Ya he dicho en más de una ocasión que
lo de ser de Granada es un plus para ser poeta. Antonio Praena, Luis García
Montero, Jesús Montiel, entre otros, por no citar a los ya más que conocidos
Federico García Lorca y Luis Rosales, nos dan una idea del arte de Granada eso
sin nombrar a Falla, un enamorado de la ciudad; a Debussy, que no estuvo pero
que le dedicó una obrita a la Puerta del Vino por la postal que le envió Falla
y por no hablar tampoco de los Morente o de los Habichuela o de Antonio Amaya,
recriado en Barcelona, pero granadino de nacimiento. Estos dos poetas de los
que os hablo hoy son José Carlos Rosales, granadino del 52, y Ángeles Mora que
aunque cordobesa de Rute, vive en Granada en donde estudió. Podría contar de
ellos, pero prefiero dejaros sus versos y cambiaros el poemilla de Icaza antes
de copiar sus versos:
Dale limosna, mujer,
que no hay desgracia mayor
que no ser poeta en granada.
Oigo cómo se abre el grifo
de la ducha,
cómo tu piel se moja y me
imagino
tu piel llena de espuma
y el agua resbalando con
calma por tu cuerpo,
llevándose los trazos
monótonos del día,
y no puedo eludir una
pregunta,
una vaga inquietud, una
pesquisa:
¿Podrá borrar el agua la
huella de mis manos?
¿Se notará esta noche,
cuando estemos allí
en medio de la gente, el
rastro de ese beso
que te daré más tarde en
medio de la espalda?
Oigo el agua que cae, vuelvo
a mirar la hora,
me levanto y te busco, y te
miro peinándote
delante del espejo, y al ver
tu piel mi duda
se desvanece y huye, ya no vuelve.
José Carlos Rosales
Buenas noches, tristeza
La vida siempre acaba mal.
Siempre promete más de lo que da
y no devuelve
nunca el furor,
el entusiasmo que pusimos
al apostar por ella.
Es como si cobrase en oro fino
la calderilla que te ofrece
y sus deudas pendientes
-hoy por hoy-
pueden llenar mi corazón de plomo.
No sé por qué agradezco todavía
el beso frío de la calle
esta noche de invierno,
mientras que me reclaman,
parpadeando,
sus ojos como luces de algún puerto.
Por qué espero el calor que se fue tantas veces,
el deseo
por encima de todas las heridas.
Pero acaso me calma una tibia tristeza
que ya no me apetece combatir.
Todo sucede lejos o se apaga
como los pasos que no doy.
La vida siempre acaba mal.
Y bien mirado:
¿puede terminar bien lo que termina?
La vida siempre acaba mal.
Siempre promete más de lo que da
y no devuelve
nunca el furor,
el entusiasmo que pusimos
al apostar por ella.
Es como si cobrase en oro fino
la calderilla que te ofrece
y sus deudas pendientes
-hoy por hoy-
pueden llenar mi corazón de plomo.
No sé por qué agradezco todavía
el beso frío de la calle
esta noche de invierno,
mientras que me reclaman,
parpadeando,
sus ojos como luces de algún puerto.
Por qué espero el calor que se fue tantas veces,
el deseo
por encima de todas las heridas.
Pero acaso me calma una tibia tristeza
que ya no me apetece combatir.
Todo sucede lejos o se apaga
como los pasos que no doy.
La vida siempre acaba mal.
Y bien mirado:
¿puede terminar bien lo que termina?
Ángeles Mora
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