Acordaos
que, el año pasado por estas mismas fechas, traté de los ovos moles aveirenses y di como posible origen una teoría que venía
a decir que los huevos se habían inventado por un donativo de huevos que había
recibido el convento de las Dominicas las cuales, al no saber qué hacer con tantos
huevos y para que no se estropearan, inventaron tan suculento dulce. Sin
embargo, este año he podido tener acceso a otra versión que me parece más
apropiada. El origen se sitúa no en el Convento de las Dominicas, sino en el de
las Madres Carmelitas, bellísimo convento con un artesonado de gran valía. Pero
no sólo estaba equivocado el lugar de origen sino el origen mismo de los huevos
que, según me lo contaron, os lo cuento: las monjas usaban la clara de huevo
para dar el apresto a sus hábitos y no usaban las yemas más que para la cocina
y cuyo sobrante terminaría seguramente en la basura. Sin embargo, un buen día,
sin duda Spiritu Sancto coadiuvante,
a las monjas se les ocurrió que, puesto que tenían oblea sin consagrar para las
sagradas formas, podían utilizar ambos ingredientes, la yema y la oblea, y
crear un postre. Y así nacieron os ovos moles que recuerdan a las yemas
de Ávila por la mezcla de yema y azúcar y que a un servidor no le gustan recién
hechos, sino cuando están algo más secos porque la yema poco compactada me
produce un cierto repelús en el paladar. Manías de los Platones que no impiden
que este dulce sea un dulce muy apreciado por paladares exigentes y que Aveiro
venda cada año, por el verano, - que
siempre es en esta ciudad portuguesa ventoso y bellísimo, con su olor a maresia y su luz suave y como pasada por
un fino tamiz - , muchos miles de
huevos. ¡Y todo por las madres Carmelitas!
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