La huida del tiempo es un
libro del maestro Josep Pla. Yo he leído a Pla desde que era muy joven, casi
desde mi infancia lectora y siempre me gustó su delicada sensibilidad por la
naturaleza, por los detalles, por las cosas pequeñas que, a la larga, suelen
ser las más grandes. Seguir el calendario con don Josep es ver el año de otra
manera: con santos barbudos, con los vientos que soplan, con los productos de
la huerta, con los crujidos invernales de la masía, con el mar y sus velas
latinas a lo lejos. Con Pla, he viajado a por toda Europa, he comido en variopintos
restaurantes, he dormido en todas las camas y las he aprendido a distinguir con
él (magistral en sus Cartes de lluny
el artículo dedicado a las camas). Pla,
que no fue exactamente un pagés, se lo hace divinamente. Tampoco fue el
solitario que cuenta, pero eso no tiene ninguna importancia. Don Josep escribe
unas de las mejores prosas que se han escrito en España en el siglo XX: limpia,
tersa, delicada. Él dice que fumaba para buscar los adjetivos y que, cuando los
encontraba, se tomaba una tortilla francesa para cenar. Como saben los que me
conocen era y es uno de mis señores feudales a quienes sirvo vasallaje desde
hace muchos años junto a Álvaro Cunqueiro, mi Baroja, mi Galdós, mi Pereda y mi Manuel Chaves Nogales, un
grande olvidado y que tiene un libro sobre Cataluña que resulta imprescindible
en estos tiempos que corren. La pena es que las chicas de la CUP no han leído a
Pla en su vida, ni a Chaves Nogales, ni a Baroja, ni a Pereda, ni a Galdós ni a
nadie : se les nota a la legua.
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