Otra vez
regreso, con la imaginación, al Canto del Pico, porque faltaba una historia
curiosa de este singular palacete. Ya hemos dicho en otras entradas que el
conde de las Almenas, entristecido por la muerte de su hijo en el frente, le
regaló el palacio a Franco. Y ¿qué hizo Franco con él? Pues le dedicó a tres
usos fundamentales:
- Como refugio cuando los servicios de inteligencia le avisaban de un posible atentado.
- Como almacén de los regalos que le hacían las escasísimas personalidades que visitaban nuestro país.
- Y como granja.Me quedo con esta última porque me parece el desparrame. Resulta que Franco, que también iba algún día a cazar y a pintar, le empezó a coger gustillo a tener una pequeña granja y, con ayuda de Ángel, el guarda de la finca, el caudillo de los españoles por la gracia de Dios, cuidaba sus ovejas, sus cabras, sus gallinitas y otros animales. La verdad, lo del Franco pintor pase, pero lo de este Franco convertido en un Títiro virgiliano que enseñaba a resonar a los montes el nombre de Carmen y a tocar el rústico caramillo me cuesta trabajo imaginarlo. Sin embargo, cuentan que fue así y que el generalísimo de los ejércitos acabó tal y como quiso acabar don Alonso Quijano el bueno, convertido en pastor, en el buen pastor Quijótiz. ¿Habría querdo Franco devenir en el pastor Francótiz y dedicarse a la novela pastoril entre Decreto Ley y Decreto Ley? ¿Cantaría Franco aquella canción que dice Vengan a ver mi granja que es hermosa? El palacio de El Canto del Pico, a la muerte de Franco, fue vendido en más de 300.000 millones de pesetas por su hija Carmen en una operación inmobiliaria que de bucólica tenía poco y luego ha ido sobreviviendo a derrumbamientos, ventas a inmobiliarias que iban a hacer hoteles que nunca fueron y al paso destructor del tiempo. Cuando a mediados de este mes pasé por Torrelodones, todavía seguía en pie queriéndonos contar su historia. Es ésta que he transcrito para todos vosotros.
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