρ αὐτῆς ἀπὸ τῆς ὥρας ἐκείνης.
Vemos que, tanto Jesús como la mujer, usan la palabra kynarion que se traduce al castellano
como “perrito”. Sin embargo, en la traducción de la Vulgata encontramos canis, para el primero, y catellus,
“perrito” para el segundo.
No puedo decir el porqué de esta
variación en la vulgata, pero ya veis que el texto de San Mateo es muy claro al
respecto.
En fin que ya veis: cuando el Diablo no
tiene nada que hacer, pues mata moscas con el ordenador.
HUMILLADOS Y OFENDIDOS
Al
conocer el título de esta novela, creí que se trataba en ella de los profesores
de Bachillerato o de los profesores en general, pero, al adentrarme en su
lectura, he visto que no, que se trataba
de otro argumento. Dejo la broma para deciros que esta novela, poco conocida
del maestro ruso en comparación con los grandes “buques insignia”, es una
maravilla y que en ella aparece un personaje, el príncipe, que es todo un nihilista.
Este tal Piotr Valkovski es un personaje egoísta y hace del egoísmo su moral:
todos en el fondo, si hacemos el bien, lo hacemos por nuestro propio placer. Su
hijo Aliosha es un personaje manipulable, inmaduro, infantil que nos remite a
El Idiota. Está también Vania, el narrador; la maldecida Natasha y su padre, el señor Ikmeniev
que quiere perdonarla y se echa atrás por los convencionalismos sociales y que
acabará perdonándola y acogiéndola en su casa. Pero está sobre todo Elena,
Nelly; la nieta del señor Smith, la niña mártir que muere por las humillaciones
a las que se ha visto sometida. Estos niños que aparecen en las novelas del
gran escritor ruso deberían tener un estudio serio por parte de algún filólogo
mucho más capacitado que yo porque son de lo más emocionante de toda la
literatura del escritor de San Petersburgo.
Hay
en la novela esa lucha entre el bien, encarnado por los humillados y el mal
encarado por y en ese príncipe al que tan sólo le gusta su yo y que está
encantado de conocerse.
No
os cuento más. Seguro que mi buen amigo Luis Daniel González habría hecho un
comentario mejor, pero tenemos que conocer nuestras limitaciones como bien
sabían y aplicaban los griegos.
LA REINA CATALINA DE PORTUGAL
La reina
doña Catalina, hija menor de Felipe el Hermoso y de doña Juana I de Castilla, nació
en Torquemada, Palencia, un 14 de enero de 1507 y ya no la pudo conocer su
padre que murió en el año de gracia de 1506, según se ha contado siempre, por
beber un vaso de agua fría tras jugar un partido de pelota. La niña se crio en
Tordesillas con su madre, prisionera en el palacio, hoy desaparecido, bajo la custodia férrea de los Marqueses de
Denia y no tenía más contentamiento que el realejo de su madre y unas monedas
que echaba en el enlosado de la calle para que los niños de Tordesillas
acudieran para hacerle compañía y acercarse a la plaza a por chuches. Lo cuenta
muy bien, - no podía ser de otra manera- , Laurent Vital, el cronista del
primer viaje de Carlos I a España:
A menudo por petición suya, los niños iban a
jugar delante de ella, porque a los niños les gusta ver a otros niños… y a fin
de que con más gusto allí volviesen, cada vez les arrojaba alguna moneda de
plata”
Pobre
niña en su cárcel de plata que tenía que conformarse con ver jugar, pero no
jugar ella misma.
Sin
embargo, esta niña estaba destinada a ser reina de Portugal al casarse con don
João III, hermano a su vez de Isabel, la portuguesa con la que se casaba su
hermano Carlos, al que tanto quería y respetaba.
Catalina,
muy bien educada por su madre en latines, griego y música (era muy devota como
su madre del flamenco Pierre de la Rue) se marchó para Lisboa y allí fue
reuniendo una colección de arte que le llegaba de diversos lugares del mundo,
pero, en especial, del Asia que los portugueses acabaña de descubrir. Fama
tuvieron también la magnífica colección de tapices que, como buena Habsburgo,
fue coleccionando en los palacios reales portugueses. No tuvo suerte la pobre
con los hijos pues todos se le murieron en tierna edad y tan sólo João llegó a
la edad de desposarse con la hija de Carlos V, Juana, de la que nacería el rey
don Sebastián, ese muchacho que tantos puntos de contacto tiene con nuestro
príncipe don Carlos pues ambos, como
estudió Manuel Fernández Álvare, estarían tocados por un gen loco que iba
saltando cada dos generaciones entre los Trastámara primero y entre los
Habsburgo, después. Cuando murió don João
III, Catalina, siguiendo las enseñanzas de Juan Luis Vives, se convirtió en la
viuda perfecta y llegó a ser una portuguesa más defendiendo en todo momento a
su país de origen.
Sin
embargo, ya hacia el final de su vida, Catalina se planteó muy seriamente el
regresar a España, decisión que apoyó su sobrino Felipe II. Eligió un convento
de Ocaña, Toledo, para pasar su vejez entre las monjas. La causa de este deseo
de regresar a su país la ponen los historiadores en las desavenencias que
surgieron entre la reina y su nieto don Sebastián, siempre obsesionado por
vestirse de gloria en hazañas épicas de las que mentes más preclaras ( léase
don Juan de Austria) intentaban disuadirle. Mas con todo, la reina viuda no se
vino para España y se retiró al Convento de la Madre de Dios de Xabregas mientras
se dedicaba a terminar la capilla que albergaría su sepulcro en le monasterio de
los Jerónimos para cuyas pintura recurrió al mismísimo Tiziano, mas no pudiendo
éste, por falta de tempo, pintarlas, fue el portugués, con ascendencia
sevillana, Lourenço de Salzedo, el que las pintó. Aquella niña que buscaba la
compañía de los niños de Tordesillas murió en Portugal en 1578, a los setenta y
un años con grande sufrimiento, según le escribió Fontana, nuncio papal en
Lisboa, al cardenal Como.
Y
hasta aquí la vida, muy resumida como es lógico, de aquella niña que tanto me
emocionó cuando hace ya muchos años leí la vida de doña Juana escrita con mano maestra
por ese gran historiador que fue don Manuel Fernández Álvare, sin olvidar que, ya antes, en los años treinta, se había
ocupado de ella el gran Félix de Llanos y Torriglia, el mismo que escribió la
biografía de don Germán Gamazo y Calvo, el prócer de Boecillo. Pero eso es otra
historia muy larga que se va plasmando poco a poco en un libro que, Dios
mediante, quizás vea la luz antes de fin de año.
A VUELTAS CON LOS HUEVOS (MOLES DE AVEIRO)
Acordaos
que, el año pasado por estas mismas fechas, traté de los ovos moles aveirenses y di como posible origen una teoría que venía
a decir que los huevos se habían inventado por un donativo de huevos que había
recibido el convento de las Dominicas las cuales, al no saber qué hacer con tantos
huevos y para que no se estropearan, inventaron tan suculento dulce. Sin
embargo, este año he podido tener acceso a otra versión que me parece más
apropiada. El origen se sitúa no en el Convento de las Dominicas, sino en el de
las Madres Carmelitas, bellísimo convento con un artesonado de gran valía. Pero
no sólo estaba equivocado el lugar de origen sino el origen mismo de los huevos
que, según me lo contaron, os lo cuento: las monjas usaban la clara de huevo
para dar el apresto a sus hábitos y no usaban las yemas más que para la cocina
y cuyo sobrante terminaría seguramente en la basura. Sin embargo, un buen día,
sin duda Spiritu Sancto coadiuvante,
a las monjas se les ocurrió que, puesto que tenían oblea sin consagrar para las
sagradas formas, podían utilizar ambos ingredientes, la yema y la oblea, y
crear un postre. Y así nacieron os ovos moles que recuerdan a las yemas
de Ávila por la mezcla de yema y azúcar y que a un servidor no le gustan recién
hechos, sino cuando están algo más secos porque la yema poco compactada me
produce un cierto repelús en el paladar. Manías de los Platones que no impiden
que este dulce sea un dulce muy apreciado por paladares exigentes y que Aveiro
venda cada año, por el verano, - que
siempre es en esta ciudad portuguesa ventoso y bellísimo, con su olor a maresia y su luz suave y como pasada por
un fino tamiz - , muchos miles de
huevos. ¡Y todo por las madres Carmelitas!
miércoles, 23 de agosto de 2017
MIGUEL DE UNAMUNO Y GUARDA
Mi
enorme cariño por las tierras portuguesas me viene del libro de don Miguel de
Unamuno Por tierras de España y Portugal.
En él viajé hasta Guarda y aprendí quién era Teixeira de Pascoaes y Eça de Queroz.
Este verano, al pasar por la ciudad capital de la Beira Alta, nos subimos hasta
su catedral, a Sé, y paseamos por sus rúas de piedra granítica que tantos
recuerdos me trae de Ávila de Santa Teresa. Algo mágico tiene esta ciudad
portuguesa, conocida como como la
«ciudad de las cinco F»: Farta, Forte, Fria, Fiel e Formosa. En la hermosa plaza de don Luis de Camões, comimos un piscolabis mientras veíamos sus soportales y entrábamos en A
casa do bom café. En un arco por el que se accede a esa ciudadela de
águilas, el recuerdo a Unamuno. Y el viento, el viento de Guarda que habla por
las noches al corazón de los viajeros.
El viajero prefiere dejar la pluma a don Miguel de que nos cuenta así de esta
ciudad portuguesa.
Entre los diecisiete lugares de Portugal que merecen ser visitados, según
reza el mapa excursionista que en los vagones de primera de los trenes ha hecho
fijar la Sociedad de Propaganda de Portugal – cuyo lema es pro patria omnia –
no figura Guarda. Pero siempre que había yo pasado por la línea de Beira, ya al
ir, ya al volver, habíanseme ido los ojos tras de aquella ciudad que allá en lo
alto, sobre la montaña, levantaba sus torres contra el cielo. El que la
sociedad esa no nos la recomienda era razón de más para que me escociera el
visitarla. Y allá fuí, de vuelta de Lisboa, a quedarme un día (...).
Y allí pasé un día, todo un mortal día, en esa Guarda fría, ventosa, húmeda, fea, denegrida y fuerte, que vigila a España. Tiene razón la Sociedad de Propaganda de Portugal.
Pero cuando se llega a un sitio hay que sacarle el jugo, sobre todo nosotros, los forzados del cálamo. Es cosa terrible esto de ver algo para escribir de ello, más bien que escribir porque se ha visto. Pero el oficio... y una vez allí, no iba a perder el viaje.
Y allá me fui, en aquella destemplada tarde otoñiza, a vagar por las calles de Guarda. Pronto las recorrí casi todas, pues es una pequeña ciudad, de unos 6.000 habitantes. A trechos, los canónigos, embozados en sus mantos negros, con sus bonetes, engullidos por las negras puertas de aquellas viejas casuchas; luego, estudiantes del Liceo, rapazuelos de once años, en pelo, con sus levitas y sus remedados manteos blancos, imitando a los de Coimbra (...)
Voy a ver la puerta de sol; un incendio volcánico entre montañas de ceniza. Y luego me envuelve la melancolía otoñal de una villa desconocida. Pensando en cosas melancólicas voy a comer, que es una brutalidad fisiológica independiente del alma, según Camilo. Por fortuna, los últimos días de noviembre son muy cortos y pude acostarme a las siete, con una novela de Camilo a la cabecera de la cama. No sin antes dar un paseo por la villa y pararme ante la imagen del rincón del arco para pensar: !de qué tragedias calladas habrá sido mudo confidente!
Y luego, !qué encanto el que le despierte a uno el sol en un silencio puesto de relieve por lejanos y apagados toques de corneta militar, por campanadas de la iglesia próxima! (...)
Salí a ver la catedral, por fuera más de ver que por dentro. Tiene, sin embargo, su adusto carácter de fortaleza, y desde la terraza un hermoso panorama. Todo el anfiteatro de montañas de la sierra de la Estrella, y al otro lado tierras de España (...)
Fui a ver el Liceo, un Liceo nacional donde se cursan los cinco primeros cursos, con unos 150 alumnos. Cosa deplorable, pobrísima, de la que lo mejor es no hablar (...)
Cuando me hube acomodado en mi vagón, y mientras esperaba a salir, volví a mirar a Guarda, encaramada en su montaña; esa Guarda que tantas veces atrajo mis miradas. Ahora sé ya cómo es por dentro. ¿Lo sé de veras?
Y allí pasé un día, todo un mortal día, en esa Guarda fría, ventosa, húmeda, fea, denegrida y fuerte, que vigila a España. Tiene razón la Sociedad de Propaganda de Portugal.
Pero cuando se llega a un sitio hay que sacarle el jugo, sobre todo nosotros, los forzados del cálamo. Es cosa terrible esto de ver algo para escribir de ello, más bien que escribir porque se ha visto. Pero el oficio... y una vez allí, no iba a perder el viaje.
Y allá me fui, en aquella destemplada tarde otoñiza, a vagar por las calles de Guarda. Pronto las recorrí casi todas, pues es una pequeña ciudad, de unos 6.000 habitantes. A trechos, los canónigos, embozados en sus mantos negros, con sus bonetes, engullidos por las negras puertas de aquellas viejas casuchas; luego, estudiantes del Liceo, rapazuelos de once años, en pelo, con sus levitas y sus remedados manteos blancos, imitando a los de Coimbra (...)
Voy a ver la puerta de sol; un incendio volcánico entre montañas de ceniza. Y luego me envuelve la melancolía otoñal de una villa desconocida. Pensando en cosas melancólicas voy a comer, que es una brutalidad fisiológica independiente del alma, según Camilo. Por fortuna, los últimos días de noviembre son muy cortos y pude acostarme a las siete, con una novela de Camilo a la cabecera de la cama. No sin antes dar un paseo por la villa y pararme ante la imagen del rincón del arco para pensar: !de qué tragedias calladas habrá sido mudo confidente!
Y luego, !qué encanto el que le despierte a uno el sol en un silencio puesto de relieve por lejanos y apagados toques de corneta militar, por campanadas de la iglesia próxima! (...)
Salí a ver la catedral, por fuera más de ver que por dentro. Tiene, sin embargo, su adusto carácter de fortaleza, y desde la terraza un hermoso panorama. Todo el anfiteatro de montañas de la sierra de la Estrella, y al otro lado tierras de España (...)
Fui a ver el Liceo, un Liceo nacional donde se cursan los cinco primeros cursos, con unos 150 alumnos. Cosa deplorable, pobrísima, de la que lo mejor es no hablar (...)
Cuando me hube acomodado en mi vagón, y mientras esperaba a salir, volví a mirar a Guarda, encaramada en su montaña; esa Guarda que tantas veces atrajo mis miradas. Ahora sé ya cómo es por dentro. ¿Lo sé de veras?
Unamuno, Miguel de (1976). Por tierras de España y Portugal. Madrid:
Colección Austral Espasa-Calpe, S.A. ISBN: 8423902218. Páginas 73-78.
DOS POETAS GRANADINOS
Ya he dicho en más de una ocasión que
lo de ser de Granada es un plus para ser poeta. Antonio Praena, Luis García
Montero, Jesús Montiel, entre otros, por no citar a los ya más que conocidos
Federico García Lorca y Luis Rosales, nos dan una idea del arte de Granada eso
sin nombrar a Falla, un enamorado de la ciudad; a Debussy, que no estuvo pero
que le dedicó una obrita a la Puerta del Vino por la postal que le envió Falla
y por no hablar tampoco de los Morente o de los Habichuela o de Antonio Amaya,
recriado en Barcelona, pero granadino de nacimiento. Estos dos poetas de los
que os hablo hoy son José Carlos Rosales, granadino del 52, y Ángeles Mora que
aunque cordobesa de Rute, vive en Granada en donde estudió. Podría contar de
ellos, pero prefiero dejaros sus versos y cambiaros el poemilla de Icaza antes
de copiar sus versos:
Dale limosna, mujer,
que no hay desgracia mayor
que no ser poeta en granada.
Oigo cómo se abre el grifo
de la ducha,
cómo tu piel se moja y me
imagino
tu piel llena de espuma
y el agua resbalando con
calma por tu cuerpo,
llevándose los trazos
monótonos del día,
y no puedo eludir una
pregunta,
una vaga inquietud, una
pesquisa:
¿Podrá borrar el agua la
huella de mis manos?
¿Se notará esta noche,
cuando estemos allí
en medio de la gente, el
rastro de ese beso
que te daré más tarde en
medio de la espalda?
Oigo el agua que cae, vuelvo
a mirar la hora,
me levanto y te busco, y te
miro peinándote
delante del espejo, y al ver
tu piel mi duda
se desvanece y huye, ya no vuelve.
José Carlos Rosales
Buenas noches, tristeza
La vida siempre acaba mal.
Siempre promete más de lo que da
y no devuelve
nunca el furor,
el entusiasmo que pusimos
al apostar por ella.
Es como si cobrase en oro fino
la calderilla que te ofrece
y sus deudas pendientes
-hoy por hoy-
pueden llenar mi corazón de plomo.
No sé por qué agradezco todavía
el beso frío de la calle
esta noche de invierno,
mientras que me reclaman,
parpadeando,
sus ojos como luces de algún puerto.
Por qué espero el calor que se fue tantas veces,
el deseo
por encima de todas las heridas.
Pero acaso me calma una tibia tristeza
que ya no me apetece combatir.
Todo sucede lejos o se apaga
como los pasos que no doy.
La vida siempre acaba mal.
Y bien mirado:
¿puede terminar bien lo que termina?
La vida siempre acaba mal.
Siempre promete más de lo que da
y no devuelve
nunca el furor,
el entusiasmo que pusimos
al apostar por ella.
Es como si cobrase en oro fino
la calderilla que te ofrece
y sus deudas pendientes
-hoy por hoy-
pueden llenar mi corazón de plomo.
No sé por qué agradezco todavía
el beso frío de la calle
esta noche de invierno,
mientras que me reclaman,
parpadeando,
sus ojos como luces de algún puerto.
Por qué espero el calor que se fue tantas veces,
el deseo
por encima de todas las heridas.
Pero acaso me calma una tibia tristeza
que ya no me apetece combatir.
Todo sucede lejos o se apaga
como los pasos que no doy.
La vida siempre acaba mal.
Y bien mirado:
¿puede terminar bien lo que termina?
Ángeles Mora
MAURA Y LA BELLEZA ESPIRITUAL DE CASTILLA
De todos
es sabido que don Antonio Maura y Montaner era mallorquín; quizás menos sepan
que se casó con una boecillana, Constancia Gamazo, hermana de Germán Gamazo;
quizás muchos menos sepan que venía con frecuencia a Boecillo y que él, un
balear, se enamoró del paisaje castellano y nos vio como creo que no nos ha
visto ningún escritor castellano. Os recuerdo que los escritores de la
Generación del 98, tan amantes de Castilla ellos y que crearon la imagen típica
y tópica de Castilla, no eran castellanos, sino levantinos, vascos y de otras
zonas “periféricas”. Por eso, no me extraña en absoluto que Maura defendiera
así, ni más ni menos que en el Congreso de los Diputados, ese lugar en donde
ahora ha entrado el lenguaje de la calle, tal y como recoge César Silió en su libro, la
belleza espiritual del campo castellano:
“Diré ahora una cosa, y es que cuando cruzo en cualquiera dirección
los campos castellanos, yo, que hablé en el regazo de mi madre una lengua que
no era la de Castilla, sino casi la misma lengua que los solidarios, no pienso
eso, yo no siento eso, sino todo lo contrario, y la misma planicie del terreno
suscita en mi ánimo sentimientos totalmente opuestos. Porque yo, cuando veo
aquellos adobes con tejas, que por una cruz resultan ser un templo, que no
tienen de templo otra muestra, digo: ahí habitaron los que con una loriga o
sayo pardo y harapiento fueron a arrojar de los dorados salones de la Alhambra,
de los alicatados de sus miradores y de los alabastrinos patios, a los señores
de aquella cultura y de aquella riqueza; los que defendieron la cristiandad y
los que rehicieron la nación…
Y cuando yo veo un país tan pobre, tan aislado, que parece
que no se comunica sino con las inclemencias del sol tropical y del cierzo
helado, me acuerdo de que allí se ha asentado el pueblo que ha llevado a
continentes dilatados y ha arraigado por los siglos de los siglos. Toda aquella
cultura, toda aquella sabiduría política, toda aquella idealidad, que está en
un monumento de eterna gloria de la corona de España, que se llama las leyes de
Indias. Yo, en Castilla, veo lo que veo en esas personas predilectas de la
espiritualidad, donde parecen que anidan las almas a quienes reservan la
inteligencia y el amor los secretos de sus cumbres, con su cuerpo, acaso feo,
irregular, como si la materia no se hubiese decidido a envolver por completo
espíritus tan grandes…”
¡Madre mía! ¡Y que ahora nos tengamos que conformar con
escuchar al Rufián dichoso! ¿A ver si va a ser verdad que a Diputado, a Gobernador
Civil y hasta presidente del Gobierno se llega, como dijo el gran Belmonte,
“degenerando”?
CARRERO BLANCO, DIBUJANTE
Esto ya parece vicio, pero es que no sólo Franco pintaba,
como expliqué en otra entrada sino que también Carrero Blanco, el santoñés de
pro, dibujaba en los Consejos de Ministros que deben de ser como un claustro de
profesores, pero a lo bestia. Don Luis, cansado quizás de los temas del
Consejo, se ponía a dibujar con el bolígrafo en la hoja timbrada del Gobierno
y, la verdad, no se le daba tan mal. Viendo uno estas cosas, no cabe sino preguntarse
por qué no cursaron Bellas Artes y se dedicaron a la pintura. A lo mejor, la
historia de España hubiera sido otra…
EL OCASO CULTURAL DE BOECILLO O LA TRISTEZA DE UN FRIKI
Cuando
yo llegué a Boecillo hace más de veinte años, había una revista que publicaba
el Ayuntamiento, un concurso de poesía que sufragaba ese mecenas maltratado que
es el bueno de Fernando García de la Cuesta, un grupo de danzas que se había
sacado adelante con el esfuerzo de unos cuantos padres de familia. A eso se le
fueron sumando otro concurso de cuentos en Navidad – también costeado por el
mismo mecenas-; un grupo de teatro del
que nada sé, pero que debe vivir en la indigencia; un coro que cantaba en la iglesia todos los
domingos y que viajaba por diferentes pueblos de la comarca; viajes y excursiones para los jubilados y manifestaciones
culturales que alimentaban el
espíritu de esta población castellana. ¡Hasta
hubo tiempos felices en que Boecillo tenía su encierro por el campo como casi
todos los pueblos del entorno! Ha pasado el tiempo y de aquello no queda casi
nada. Como Job, decimos aquello de “el Señor me lo dio, el Señor me lo quitó” y
seguimos a los nuestro que no sé muy bien qué es. Fernando García de la Cuesta dejó el mecenazgo
porque era como un San Juan Bautista predicando en un desierto de caspa y
zafiedad; al coro ya no se le oye y la única música que se oye es la de las peñas que, con las hogueras para las parrilladas en las
casetas de obra, más parecen sacadas de
una escena de Mad Max, con un mundo ya en decadencia y salvajismo, que las
fiestas de un pueblo en el siglo XXI. Un amigo de Laguna, en las pasadas
fiestas de San Cristóbal, de lo único que me habló fue del “superbotellón” que
se celebraba por detrás de la verbena. Vino el hombre a echar un bailecico con
su mujer y se topó con la fiestuki desenfrenada y alcoholizada a la que hemos
llevado los mayores a la gente joven con esa especie de glorificación de la
fiesta, de la borrachera y del colocón que ha hecho de España líder absoluta en
la lista de países fiesteros. ¡En algo teníamos que ser los primeros! ¿De
verdad que no hay alternativas para la gente joven? ¿Es que sólo les podemos
ofrecer alcohol y drogas a los que van a ser – son ya- el futuro del pueblo y
de España? Como educador y padre, me aterra pensar que esto es así. Nada tengo
contra la diversión, pero creo que lo cultural se ha ido marginando,
abandonando, dejándolo porque tan sólo interesa a cuatro frikis que comemos
bocadillos de spaghetti con trucha y se le ha ido dando al pueblo “lo que el
pueblo reclama”, esa gran mentira que,
comenzada por Lope de Vega y a fuerza de repetirla, se ha convertido, como
decía Goebbels, en una verdad. Siento una profunda envidia de pueblos vecinos
en donde la gente se muestra participativa y así sus grupos de teatro ganan
premios en la Diputación, atraen a turistas con encuentros de reyes en los que
participa todo el pueblo o simplemente miman a sus mecenas y no los relegan al
olvido y al desprecio. Siento una pena profunda de la situación cultural del
lugar en donde vivo en donde no hay más alimento que el teatro infantil ( al
que acuden, sobre todo, gentes de fuera de Boecillo) y las veladas de Folk y
Jazz. Y siento vergüenza ajena cada vez que voy al Centro Cívico y son más los
que están en el escenario que los que estamos en las butacas. En esa historia
que ya he abandonado, hablaba de fiestas que tenían un sentido porque no eran
el descanso del duro trabajo y no una
mera repetición de los fiestorros de cada fin de semana, con su autobús
nocturno lleno de chicos con bolsas para hacerse el calimocho y ponerse hasta
el culo de marihuana (Ya veis, repito esta frase que dije en el pregón y que
fue, por desgracia, lo único que quedó de él) Por cierto, tenía escritos cinco
folios, pero visto lo visto- incluyendo
mis propios “hermanos” de cofradía que prefirieron ir sin tardanza al refresco
a quedarse a escuchar el pregón del hermano que todavía era el Alcalde- , preferí
dejarlo “para mejor ocasión”. ¡Hasta tenía el pregón su partecica en latín en
que contaba al estilo de Tito Livio el comienzo de Boecillo en la
intrahistoria! Pero, con harto dolor de mi corazón forastero, no lo leí. Sé que
no soy nadie en este pueblo y que forastero me marcharé como forastero vine,
pero siempre, por amor a mis antepasados, a
mi mujer y a mis hijos, quise dejar mi granito de arena con lo único que
sé hacer: escribir. Siento mi amargura, pero quería vaciar mi corazón de friki.
Ya sabéis, os invito a un bocadillo de spaghetti con trucha y, si no venís, me
lo tomaré en la soledad de mis libros y mis muertos.
viernes, 18 de agosto de 2017
LEONARD COHEN, POETA
Este
verano de 2017, me estoy dedicando a escuchar y a leer a Leonard Cohen, ese
canadiense que, en el discurso del Premio Príncipe de Asturias de las Letras,
reconoció la deuda que tiene con España pues un español, cuyo nombre nunca supo,
fue el que le enseñó a tocar en la
guitarra los cuatro acordes con los que luego ha compuesto la mayoría de sus
canciones; y otro español, Federico
García Lorca, fue el que le endeñó a escribir sus letras. Junto al Cohen
cantante, está el Cohen poeta; es más, primero fue el poeta y después, el
cantante. En 1961 cuando Leonard Cohen tenía veintisiete años, escribió su primer libro de poemas que fue recibido
con los adjetivos de místico, profano, obsceno, sarcástico y osado. El libro se
llamaba y llama La caja de especias de la
tierra y lo he ido leyendo entre Boecillo y Aveiro, entre el Duero y el
Atlántico de la playa da Barra. Y, la verdad, es que sorprende por su audacia
poética, por la fuerza de su imágenes y por la cercanía a la realidad con la
que escribe:
Me
pregunto cuánta gente en esta ciudad
vive
en habitaciones amuebladas.
Ya
tarde por la noche cuando miro hacia los edificios
juro
que veo un rostro en cada ventana
que
me devuelve la mirada,
y
cuando me retito
me
pregunto cuántos vuelven a sus escritorios
y
escriben esto mismo.
(…)
Oh
lejos de cualquier azotea,
estamos
tendidos bajo los castillos,
entre
profundas ramas de plata,
y
la luna solitaria
vive
en lo alto de todo el mundo,
y
en su luz nos sostiene,
fría
y espléndida,
en
su vasta y clara noche.
(…)
Ahora
te incluimos en todas nuestras fantasías,
seguimos
teniendo absoluta fe en tus legendarios cos-
tados.
Nuestros
barcos desde el medio del océano
son
guiados por el brillo del sol en tu barriga,
reanudan
su comercio entre tus colosales rodillas,
y
un millar de destartalados poetas
acuestan
sus cabezas heridas sobre tus pechos para
cantar.
(Traducciones
de Alberto Manzano en Editorial Visor.
Para
que luego me hablen del Marwan…
LAS ANGUILAS DE AVEIRO
Este
año, en Aveiro, me he dedicado a las
anguilas y no a os ovos moles aunque he visitado la tienda que, en la rúa
Jorge de Lanscater, alberga el obrador en donde se hacen los mejores de Aveiro
y de los que ya hablé el año pasado al mencionar a María da Conceiçao y su
maravilloso nombre de novela de Eça de Qieroz. La anguilas, enguias en portugués, son el plato
típico de esta ciudad portuguesa y el mejor sitio para comerlas es el
restaurante Maré Cheia (marea alta) en donde las guisan de manera prodigiosa
como guisan también otros pescados de la costa aveirense. En escabeche, que no
es exactamente el escabeche español pues no lleva laurel, las guisan con
acierto en el restaurante Ferro, en la
calle de Tenente Resende, que es un lugar
familiar y que hacen también un arroz com
polvo (arroz con pulpo, que nadie piense mal) de muy buen comer. En Maré
Cheia, también hacen timbales de pecado y los mariscos son de primera calidad.
Los precios ya son europeos, pero los sabores siguen siendo portugueses,
especialmente con ese olor a maresia
que llega hasta este restaurante modesto, pero apabullante. Se me olvidaba
deciros que no tiene ninguna estrella Michelin y que espero que no se le den
nunca.
lunes, 7 de agosto de 2017
LA NUEVA REVISTA Y EL GALLO ROJO
Un día,
mi buen amigo Miguel Arrufat Pujol, catalán de Tortosa, me hizo saber que
andaba con la idea de resucitar la Nueva Revista, publicación que fundó mi
profesor don Antonio Fontán. En la
conversación, salió mi amistad con don José Jiménez Lozano y Miguel vio la posibilidad
de que don José, que es periodista de profesión con una experiencia en el
oficio de más cincuenta años largos, se hiciera cargo de poner en marcha la
Revista. Quedamos Miguel y yo en Boecillo y, desde tan noble villa, nos fuimos
para Alcazarén en donde le presenté a don José. Y, llegada la hora de comer, nos fuimos a El
Gallo Rojo, un restaurante coqueto y muy castellano de Mojados. Y allí hablamos
de muchas cosas tanto en la comida, como en la larga sobremesa. Luego, Miguel
volvió con el primer director de la Nueva Revista, Julio Montero, al que un
servidor conocía de Madrid y repitieron las excursiones gastronómicas a El
Gallo Rojo, lugar al que se podría poner la placa de que “en esos comedor se gestó lo
que iba a ser la Nueva Revista” y en donde don José aportó muchas sugerencias y
consejos. A, mí me encargaron un
artículo dedicado a Jiménez Lozano y sé de buena tinta que, cuando se publicó,
hubo algún lameculillos que dijo que “a ver si trataba más con Jiménez Lozano y
me enseñaba a escribir”. Lameculilos los hay en todas partes, pero quería con
esta entrada, cuya escritura he reservado muchos años, que se supiera que ese
mal escritor sirvió de “enlace” entre la Nueva Revista y don José y que luego,
sabedor de que el undécimo mandamiento es no estorbar, se aparató discretamente
ante el desfile de “figuras” que componían los colaboradores entre los que no
podía faltar el poeta de todas las ensaladas, premios, y otros saraos. Sí, ése
que estás pensado, el gastprofessor, el hombre de las pisadas y los resbalones
en la nieve, el filólogo que lo mismo sirve para un roto que para un descosido,
el hombre de Loewe. Repito que hacía tiempo que quería contaros esto y hoy, por
fin, lo he hecho.
Cosas
del verano y de la ausencia de Nessie.
NICOMEDES SANZ Y RUIZ DE LA PEÑA
Me he
terminado de leer un libro de sonetos de Nicomedes Sanz y Ruiz de la Peña,
amigo de César Medina – Bocos y de don José Jiménez Lozano y me ha sorprendido
mucho que este autor vallisoletano esté incluido en La Historia de la Literatura Fascista de Puértolas. ¿Qué “méritos”
ha hecho el bueno de don Nico para aparecer como fascista? ¿Es que ya el ser de
Valladolid (Fachadolid para algunos) es un grado?¿Qué tiene de fascismo la obra de
este hombre que canta la primavera, las
alondras, los campos, es decir, lo que
cantaban los poetas hasta que vino la moda de hacer poemas con penes, vulvas y
orgasmos? A lo mejor, Nico era de derechas, pero el ser de derechas no
significa sin más el ser fascista. Vamos a cuentas: el fascismo fue un
movimiento político de apenas trascendencia en España aunque ahora quieren
ponerle de fascista a propio Gil Robles ( que coqueteó con él, pero que no lo
fue) y hasta le enmiendan la plana a Araquistáin, el dirigente socialista
cuando decía que en España no existía un peligro fascista. Pero claro, la idea de los camaradas sombríos con cara de
estreñidos es hacernos creer que, en 1934, se “alzaron” los fascistas en España
(eran cuatro) y que por eso vino la revolución de ese año. ¿No sería justo al
revés, es decir, que una parte de la izquierda, que no aceptó desde el comienzo
de la República la legitimidad democrática y que buscaba una revolución al
estilo ruso, se lanzó a un “alzamiento nacional” frente a los resultados
adversos en la elecciones? Pero me estoy yendo del tema que es que al pobre
Nicomedes ( Nico para los amigos) lo meten en el saco del fascismo cuando no fue fascista. Puértolas tenía que haber
titulado el libro Historia de la Literatura de Derechas, pero se le fue la
olla; mejor dicho, enseñó la patita de cordero, pero por debajo se le veía la
de lobo. Sí, porque Puértolas, como los camaradas sombríos, al que no es comunista
y lucha por la “libertad”, lo llama fascista. ¡Pobre don Nicolás y sus poemas
tan clásicos, de tan buen gusto, de tanto sabor castellano! Yo le aprecio mucho
y creo que su nieto César Sanz, el de Difácil, debería defender a su pobre
abuelo de tamaña bestialidad. Dixi.
viernes, 4 de agosto de 2017
FRANCO, PASTOR
Otra vez
regreso, con la imaginación, al Canto del Pico, porque faltaba una historia
curiosa de este singular palacete. Ya hemos dicho en otras entradas que el
conde de las Almenas, entristecido por la muerte de su hijo en el frente, le
regaló el palacio a Franco. Y ¿qué hizo Franco con él? Pues le dedicó a tres
usos fundamentales:
- Como refugio cuando los servicios de inteligencia le avisaban de un posible atentado.
- Como almacén de los regalos que le hacían las escasísimas personalidades que visitaban nuestro país.
- Y como granja.Me quedo con esta última porque me parece el desparrame. Resulta que Franco, que también iba algún día a cazar y a pintar, le empezó a coger gustillo a tener una pequeña granja y, con ayuda de Ángel, el guarda de la finca, el caudillo de los españoles por la gracia de Dios, cuidaba sus ovejas, sus cabras, sus gallinitas y otros animales. La verdad, lo del Franco pintor pase, pero lo de este Franco convertido en un Títiro virgiliano que enseñaba a resonar a los montes el nombre de Carmen y a tocar el rústico caramillo me cuesta trabajo imaginarlo. Sin embargo, cuentan que fue así y que el generalísimo de los ejércitos acabó tal y como quiso acabar don Alonso Quijano el bueno, convertido en pastor, en el buen pastor Quijótiz. ¿Habría querdo Franco devenir en el pastor Francótiz y dedicarse a la novela pastoril entre Decreto Ley y Decreto Ley? ¿Cantaría Franco aquella canción que dice Vengan a ver mi granja que es hermosa? El palacio de El Canto del Pico, a la muerte de Franco, fue vendido en más de 300.000 millones de pesetas por su hija Carmen en una operación inmobiliaria que de bucólica tenía poco y luego ha ido sobreviviendo a derrumbamientos, ventas a inmobiliarias que iban a hacer hoteles que nunca fueron y al paso destructor del tiempo. Cuando a mediados de este mes pasé por Torrelodones, todavía seguía en pie queriéndonos contar su historia. Es ésta que he transcrito para todos vosotros.
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